Una reunión de textos no tiene que ser la confirmación de una o varias trayectorias y tampoco una máquina de futuro que se pone a funcionar con la elaboración de apuestas. En cambio, algo que sí puede hacerse a partir de una antología es un diagnóstico de la literatura o la edición del momento. Para aclarar, vayamos a un ejemplo reciente: Habla, ciudad, un libro colectivo que quince editoriales mexicanas publican para conmemorar el Día Internacional del Libro y que puede examinarse como una ventana desde la cual es posible ver algunas de las maneras en que ciertas escritoras y escritores, editoras y editores, deciden enfrentar la actualidad.
Salta a la vista que, aunque una buena parte de estos textos se apegan a lo que se conoce como ficción (novela o cuento), otra parte transgrede las nociones establecidas yuxtaponiendo formas y combinando recursos en piezas de difícil clasificación. Queda claro también que, aunque el territorio creado es dominado por el español, la antología es multilingüe, incluyendo traducciones del francés, inglés e italiano. La noción de territorio se manifiesta de diversas maneras, aunque no siempre de forma explícita como un concepto geográfico delimitado. Más bien, el territorio se presenta como un espacio vivido, apropiado, disputado y cargado de significados sociales, culturales y emocionales. Tal vez, como asegura Miguel Orduña Carson dentro de la colección “la ciudad” —y aquí yo agrego la antología está—:
Definida por el modo en que socialmente se usaban y se ocupaban los espacios. Para entender esta dialéctica entre planeación y ocupación de la ciudad, es necesario señalar que una urbe es también un lugar de conflicto, donde instituciones y grupos sociales, asociaciones mercantiles, familias de notables, vagos, productores, rufianes, grandes personalidades, infantes, inmigrantes y parias, entre otros tantos actores, pelean la posibilidad de ocupar el espacio urbano.
Se incluyen textos que son apoyados por grupos editoriales pequeños o medianos con aspiraciones comerciales (de Almadía a Antílope pasando por Elefanta, La Cifra y Grano de Sal), conformando así un grupo de autores conocidos y bastante comentados en el circuito nacional, y algunos aún en el internacional. La antología también ofrece escritos publicados por editoriales que buscan armar un catálogo coherente y con una identidad propia (Gris Tormenta, la de mayor alcance, Aquelarre, Canta Mares, Festina, Dharma Books y Minerva Editorial, son otras que se caracterizan por tener un enfoque temático, genérico o de interés particular que define su identidad editorial de manera más marcada), así como editores “artesanales”, que ponen un fuerte énfasis en el cuidado de la producción y a menudo tienen una gestión más directa y personal, tales como Impronta, Alacraña, Palíndroma o Polilla Editorial.
En esta selección abundan los autores locales (Mariana Giacomán, Siobhan Guerrero, Raúl Zurita, Carlos Ferráez, Miguel Orduña, Jorge Comensal, Santiago Solís, Pablo Katchadjian) y quienes escriben en español desde el otro lado del Atlántico (Antonio Jiménez Morato y Mateo Alemán), pero también hay escritores que lo hacen en otras lenguas: italiano (Amalia Guglielminetti), inglés (F. J. Erskine) y francés (Lyonel Trouillot, David Le Breton, Gilles Sebhan).
La antología transmite al lector una imagen general caleidoscópica y vibrante de la ciudad latinoamericana. No es una imagen unificada ni homogénea
AUNQUE HABLA, CIUDAD tiende a centrarse en experiencias urbanas significativas, que a menudo ocurren en grandes centros, algunas características de ciudades podrían considerarse menos hegemónicas en el sentido de no ser las capitales políticas o los centros económicos y culturales primarios de sus respectivos países. “Caminata urbana” presenta un espacio urbano más descentralizado y quizás con una influencia menos dominante y “Testimonios de un globo” o “Bicentenario” describen experiencias barriales o periféricas dentro de grandes ciudades.
La antología transmite al lector una imagen general caleidoscópica y vibrante de la ciudad latinoamericana. No es una imagen unificada ni homogénea, sino más bien una superposición de múltiples capas, perspectivas y experiencias que coexisten en tensión y riqueza. Para el lector, esta imagen proviene de (al menos) tres direcciones. En un momento se percibe como si estuviera escuchando una sinfonía desafinada, pero fascinante, compuesta por innumerables voces que narran sus vivencias urbanas; por ejemplo, en “Testimonios de un globo”. En otro se presenta como un mosaico de experiencias, una baldosa fragmentada pero evocadora, en donde cada texto es una tesela que representa una faceta particular de la ciudad: la caminata solitaria, en “Caminata urbana” de David Le Breton; o “Por un beso” de Amalia Guglielminetti; el tráfico caótico, por ejemplo, “Avenida Insurgentes” de Mariana Giacomán; los recuerdos de infancia en un barrio, en “Bicentenario” de Lyonel Trouillot. Hay un tercer movimiento donde la ciudad se revela como un palimpsesto donde diferentes épocas se superponen. Las huellas del pasado colonial, las cicatrices de la modernización y las urgencias del presente se inscriben en las calles, los edificios y las memorias de sus habitantes. La antología captura esta sedimentación temporal, mostrando cómo el pasado informa y moldea el presente urbano.
Las antologías no deben confirmar jerarquía alguna, sino contener —como diría Cristina Rivera Garza— mucho espacio. Eso es Habla, ciudad, un espacio donde la belleza coexiste con la dureza, la memoria con el olvido, y la individualidad con la multitud. Es una invitación a explorar las múltiples caras de la experiencia urbana —y de la edición— sin buscar una respuesta única, sino abrazando su rica y compleja diversidad.
