La intensidad de las emociones

La intensidad de las emociones
Por:
  • valev-columnista

Todos tenemos un mapa emocional personalizado y aunque las emociones básicas son universales, hay quienes sienten todo con mucha intensidad y otros que siempre se están muriendo de frío en el alma o de aburrimiento, porque no alcanzan a sentir nada de manera contundente. Porque tuvieron que desarrollar una barrera intelectual para defenderse de las emociones. En ambos casos, en el exceso de intensidad y en su falta, se adivina el miedo a romperse. Es posible hipotetizar una falta de regulación emocional, de contención del mundo de las emociones que requería de contención, acogida, aceptación, de parte de un contenedor compasivo, paciente y amoroso. Por un lado, están las personalidades demandantes, que parecen graves, que sufren mucho, con una labilidad afectiva que exige atención absoluta, como si se tratara de un bebé o de un niño muy pequeño. Estas personas son regresivas. Las vemos a ratos como niños abandonados, agresivos e impulsivos, que provocan rechazo y agotamiento. Por el otro, están los fríos y racionalizadores, que siempre tienen explicaciones para todo, que jamás se han sentido enamorados o muy ilusionados por nada, que buscan su soledad obsesivamente porque la posibilidad de necesitar a alguien los aterra. En el fondo de esta aparente frialdad, temen destruir con todo el amor que necesitan y que quisieran ser capaces de dar. Son robots porque ser humanos sería muy peligroso.

Nuestra forma de sentir depende de las conexiones que se establecieron en nuestro cerebro como resultado de las experiencias que hemos tenido en nuestra vida. Los impulsos emocionales, eso que nos nace hacer, están grabados en el cerebro como patrones familiares de relación. La plasticidad del cerebro es una buena noticia, porque así como se aprendieron las reacciones emocionales permitidas y las prohibidas, también pueden aprenderse nuevas formas a partir de nuevas relaciones. Nuestras emociones son una evaluación de cada situación, una brújula, un termómetro, señales. Ir por la vida reprimiéndolas o dejándolas salir sin filtro nos deja sin herramientas para navegar el mundo más apaciblemente. El sentido de vacío o plenitud surge del mundo interno. Lo que sentimos al vivir, es susceptible de regulación para que no haya demasiado frío ni mucho calor. La inestabilidad emocional es difícil para quien la siente y también para los que le rodean. Sentimientos tan contradictorios nos hacen dudar sobre nuestra identidad: ¿Quiénes somos y quiénes son los otros? ¿Nos gusta quienes somos o nos odiamos? ¿Nuestros afectos son verdaderos o transitorios y accidentales?

La manera automática de emocionarnos puede desaprenderse mediante la palabra y la reflexión. También a partir de la recepción empática de ambientes nuevos, como los amigos, pareja, compañeros de trabajo, vecinos, comunidad. Muchas emociones quedaron fuera de nuestra experiencia emocional. Detrás del robot, hubo una falla sistemática en la erotización y cuidados del cuerpo y las relaciones importantes fueron mentales, intelectuales, pero no somáticas. Hay formas de expresar lo que sentimos que nos resultan útiles para estar bien intra e interpsíquicamente. Otras nos complican y ensombrecen la existencia. No sobra decir que los cambios emocionales se producen lentamente pero perder la esperanza en la transformación personal es como morirse en vida. Conocerse a uno mismo, a fondo, a pesar del miedo a los hallazgos, es una forma probadamente eficaz para combatir el dolor mental, mejor dicho, el dolor del alma.