"Cinco fragmentos autobiográficos", de Juan Vicente Melo / Presentación

Juan Vicente Melo.
Juan Vicente Melo.Foto: Especial
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PRESENTACIÓN

JUAN JAVIER MORA-RIVERA

El siguiente texto de Juan Vicente Melo (1932-1996) fue publicado en la prensa local de Xalapa, gracias al interés del periodista Manuel Antonio Santiago, quien editaba el suplemento cultural “Enfoques” en el periódico de circulación regional Gráfico de Xalapa. Para entonces, Melo hacía presencia en la escena cultural universitaria de la capital de Veracruz rodeado de la fama y el mito que su estancia en México y La obediencia nocturna le habían prodigado apenas cinco lustros atrás, como sostienen por separado Guillermo Villar, Rafael Antúnez y José de la Colina.

En la edición 21 del 1 de abril de 1984, Melo decidió contar, al estilo de su Autobiografía (1967), cinco episodios alrededor de sus libros más entrañables, aunque más difíciles: inicia con la decepción, las circunstancias y los sinsabores alrededor de su opera prima, La noche alucinada (1956), financiada por su padre y que más que un orgullo, en su memoria pesaba por los amargos recuerdos familiares, principalmente asociados a la muerte de su madre, Cathy, sucedida en ese mismo año, y de su abuelo paterno, Vicente Melo del Río, quien le heredara su primera biblioteca en casa.

El segundo fragmento atiende a la génesis bienaventurada de Los muros enemigos, el volumen 44 de la serie Ficción (Universidad Veracruzana, 1962), publicado a petición expresa de Sergio Galindo, y que por su fcalidad compitió por el Premio Xavier Villaurrutia de 1964, a la par de Infierno de todos (1963), de Sergio Pitol, Los errores (1964), de José Revueltas y Los albañiles (1964), de Vicente Leñero.

Está después su repaso a Fin de semana (1964), donde la perfección y el orden resultan lo más admirable de esa breve trilogía cuentística, como advierte en un primer momento Juan García Ponce, y que a decir de Huberto Batis se explica a partir de “la técnica de elaboración de Juan Vicente Melo, modernísima; tiende al cierre cíclico: segmentos que en sí tienen vida propia pero que, al fin, como que proceden de experiencias unitarias, terminan por unirse en armonía”.

La cuarta pieza versa sobre La obediencia nocturna (1969), donde motivos y temas presentes (el rencor, la castración, la nostalgia, la catástrofe), son el escenario portentoso, extraño y fascinante del “collage en el que Céline resulta homenajeado de la misma manera que Tomás Segovia, Pixie Hopkin, Octavio Paz o José Carlos Becerra”, según explicó Melo en 1968, al prologar el primer adelanto de la novela, y que a decir de Segovia se dinamiza gracias al alcohol, al “alcohol del diablo”.

Finalmente, ofrece novedades cercanas a los años ochentas: confesiones respecto de sus dos últimos proyectos, La rueca de Onfalia (1996) y, tangencialmente, Notas sin música (1990). La primera fue editada póstumamente en la Universidad Veracruzana. Al parecer, no convenció a los dictaminadores del Fondo de Cultura Económica y su serie Letras Mexicanas. Entonces tuvo lugar la compilación, realizada por Alberto Paredes, de una parte mínima de su crítica musical. De esa forma, Melo se integró al catálogo del Fondo de Cultura, sin que hasta la fecha ese volumen haya merecido una reedición. El título propuesto por Melo es un autohomenaje a su primera columna sobre el tema (1960), publicada con regularidad en el suplemento “México en la Cultura”, espacio que heredó por su admirada Esperanza Pulido, amiga, maestra e impulsora de temas y obsesiones de Melo respecto de la música y la literatura.

Esta breve suma de recuerdos de Melo son apenas piezas recuperadas, provechosas para completar el rompecabezas que fue su atribulada vida literaria, artística y personal, y que en el caso de Juan Vicente Melo, confluyen casi siempre en un mismo destino.