LA UTORA

Eres más que ese desgarro

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hace días dije en esta columna que fui violada en la infancia por Felipe Santibáñez Escobar, mi hermano, siendo él mayor de edad.

En el marco del #8M me abrí entera y tuve temor de la reacción en redes. En cambio, un alud de mensajes ha rodeado con palabras suaves a la niña de ocho años, domesticada. Silenciosa a la fuerza. A ella le cuesta creer que tanta gente la escuche hoy. La acompañe. Cómo es posible. Esa Julia pequeña y la mujer actual agradecemos en el tuétano los gestos de respaldo expresados en persona, por WhatsApp, correo, Facebook, Twitter, Instagram. No se imaginan cuánto contribuyen a esta sonrisa aligerada. Más mía.

Sé que puede ser inexplicable oírme decir estoy contenta. Lo explico: por décadas, en distintas etapas me dediqué a dolerme, a duelearme en terapia y fuera de ella. Lloré cantidad. Escribí tanto. Analicé los recuerdos desde todo ángulo posible. Acepté las cicatrices. Para mí, la novedad radica en pronunciar el nombre, cerrar el proceso abrazando a esa yo chiquita. Necesité largo tiempo para estar lista y por fin le cumplí, pero para quien se entera por primera vez resulta insólito saberme muy bien. Ahora lo estoy, por fortuna.

Al mismo tiempo, ha sido duro recibir docenas de comunicaciones de mujeres y algunos hombres que se identifican conmigo: “Mi mamá se va a romper si se entera de que mi abuelo me tocaba”, “aunque me freno de revelarlo públicamente, me urge hablar de eso”, “yo también sufrí abuso en casa, pero no me he atrevido a confesarlo”, “me angustia denunciar a mi primo”, “jamás lo he abierto en familia, gracias por decirlo tú”, “necesito pasar de la culpa al enojo para exhibir a mi papá, quien me obligó por años”. Cala hondo la normalización, tanto del atropello en ámbitos íntimos como del silencio que hiere a los más vulnerables. El sistema enseña a cuidar sobre todo el apellido o la iglesia o la escuela (como el Tecmilenio). No. Primero va el bienestar de los menores, también de las niñas vendidas en matrimonio hoy en México, a tipos de hasta 70 años.

Me piden consejo, así que comento los dos apoyos que me ayudaron a tomar las riendas: 1) desgranar la infamia en un espacio seguro, como una terapia psicológica confiable, asumiendo que toma tiempo procesarla; 2) acudir a la literatura, porque conocer otros casos de trauma en los primeros años alivia la soledad. La suaviza. Recomiendo magníficos testimonios literarios recientes: Triste tigre, de Neige Sinno; Por qué volvías cada verano, de Belén López Peiró, y El consentimiento, de Vanessa Springora.

Ojalá quienes pasamos por este tipo de agresión dejemos de volver el desprecio contra nuestro propio cuerpo, “engordar veinte kilos, por ejemplo”, “[sustraernos] voluntariamente al deseo” o asumirnos como “mercancía deteriorada, contaminada”, apunta Virginie Despentes en Teoría King Kong. Tú y yo somos más que ese desgarro. Mucho más.

julia.santibanez@razon.com.mx / @JSantibanez00