Teoría y práctica de la postverdad

Teoría y práctica de la postverdad
Por:
  • rafaelr-columnista

Hay quienes se empeñan en relacionar la epidemia de post-verdad que vivimos en las redes sociales con el relativismo epistemológico que impulsó la filosofía postmoderna desde fines del siglo XX. La universalización de lo virtual sería una consecuencia directa de la crisis del pensamiento moderno, que unos llamaron “fin de los metarrelatos” y otros “fin de la historia”.

Pero el origen de la postverdad, como advirtió George Orwell desde mediados del siglo XX, no es tan reciente. Tiene que ver con los grandes totalitarismos del siglo XX, el fascismo italiano, el nazismo alemán y el estalinismo soviético, y su poderosa influencia sobre el resto de los autoritarismos que les siguieron. Fue en aquellos regímenes que se incorporó la idea de que la veracidad, la exactitud o la consistencia fáctica eran sacrificables en aras de una ideología de Estado.

La postverdad está directamente relacionada con la aspiración a una “verdad de Estado” desde el poder. Cuando Donald Trump, Nigel Farage o Viktor Orbán tuercen la información para justificar el muro fronterizo con México, el Brexit o el cierre del paso entre Serbia y Hungría, no hacen más que seguir al pie de la letra aquellas pautas del totalitarismo del siglo XX.

Lo mismo podría decirse de la izquierda autoritaria latinoamericana, leal a Nicolás Maduro, que, vía su inamovible referente cubano, no puede dejar de falsear la realidad para sostenerse en el poder. Lo vemos ahora mismo en sus reacciones contra el informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, que reporta cerca de 7 mil ejecuciones extrajudiciales en los pasados 18 meses, en Venezuela.

Lo que nos dicen Granma y el gobierno de Nicolás Maduro es que el informe de Bachelet está “parcializado”, en el mejor de los casos, o “cargado de mentiras, datos inexactos o falsos”, ya que no fue elaborado por la oficina de la Alta Comisionada sino por el “Departamento de Estado”, que “se lo dictó”. Detrás de la burda descalificación del informe de Bachelet, en La Habana o en Caracas, está la creencia, expresadamente claramente por Maduro, de que existe “una verdad de la Revolución Bolivariana”.

Esa verdad implica que todo lo malo que sucede en Venezuela, o en Cuba, es obra de la “agresión imperialista”. El informe de Bachelet es intolerable porque encuentra causas endógenas en la violencia política venezolana y porque, sin negar que exista también violencia y golpismo en la oposición, documenta miles de casos de asesinatos perpetrados por las Fuerzas Armadas Especiales (FAES), un comando de la Policía Nacional Bolivariana (PNB).

Ni Bachelet, ni su oficina, ni la ONU están a favor del embargo contra Cuba o de las sanciones económicas contra Venezuela. Tampoco avalan el golpe de Estado como solución a la profunda crisis de ese país suramericano. Pero tienen el valor de admitir y certificar que el gobierno de Nicolás Maduro viola sistemáticamente los derechos humanos.