Las siete vidas de la socialdemocracia

Las siete vidas de la socialdemocracia
Por:
  • rafaelr-columnista

La Fundación Friedrich Ebert, del legendario Partido Socialdemócrata Alemán, cumple medio siglo en México y lo ha celebrado con un conjunto de actividades en el Palacio de la Autonomía. El joven ministro de Estado para Asuntos Exteriores del gobierno de Angela Merkel, Niels Annen, quien milita en ese partido, intervino en los festejos con un discurso en el que recordó la colaboración de la Fundación Ebert con la democratización de México, desde los tiempos de la presidencia de Willy Brandt.

Annen esbozó una política exterior puesta en función de la defensa del multilateralismo, el Estado de bienestar, el medio ambiente, las mujeres y los pobres, el asilo migratorio y la colaboración para el desarrollo. Frente a la amenaza contra esa agenda progresista que suponen el gobierno de Donald Trump y el ascenso de las derechas proteccionistas y xenófobas en Europa, los socialdemócratas alemanes se lanzan a un rescate de su mejor legado.

[caption id="attachment_955497" align="alignnone" width="696"] Niels Annen (al centro), durante el 50 aniversario de la fundación Friedrich Ebert México, el jueves[/caption]

La revista Nexos intervino en los festejos por los 50 años de la Ebert en México y en su último número incluye un cuaderno sobre el futuro de la socialdemocracia, con colaboraciones de Joseph E. Stiglitz, Rolando Cordera, Nora Lusting, John Scott, Jesús Rodríguez Zepeda y Hans Mathieu, entre otros. Tras la lectura de los ensayos queda la sensación de un resurgimiento de una corriente política que muchas veces ha sido dada por muerta y enterrada.

“Pero no sólo el estalinismo, sus propios rivales en la Nueva Izquierda, durante el arranque de la Guerra Fría, igualmente concluyeron que la socialdemocracia tenía poco que aportar en América Latina. Lo mismo la izquierda populista que la guevarista fueron reacias al socialismo democrático”

Tal vez los primeros en decretar su defunción fueron Marx y Engels, que, en buena medida, contribuyeron a crearla. Desde los tiempos de la Primera Internacional, cuando Marx y Engels atacaron la “conducta capituladora” de Lassalle, Bernstein y otros socialdemócratas alemanes, comenzó ese viejo hábito. Luego, la fricción entre comunismo y socialdemocracia se repitió en los años previos y posteriores al triunfo de la Revolución bolchevique en Rusia, cuando Lenin se enfrentó a Karl Kautsky.

El estalinismo también creyó superada a la socialdemocracia, a pesar de que su política latinoamericana contenía un fuerte llamado a favor del juego democrático de las izquierdas. Pero no sólo el estalinismo, sus propios rivales en la Nueva Izquierda, durante el arranque de la Guerra Fría, igualmente concluyeron que la socialdemocracia tenía poco que aportar en América Latina. Lo mismo la izquierda populista que la guevarista fueron reacias al socialismo democrático.

Los últimos embates contra la socialdemocracia no han provenido únicamente de la izquierda. El desplazamiento de la mayoría de los Estados de la región hacia políticas económicas desreguladoras y monetaristas, entre los años 80 y 90, supuso un desmantelamiento de las estructuras de distribución del ingreso y, por tanto, un crecimiento de la desigualdad. La pobreza pudo contenerse en la primera década del siglo XXI, pero la desigualdad ha seguido creciendo.

“Tal vez los primeros en decretar su defunción fueron Marx y Engels, que, en buena medida, contribuyeron a crearla. Desde los tiempos de la Primera Internacional, cuando Marx y Engels atacaron la ‘conducta capituladora’ de Lassalle, Bernstein y otros socialdemócratas alemanes, comenzó ese viejo hábito”

Al neoliberalismo, como advierte Stiglitz en su ensayo en Nexos, se suma ahora el neoconservadurismo de las derechas populistas, que ya tiene un pie en América Latina con Jair Bolsonaro, en Brasil. Sin revertir el abandono del Estado de bienestar, la nueva estrategia conservadora mezcla el antiliberalismo económico con un ofensivo desinterés por problemas globales, que exigen soluciones globales, como el cambio climático, el aumento de la emigración, la inseguridad o el empobrecimiento de sectores vulnerables.

A su nueva versión de la socialdemocracia, algo así como la séptima vida de esa brillante tradición ideológica, Stiglitz le llama “capitalismo progresista”. A diferencia del neoliberalismo, dice el profesor de la Universidad de Columbia y Premio Nobel de Economía, “el capitalismo progresista se basa en comprender correctamente el modo de creación de valor en la actualidad. La riqueza real y sostenible de las naciones no surge de la explotación de países, recursos naturales y personas, sino del ingenio humano y la cooperación”.