El más bastardo de los géneros

Desde un género que admite posibilidades múltiples, enfocado de manera especial en el registro histórico,
sin descartar el ensayo literario ni los recursos narrativos, Federico Guzmán Rubio —colaborador habitual
de este suplemento— publica el resultado de sus incursiones por tres países de América Latina. Es un volumen
que revive el peso, el dolor de las utopías vencidas o arrasadas por crímenes atroces. Las huellas
permanecen ahí. El cronista acude en su búsqueda para lograr un panorama histórico y cultural que cala hondo.

El miembro fantasma
El miembro fantasma
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Federico Guzmán Rubio (México, 1977) es uno de nuestros escritores que más sabe de la historia latinoamericana y de su literatura. Su obra ha tenido mayor difusión en el extranjero que en México, el libro de cuentos Los andantes (VIII Premio de Narrativa Caja Madrid, 2010) y su novela Será mañana (Lengua de trapo, 2012), publicados ambos en España —y la novela también en Argentina—, son prueba de ello.

Debido a la personalidad errante, el autor es un cronista que conjuga la perspectiva del erudito con la intuición del izquierdista perspicaz. No resulta azaroso que muchas editoriales mexicanas, que brillan por su ignorancia, no sepan asir ni justipreciar a un escritor de estas características. Sin embargo, no hay vocación a la que se pueda detener ni talento al que reprimir, y la editorial Los libros del perro acertó al publicar El miembro fantasma (México, 2021), libro de crónicas político-literarias.

Estas crónicas, que a veces son ensayos literarios, persiguen unir varios objetivos, cumplir el itinerario más complejo posible, encontrar la mejor historia del mundo

Incitado por varios planes de viaje y de escritura, Guzmán Rubio reúne tres largas crónicas sobre El Salvador, Uruguay y Argentina. A partir del proyecto de recuperar la memoria de la guerra civil durante los años ochenta, localizar la cárcel de Punta Carretas, saber quiénes fueron los Tupamaros, en Uruguay, y recuperar la memoria de lo que fue la dictadura militar en Argentina, el autor peregrina en estos países, donde el viaje depara giros narrativos, el contacto con seres entrañables y el conocimiento de momentos épicos. Incluso estos episodios alcanzan la altura de una buena película de Pontecorvo o Gavras, como en el momento en que en El Salvador lograron disfrazar una bomba de planta de luz para que el sanguinario coronel Domingo Monterrosa la decomisara, adjudicándose una victoria contra la guerrilla, pero que con ello encontrara la muerte:

Poco después, volvió a elevarse el helicóptero [con la bomba]. Si el control remoto no servía, el disparador del altímetro debía activarse al llegar a la altura de la soberbia de Monterrosa: 1,500 metros sobre el nivel del mar. Eran dos oportunidades de ajusticiar al genocida. Casi cuando volaba por encima de ellos, los guerrilleros apretaron el control remoto y una inmensa bola de fuego iluminó la mañana radiante de Morazán (p. 75).

Pero no se trata de un volumen que encomie la violencia per se, sino de un ejercicio de la memoria que no admite concesiones:

Confieso que estoy algo nervio-so mientras conduzco hacia El Mozote, el sitio donde hace cuarenta años —¿es mucho o es nada?— el ejército masacró a mil civiles desarmados, en lo que probablemente siga siendo la peor masacre cometida en el hemisferio occidental al menos desde la Segunda Guerra Mundial (p. 87).

EN ALUSIÓN AL SÍNDROME que padece quien haya perdido un miembro del cuerpo y en quien surge, como reflejo, la sensación de tener comezón o cosquillas, Federico ha hecho una analogía afortunada con el ideal que nunca se materializó, la utopía latinoamericana. Ese pasado que tanto se persiguió en nuestros países pero al que la aplastante realidad represiva, dictatorial y, en todos los casos, neoliberal, terminó por imponerse. Desde sus libros anteriores, como en Será mañana, cuyo protagonista, Barrunte, un ser inmortal, viaja por diferentes momentos de insurrección política, Guzmán Rubio ha mostrado una amalgama entre las preocupaciones políticas y una prosa vertiginosa y contundente. El resultado, en muchos sentidos, es un libro que ejercita la memoria a la vez que refresca, en esta ocasión, al “más bastardo de los géneros”, como Federico define a la crónica, pero que, en general, renueva la prosa sin cortapisas.

ES UN LIBRO FASCINANTE que nos sumerge en tres países muy disímiles, pero con un pasado bélico y asesino. El Salvador de la guerrilla contra su gobierno corrupto, el Uruguay de los Tupamaros (ver la respuesta del autor a la pregunta: “¿Quiénes fueron los Tupamaros?”, pp. 152-166), el de la huida legendaria de ciento seis presos y también del semanario Marcha y la literatura de Onetti. Por último, la Argentina de las villas miseria, de Walsh y Borges; porque tarde o temprano, siempre se termina hablando de ellos.

Por esto no es extraño que en este buen narrador —ahora metido a cronista— haya una mirada en la que se proyecta él mismo. “Todos los mundos están en éste”, le responde Federico a un esbirro trasnochado de la dictadura uruguaya, pero que, más allá del episodio, nos deja ver la forma en que el autor concibe el mundo con su abigarrada complejidad. Pues si en este mundo podemos encontrar todos, las utopías pasadas pueden revivir y andar como si las acabáramos de sacar de la cripta.

Estas crónicas, que a veces son ensayos literarios, persiguen unir varios objetivos, cumplir el itinerario más complejo que sea posible, encontrar la mejor historia del mundo o hablar de una ruta de la que nadie quiere hacerlo, lo cual me recuerda la solidaridad con los más pobres de la que hablaba Juan Goytisolo, la mis-ma que nos propone romper con la visión clasemediera con la que se turistea, negando la historia latente, ésa que aún se escucha gritar en las crujías y pasillos de la ESMA, de Buenos Aires, o al disfrazar la cárcel Punta Carretas de centro comercial, en el Uruguay, pero que permanece como un clavo ardiente en la memoria.