¿ Hasta qué punto las propuestas teóricas del cerebro y lo mental se basan en conceptos como las representaciones mentales, el contenido de la información, o los procesos computacionales? Freud usa explícitamente el concepto de las representaciones mentales. Los teóricos del conductismo radical —entre ellos, Skinner— rechazan esa noción, y de una vez rechazan también los modelos computacionales y la idea de la “información” como la unidad básica para describir los procesos psicológicos. Otras teorías, como el enactivismo radical y la psicología ecológica, también rechazan los supuestos representacionales y computacionales. La neuropsicología clínica usa sin ambigüedades los conceptos de “información” y “representación”. A partir de Alan Baddeley, quien hizo la conceptualización pionera de la memoria de trabajo, la psicología cognitiva y las neurociencias han adoptado un modelo computacional.
La historia de la ciencia nos muestra que el término “computadora” se usaba inicialmente para referirse a personas que ejecutaban procesos de cálculo para solucionar problemas. Por analogía, las máquinas digitales para procesar información fueron llamadas “computadoras”, pero sería mejor llamarles “computadoras artificiales,” según un buen amigo y excelente filósofo, Axel Barceló. No sin cierta ironía usamos ahora la metáfora de la computadora digital para explicar el funcionamiento del cerebro humano.
PARA ANALIZAR LAS IMPLICACIONES del modelo computacional, quiero darle la palabra a Jorge Luis Borges: su relato La memoria de Shakespeare funciona como un experimento mental sobre la posibilidad de transferir un sistema completo de recuerdos de un ser humano a otro. La historia tiene la atmósfera de un cuento gótico: en una taberna, Hermann Soergel, el protagonista, recibe una tentación: un extraño le ofrece la memoria del más grande poeta de la lengua inglesa. No sabemos cuál es el mecanismo o el principio que hace posible la transferencia del sistema de recuerdos. Pero el protagonista acepta el obsequio y su vida mental se transforma. Pido una licencia poética para analizar el cuento como si fuera un experimento científico —no lo es— porque eso me da herramientas para discutir la metáfora computacional de la mente.
Antes de la transferencia, Hermann Soergel tenía una memoria conformada por el aprendizaje: sólo era capaz de evocar los recuerdos construidos mediante la experiencia de vivir en el mundo. Aunque su memoria era falible, el protagonista tenía un sentimiento de agencia y propiedad: los recuerdos eran suyos, y aparecían durante la evocación voluntaria. Aunque el dominio de estos recursos era imperfecto, había un sentimiento de balance, control y familiaridad con respecto a su propia memoria. Pero hay una maniobra experimental: la transferencia de una memoria ajena; ni más ni menos que la memoria de William Shakespeare. ¿Cuáles son los efectos de la intervención? Hermann Soergel experimenta recuerdos ajenos, que aparecen sin aviso, sin control voluntario, sin claves para su interpretación, sin el sentimiento de familiaridad que distingue a los recuerdos propios, personales. No sería justo decir que aparecen recuerdos impersonales, porque los recuerdos son de una persona —Shakespeare—, pero se trata de otro: son fragmentos de una experiencia ajena, copiada y pegada en la psique del protagonista. Cuando aparecen los recuerdos ajenos, la conciencia de Hermann Soergel los observa con extrañeza y desconcierto; no sabe qué significan, y no los interpreta como si él mismo fuera Shakespeare. Tristemente, los interpreta como eventos descontextualizados. Se podría decir que son eventos ajenos o alienígenas, a veces triviales y por momentos ominosos. Los eventos son cada vez más frecuentes y Hermann Soergel pierde el sentido de agencia que tenía antes de la intervención, y esto lo llena de angustia. Por esa razón ofrece la memoria de Shakespeare a un extraño. Y la transfiere. Pierde el milagro, pero recupera el dominio de sí mismo.
SI TOMAMOS EN SERIO EL JUEGO del escritor argentino, podríamos formular una hipótesis de trabajo a partir de La memoria de Shakespeare: la transferencia de los recuerdos de un sujeto a otro sería posible si los engramas de la memoria estuvieran constituidos por unidades de información que pudieran separarse del cuerpo humano. Para que esto fuera posible, se tendrían que cumplir algunas condiciones. En primer lugar, la información cognitiva tendría que ser independiente de su sustrato físico, neurobiológico. En su famoso texto de 1960, “Mentes y máquinas”, el filósofo estadunidense Hilary Putnam formuló esta tesis, que sería la forma canónica del modelo computacional de la mente. Putnam propone un modelo informático según el cual el sistema nervioso es como un hardware —el soporte físico de una computadora— mientras que la mente sería como un software, es decir, el sistema operativo y los programas que hacen funcionar a la computadora para realizar tareas específicas. Muchas personas se sienten atraídas por la idea de la mente como un conjunto de programas o “estados lógicos” que operan mediante un soporte físico o “estado estructural”, porque esto sugiere que la mente puede extraerse del cerebro como si fuera un programa informático, para instalarse en un dispositivo tecnológico. El propio Hilary Putnam hizo críticas más tarde a esta concepción y la calificó como “ciencia ficción”.
En el caso de las computadoras digitales, los programas se pueden extraer desde un dispositivo físico para ejecutarlo en otro: por ejemplo, puedo subir —o cargar— una imagen, un texto o un programa a una red informática o almacenarlo en una memoria externa, y reproducirlo o ejecutarlo en otro lugar, mediante otra computadora o teléfono celular. Esto no sucede en el caso de la memoria humana: los recuerdos de una persona no son información que podemos extraer desde un cerebro para “copiarlos y pegarlos”, y mucho menos aún para “cortarlos y pegarlos” en otro cerebro. En otras palabras, lo mental no se puede separar de su sustrato corporal. Esto frustra la fantasía tecnológica del momento: la idea de que podemos extraer los datos de nuestra consciencia para transferirlos a una red informática donde el sujeto tendría posibilidades de ser inmortal. Los teóricos del transhumanismo defienden esa propuesta. A mi juicio, es una versión tecnológica del viejo anhelo religioso de un alma eterna que habita transitoriamente un cuerpo mortal. Peor aún: la fantasía religiosa al menos promovía cierta humildad basada en el “temor a Dios”. Por el contrario, la fantasía transhumanista presume que el desarrollo tecnológico y la capacidad económica para pagar los beneficios son suficientes para alcanzar la inmortalidad de la conciencia.
“LO MENTAL NO SE PUEDE SEPARAR DE SU SUSTRATO CORPORAL. ESTO FRUSTRA LA FANTASÍA TECNOLÓGICA DEL MOMENTO.
