Libaneses inmigrantes en México

¿Qué significa pertenecer a un grupo humano, a una historia y una lengua lejanas? En específico: ¿qué representan esos conceptos cuando se vive en un espacio diferente e incluso se adopta otra nacionalidad?
Estas reflexiones subyacen el más reciente libro de Carlos Martínez Assad, sociólogo, historiador, investigador
mexicano: en él explora cómo los inmigrantes libaneses en nuestro país asimilaron las narrativas
de su infancia y las reconciliaron hasta conformar una libanesidad: una manera particular de asumir su bagaje cultural.

Libaneses inmigrantes en México.
Libaneses inmigrantes en México.Foto: Especial
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Adiferencia de otros trabajos sobre comunidades llegadas a nuestro país, Libaneses. Hechos e imaginario de los inmigrantes en México, de Carlos Martínez Assad (IIS-UNAM, México, 2022), es fruto de un proceso de añejamiento. Como indica el autor, acumula las fuentes que estuvieron a su alcance y, podemos constatar, consultó todo archivo posible: públicos, eclesiales, privados, legajos de migración, de naturalización, del Servicio Secreto y otros con los que fue nutriendo testimonios acumulados desde su infancia. Y es que al nacer en una familia de origen libanés pudo escuchar relatos, motivos para abandonar la tierra de origen, anécdotas y cómo fueron recibidos en suelo mexicano. La investigación se alimenta de conversaciones que escuchó y preguntas que siempre hizo, sin adivinar que un día desembocarían en un texto que busca el conocimiento sobre la migración libanesa a México.

ENTENDER, HACER más comprensible ese pasado y transmitirlo fue su cometido. Para ello no sólo se sumergió en esas capas de la memoria acumulada hasta llegar a la médula. También, en el trayecto, ha reflexionado sobre lo que significa ser libanés, sobre cómo fueron asimilando aquellos inmigrantes las narrativas con las que crecieron hasta reconciliarse con su naciente nacionalidad, cómo la forjaron con diversas fantasías hasta crear una libanesidad, una forma de ser libanés en el mundo, que tuvo una fortísima influencia de la gran diáspora del Monte Líbano en los cinco continentes.

Este libro es producto de miles de horas de lectura, de haber caminado callejones en La Merced, andado en poblados en Hidalgo o Yucatán, hecho cientos de entrevistas a descendientes de libaneses y de otros pueblos de Levante, incluidos los primeros viajeros, con su peculiar español. El autor ha recopilado también miles de fotos: las ha usado para identificar personajes al charlar con inmigrantes, para abundar sobre el evento, disecar la fotografía como documento social, hacer exposiciones y darles uso documental.

Además, ha departido con inmigrantes en esas tertulias donde se habla de la patria con un vaso de Arak (licor de uva anisado) y se cantan canciones en árabe, aflorando la nostalgia por el Bled (designa la tierra matria). Con el tiempo fue a Líbano. Allá reunió reflexiones como las antes vertidas en sus novelas En el verano la tierra (1994) y La casa de las once puertas (2015), o en el libro de viajes Memoria de Líbano (2003). También consultó documentos que probaran los procesos que había escuchado y consideraba dudosos. Por décadas se nutrió de charlas con personajes fundamentales de Medio Oriente en México, con la filósofa Ikram Antaki, obispos, empresarios, presidentes de organizaciones, artistas y comerciantes, más un largo etcétera con libaneses de todos los orígenes: maronitas, ortodoxos, drusos, musulmanes, armenios... A través de la pluma de Martínez Assad aportan experiencias de una migración que inicia en el siglo XIX y continúa hasta hoy.

EL LIBRO TRAZA LA PRESENCIA del clero maronita desde 1875, cuando llegó Bulos Al-Hasrouni, líder espiritual y juez a la usanza tradicional, quien logró que muchos miembros de la comunidad regresaran “a la voluntad de Dios y empezaran a practicar la confesión”. Es importante notar que, como cristianos, los maronitas no tuvieron restricciones para ingresar al país, además de que la Iglesia católica les otorgó facilidades, en especial a partir de 1906 cuando se dio la primera misa en arameo de que se tiene registro, en la pequeña Iglesia de La Candelarita, en La Merced. En el mismo barrio se les concedería después el Templo de Balvanera para que fuese de rito maronita; en 1995, ese edificio se convertiría en sede de la Catedral de San Marón.

Sólo si uno conoce a profundidad los procesos de una comunidad y las vidas de muchos de sus personajes puede distinguir las historias más representativas, que sirven para presentar un panorama general al lector. En un capítulo, Martínez Assad escoge, del universo de empresarios y comerciantes, a Khalil (Julián) Slim y a Dib Morillo. A través de ellos muestra a la colectividad de inmigrantes, sus vidas, las dificultades en el vértigo de la historia que les tocó vivir.

El testimonio de Dib Morillo es conmovedor y bien podría ser la narración de muchos otros viajeros de Medio Oriente que lograron escapar de un futuro poco alentador, que tenían parientes en América a quienes se unirían. Como dice el escritor, sorprende la tranquilidad con la que narra un trayecto que es una verdadera odisea.

Julián Slim, por su parte, fue un referente y fungió como aval por la mercancía que proporcionaba para que paisanos se dedicaran al comercio ambulante. Durante la Revolución algunos perdieron todo. Otros, en cambio, tuvieron éxito; ya en los veinte y treinta llegó la sedentarización, con negocios establecidos y en muchos casos, ascenso social. En cada estado de la República hay libaneses y descendientes, con mayor proporción en la capital, Veracruz, Yucatán, Puebla, Coahuila.

En términos culturales, los aportes de los libaneses son enormes. Carlos Martínez Assad lo sabe y ofrece una síntesis que incluye cineastas, poetas, escritores, compositores, políticos. Libaneses. Hechos e imaginario de los inmigrantes en México es un referente imprescindible para todo aquel interesado en las otras raíces de la multiculturalidad mexicana.