The Bear recetas para apantallar al público

Daniel Herrera analiza la serie estadunidense de comedia dramática, The Bear, la cual retrata con un ritmo frenético el estrés y la exigencia que se respira en las cocinas, las tensiones descarnadas entre los chefs y cocineros, los lazos afectivos y el equilibrio mental que, en medio de un caos angustiante y sin seguir una predecible narrativa, causa que el espectador tal vez no tenga muy claro lo que sucede

The Bear
The BearFoto: Beta Series
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Tal vez el cliché de las cocinas como un lugar infernal comenzó a fraguarse cuando el chef Ramsay humillaba a los participantes en los distintos realities que construyeron su fama como un hombre intolerante, explosivo e iracundo. Algo que tal vez sea sólo una fachada para conseguir éxito y dinero. 

Aunque en el cine existen películas sobre la vida detrás de los restaurantes, en la televisión el tema ha sido dominado por los realities y las personalidades que cocinan frente a la cámara. Algunos suaves y amables, como Jamie Oliver, Nigella Lawson o nuestra Chepina Peralta. Otros menos amables y bastante burlones, como el insufrible ya citado Gordon Ramsay o el genial e inteligente Anthony Bourdain. 

Entonces, cuando una serie convierte la cocina de un restaurante en el centro de toda la narrativa, parece que está explorando un terreno virgen y tiene la oportunidad de marcar la historia de la televisión por mucho tiempo.

En cambio, The Bear, con toda la expectativa que tenía para crear una serie perdurable, se pierde en historias, dramas inocuos con algunos toques optimistas de transformación y un arco narrativo que parece no ir a ningún lado, por lo menos hasta la segunda temporada. 

El secreto de la serie es su ritmo trepidante que funciona durante la primera temporada y que se afloja en la segunda a excepción de algunos capítulos en donde retoman la edición y el ruido de fondo como una manera de crear tensión y ansiedad en el televidente.

El asunto es que no hay forma de crear una serie sólida utilizando sólo la parafernalia de la técnica. Durante la primera temporada casi no existe un momento de respiro. Cuando iba a la mitad de los capítulos, que por fortuna duran en promedio cada uno treinta minutos, me pregunté si será verdad que las cocinas de los restaurantes son así de caóticas, imprevisibles, neuróticas y violentas. 

Entiendo que no se trata de ser verosímil. Que a la televisión se le debe dar acción constante. Que no está hecha para la contemplación del universo ni para la reflexión profunda, aunque existan series que contradicen esta afirmación. Pero, ¿es necesario sostener capítulos enteros con ese ritmo? ¿Hasta dónde se puede llevar? Los mismos creadores parecieron responder con el último capítulo de la primera temporada, que se marina a fuego lento y se convierte en el más efectivo. Es hasta entonces que descubrimos el hilo conductor de la historia: la relación del protagonista, Carmy Berzatto, con su hermano mayor, Mikey. 

The Bear, con toda la expectativa que tenía para crear una serie perdurable, se pierde en historias, dramas inocuos

Y si no he explicado aquí de qué trata The Bear es porque la misma serie no lo da a entender con claridad. Pareciera que es una serie sobre una familia. Entonces todo cambia y entendemos que es una serie sobre la relación de dos hermanos. Luego comprendemos que es una serie sobre la relación de todos los que integran un restaurante. Después, en la segunda temporada, la serie es sobre cómo abrir un restaurante en medio de una recesión.

La fortaleza de The Bear es también su debilidad. Abraza a tantos personajes y sus ramificaciones que termina perdiéndolos al no poder explorar sus historias y la narración principal que gira, en realidad, alrededor de un local comercial. Al mismo tiempo, por momentos da la impresión que la edición frenética y el ruido de fondo son más una distracción que una forma fundamental de narrar. Afirmo lo anterior porque se introducen estos elementos durante secuencias que en realidad no pasa nada importante. Pareciera que los problemas que sufren los protagonistas son de gran peso para la historia, pero en realidad no le agregan nada ni definen las características de cada uno de ellos. En pocas palabras, el lenguaje de la serie es excesivo y preciosista, pero en versión neurótica. 

Las actuaciones son magníficas, dirán algunos. No hay duda que cada uno de los participantes sabe sostener su personaje. No se diga la participación de invitados como Bob Odenkirk como el tío Lee, o la grandísima Jamie Lee Curtis como la madre del protagonista. El asunto es que incluso ese capítulo que muestra de dónde vienen todos los problemas de Carmy, resulta largo y algo tedioso, repleto de cortes rápidos y edición frenética cuando se percibe que la historia comienza a ser monótona. Lo más sorprendente es que en tan poco tiempo, por ejemplo, ese capítulo dura una hora; en tan poco tiempo una historia familiar que intenta rememorar la gran tradición estadunidense por retratar a las familias clasemedieras disfuncionales se caiga narrativamente con tanta facilidad. Tienen todo para lograrlo, un protagonista inseguro, su hermano bully y encantador, una hermana apurada por todos, una madre con múltiples problemas psiquiátricos, un tío gangster y otro cínico y ajeno a la tradición familiar. Hay más, un par de primos imbéciles que intentan ser los graciosos de la historia, una prima madura que quiere ayudar al protagonista, un primo que quisiera parecerse al hermano mayor y una escena de violencia intrafamiliar que arruina toda la cena de Navidad. A pesar de todo, algo sucedió con el creador que termina echando a perder un platillo con tan excelentes ingredientes salándolo con neurastenia impostada.

Sigo intentando entender cómo es que una serie como The Bear se convierte en la más celebrada tan rápido. Espero entenderlo para cuando se estrenen las temporadas tres y cuatro ya confirmadas. Mientras tanto, pienso que una excelente edición y muchos gritos no son suficientes para crear una serie de calidad.