La epidemia ha llegado

La epidemia ha llegado
Por:
  • pedro_sanchez_rodriguez

La pandemia de Covid-19 y las acciones implementadas en casi todos los países, como el aislamiento forzoso o voluntario de la población, han detenido la mayor parte de las actividades económicas, poniendo en riesgo a pequeñas y medianas empresas, y distorsionando de manera brutal a los mercados.

Si bien el fenómeno de observar plazas desiertas, restaurantes cerrados y cortinas abajo es desolador, es absolutamente desgarrador seguir en vivo las decisiones de distintos gobiernos de potencias mundiales para combatir el virus y, sobre todo, observar el esfuerzo sobrehumano que realiza el personal médico para salvar el mayor número de vidas.

En América Latina se prevé que la coronacrisis tenga una repercusión aún más severa que en las potencias mundiales. Primero, porque un importante sector de la economía trabaja de manera informal y gana lo que gasta al día. Segundo, porque la inversión en salud es mucho menor, comparada con los países desarrollados.

Esto es problemático, porque salvar el mayor número de vidas depende de la capacidad del Sistema de Salud para recibirlos y tratarlos. Lo que se busca es distribuir la cantidad de contagios que ameritan hospitalización en la mayor cantidad de tiempo posible, con el fin de que las unidades médicas no se saturen.  La política recomendada para lograrlo es el aislamiento, limitar la presencia de gente en el espacio público y que se mantengan en sus casas.

Esta medida es digerible para aquéllos con un salario y una relación laboral estable, con una empresa que puede hacerse responsable de cubrir los gastos de los salarios por el tiempo que dure el aislamiento. La situación se complica cuando esa empresa no cuenta con la solvencia económica para derogar recursos en salarios, sin percibir ganancias. El resultado esperado es un incremento en los despidos durante la crisis, o una vez que pase; o la bancarrota de un número importante de empresas. El escenario es todavía más crítico para las personas que viven al día. Lo que se espera es una reducción en su ingreso, por la disminución de clientes, y que, aun así, no sea una opción resguardarse en sus casas.

Por lo anterior es que el cálculo de la capacidad hospitalaria para atender a los infectados debe partir del supuesto de que un sector importante de la población tiene una probabilidad mayor de resultar contagiado. Esto reduce la ya de por sí limitada oferta de servicios hospitalarios públicos y privados para el resto de la población, que por un acto de prudencia, responsabilidad e instinto deben permanecer en sus casas.

Es un hecho: la epidemia ha llegado y la enfrentaremos con nuestra pobreza, nuestra desigualdad, con nuestros hospitales y los medicamentos que tengamos. Por eso es importante que cada hora de una doctora, un enfermero y una camillera, cada cama, cada sonda, cada suero con el que contamos, sea para atender a un necesitado, y no a un irresponsable.