Carter, el honor y la violencia

Si pensamos en cine de acción aparecen en nuestra pantalla mental balazos, borbotones de sangre y una dosis
no regulada de adrenalina. En efecto, es lo que ofrecen las películas en torno a Jack Carter,
protagonista de una exitosa novela de Ted Lewis, llevada al cine en 1971 y en el 2000. El detalle
es que este gangster introdujo rasgos peculiares: derrochaba elegancia y perseguía
la honorabilidad. Ricardo Guzmán Wolffer revisa ambos tratamientos, a medio siglo de aquella primera cinta.

Get Carter
Get CarterFuente: moreliafilmfest.com
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Entre las muchas facetas actorales de Michael Caine está la del inglés duro. Esa imagen se creó e inmortalizó con el personaje de Jack Carter, que interpretó para el filme Get Carter (Atrapen a Carter, 1971), del director Mike Hodges, basado en la novela Carter o Jack’s Return Home (1970), de Ted Lewis. Esa novela tuvo tal éxito que llevó al autor a escribir un segundo libro, pero como Carter es acribillado en el primero, sólo tuvo la opción de escribir una precuela, Jack Carter’s Law o La ley de Carter (1974), que aún no es llevada a la pantalla. La fuerza del personaje motivó a Sylvester Stallone a recrear el filme con una nueva Get Carter (2000, traducida como El implacable), donde el otrora Rocky encuentra nuevos sparrings para golpear, navajear y disparar. Así logra, a manos del talentoso director Stephen Kay, una de sus mejores interpretaciones en medio de tantos churrazos.

LA VIOLENCIA CRIMINAL

Carter es un gangster que hoy parece común, pero hace cincuenta años escandalizó por sumar aptitudes como golpear sin miramientos, beber como los grandes, matar sin parpadear, disparar escopetas como quien mastica chicle y cumplir las encomiendas de sus jefes. La delicadeza con las mujeres no es lo suyo.

Eso lo convirtió en un buen trabajador, pero tiene un pequeño defecto: le gusta la mujer de uno de sus patrones y, además de acostarse con ella (muy gráficamente descrito en las novelas), desea derrocar a los superiores para tomar el negocio junto a la amante o, si esto se complica, fugarse de novios, que para eso han trabajado tanto. Hasta ahí todo va bien, pero el hermano de Jack ha muerto y él regresa a casa para aclarar las cosas a su manera. Esencialmente ambas películas respetan esta trama.

Parte de la trascendencia de Caine y Stallone es interpretar a un matón elegante. Los trajes y demás utensilios de adorno no están peleados con los escopetazos a bocajarro. La naturalidad en la interpretación de ambos lleva a repensar las posibilidades actorales perdidas del Rambo de Reagan y a cuestionarse muchos papeles menores de Caine.

En una época en la que los narcos son referentes de todo tipo de delitos (secuestro, trata de blancas y menores, pornografía infantil, contrabando de todo tipo y muchísimos más) las películas y los libros de Carter parecerían sencillos por contener temas de pornografía y prostitución como eje de la violencia criminal. Sin embargo, la vigencia de las obras es recordarnos el impacto brutal de tales delitos para las víctimas directas e indirectas.

En un mar de impunidad, bastaría ver el rostro de una niña obligada a prostituirse para entender el infierno más abyecto. Carter es un asesino. Por tanto, pobre de aquél que no coopere con sus pesquisas, pero tiene claro que ciertos crímenes no merecen perdón ni olvido. Circulando por bares de distintas categorías, entre policías corruptos y otros dispuestos a morir en el cumplimiento de la ley, Caine dará persecuciones y golpizas inolvidables, bien recreadas en la versión del 2000.

En un mar de impunidad, bastaría ver el rostro de una niña obligada a prostituirse para entender el infierno más abyecto. Carter es un asesino

GLORIFICAR A LOS VIOLENTOS

De las cuatro obras, pareciera que la precuela es la menor en un nivel temático, pero es un refuerzo espectacular en la construcción del personaje. Carter debe buscar a un soplón que está a punto de acabar con él y sus jefes. Al final lo encontrará, pero el lector se habrá enfrentado a la esperada brutalidad verbal, sexual y física del personaje. Más un cuento largo que una novela, la precuela de Carter da al público exactamente lo reclamado.

En su biografía,1 Caine señala que, en la película, su intención era mostrar las consecuencias de la violencia, “y eso es lo que raramente muestra el cine. Es una especie de pornografía: los personajes reciben un palo tras otro y en su siguiente aparición sólo llevan una tirita, ni siquiera tienen un ojo morado o han perdido un diente. Si uno fuese víctima de la violencia que vemos en las películas, acabaría en el hospital o muerto”.

Aunque menciona que no se propuso glorificar a los violentos en una sociedad igualmente rabiosa, termina por hacerlo. Si Carter busca preservar el honor familiar, los métodos que suele emplear no dejan lugar a dudas: el filme funciona por la violencia al parecer inevitable y apenas recordamos esa honestidad buscada. En un mundo donde la vida de mujeres jóvenes apenas vale unos tragos, donde la extorsión es cotidiana y el dinero ensucia a todos, poco puede esperarse de la honorabilidad de estos salvajes.

El ambiente sórdido de las novelas es calcado en las películas, para tocar finamente el naturalismo que tan cercano nos es desde Santa, de Federico Gamboa, a inicios del siglo XX: el gris interior de violencia, soledad y desesperanza de los personajes corresponde con la lluviosa Seattle del Carter de Stallone y la derruida Newcastle, de Caine. Carter acusa los excesos de bebida y violencia, pero no se dobla a pesar de las golpizas; sin embargo, hay una tristeza que lo glorifica. Su intención de buscar el honor lo empareja con los antihéroes de otras latitudes. Es opinable si tanta violencia puede ser heroica, pero la necesidad de saber la causa de la muerte del hermano termina por ser la búsqueda esencial de cualquier ser humano.

Entre los muchos personajes tanto de películas como de novelas noir, Jack Carter destaca y evidencia que medio siglo no es nada. Y cuidado con pensar lo contrario.

Nota

1 Michael Caine, La gran vida (The Elephant to Hollywood), Fulgencio Pimentel Editor, Logroño, 2020.