Piglia en casa

Piglia en casa
Por:
  • rafaelr-columnista

En un coloquio que por estos días se celebra en la Universidad de Yale, sobre los 60 años de Casa de las Américas, la institución y la revista cubana, el poeta y ensayista puertorriqueño Juan Carlos Quintero, autor de uno de los mejores estudios sobre ese proyecto cultural del Estado cubano, recordó el discurso que dio allí Ricardo Piglia, en La Habana, cuando ganó el Premio José María Arguedas, por su novela Blanco nocturno, en 2012.

Entonces el escritor argentino tomó de excusa un conocido texto de Italo Calvino y lanzó “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)”. No le interesa tanto a Quintero —ni a este articulista— recapitular las propuestas de Calvino y Piglia, que a medida que avanza el milenio, pierden velozmente capacidad persuasiva y profética. Lo que motiva la evocación de Quintero son ciertos gestos referenciales que dan un valor subliminal a la intervención de Piglia en La Habana.

"Lo significativo del discurso de Piglia en Casa es la sutileza de una performance letrada que vindica la tradición guerrillera y revolucionaria latinoamericana, a la vez que denuncia el autoritarismo, como una vocación igualmente constitutiva de las élites políticas regionales. Era evidente que Piglia, sin ofender a sus anfitriones, no excluía al Estado cubano de aquella alusión"

En primer lugar, Piglia rendía homenaje, además de a Calvino —un cubano por azar, nacido en Santiago de las Vegas, La Habana, el 15 de octubre de 1923—, a dos escritores ineludibles de la tradición revolucionaria del siglo XX: Bertolt Brecht y Rodolfo Walsh. El primero, personificación del intelectual vanguardista, comprometido, pero reacio a cualquier domesticación del pensamiento crítico desde el Estado. El segundo, pionero de la literatura testimonial latinoamericana, que dejó un saldo tan disparejo en la región, pero que en su caso se vuelve género de culto con Operación masacre (1957) o la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar (1977), y con su propia vida a través de la muerte. Lo testimonial en Walsh está escrito con la sangre y el oxígeno de los secuestros y las ejecuciones.

Lo significativo del discurso de Piglia en Casa es la sutileza de una performance letrada que vindica la tradición guerrillera y revolucionaria latinoamericana a la vez que denuncia el autoritarismo, como una vocación igualmente constitutiva de las élites políticas regionales. Era evidente que Piglia, sin ofender a sus anfitriones, no excluía al Estado cubano de aquella alusión. De hecho, manejaba abiertamente el concepto de totalitarismo, no sólo referido al nazismo sino al estalinismo, cuando recordaba a víctimas con nombres y apellidos como Anna Ajmatova y Osip Mandelshtam.

También hablaba Piglia del fascismo, específicamente del nazismo alemán, al glosar el gran ensayo “La retórica de Hitler” del filósofo norteamericano Kenneth Burke. Escrito en 1941, en plena guerra, aquel ensayo de Burke recordaba que todo Estado narra su pasado y su presente, aunque los estados totalitarios lo hacen de manera más sostenida y abarcadora. La relación entre el escritor y el poder, en toda sociedad, se basaba en la tensión de dos narrativas: la de la literatura y la del Estado.

"También hablaba Piglia del fascismo, específicamente del nazismo alemán, al glosar el gran ensayo “La retórica de Hitler” del filósofo norteamericano Kenneth Burke. Escrito en 1941, en plena guerra, aquel ensayo de Burke recordaba que todo Estado narra su pasado y su presente, aunque los estados totalitarios lo hacen de manera más sostenida y abarcadora"

Decir eso, frente a Roberto Fernández Retamar en Casa de las Américas, recuerda Quintero, es un gesto que retrata a Ricardo Piglia de cuerpo entero. Un escritor que cargaba con toda su historia a cuestas: una historia hecha de las víctimas de las dictaduras militares de la derecha latinoamericana, pero también de las incontables masacres, abusos, exclusiones y censuras del totalitarismo de izquierda en el siglo XX. No podía pensarse con rigor el nuevo milenio sin esa herencia y los dilemas que planteaba al escritor.

Ricardo Piglia, nos dice Juan Carlos Quintero —que tanto debió, en la redacción de su tesis doctoral sobre Casa de las Américas, en Princeton, luego publicada como La fulguración del espacio (2002), a su maestro Arcadio Díaz Quiñones como al propio escritor argentino—, tuvo el valor y la suerte de colocar la crítica esencial, la que no denuncia ni ofende, sino la que radiografía el mecanismo íntimo del terror, en la casa misma del poder. También por eso, y no sólo por sus entrañables novelas y ensayos, habrá que echar de menos siempre a ese grande de la literatura latinoamericana.