¿Nos vamos todos al hoyo como país porque “los jueces no se eligen” y “para que el mundo aprenda que el populismo destruye”? ¿Dejamos que la próxima vez que una gran empresa monopólica se ampare, el caso lo resuelva un corrupto convertido en juez por azar? No estoy en ese estado de ánimo autodestructivo y he ido buscando indicios para lidiar con el experimento de la elección judicial.
Una columnista financiera escribe que, en mi distrito (alcaldías Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo), va para juez de competencia económica una profesora de la UNAM, Liliana Elizabeth Vez Félix. Ya revisé su CV. Por lo pronto es mi opción. Ella trabajaba en el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), los que se quejan de su desaparición al menos podrían apoyar a su personal.
Dos candidatas a magistradas en materia de trabajo han dejado sus volantes en mi garaje. Una tiene un slogan mejor: “Tu derecho es mi deber”. Porque la otra, Luz María, jugó con su nombre: “Donde hay luz hay justicia”. ¿Voto por la primera? No es tan fácil. Para que no se disperse el voto, necesitamos guiarnos por “listas independientes, ajenas a la coalición gobernante”, como ha propuesto José Woldenberg (yo agrego: ajenas a los partidos políticos en general).

¿A quién le importa?
“Ya está escrito quién ganará, decidirán los sindicatos”, me dice un fan de las teorías de la conspiración comunista (una vez también aseguró que algunos pordioseros son, en realidad, ricos: “hice la cuenta de lo que reciben en los semáforos y ganan muchísimo”). Él confunde el hecho real de que el voto morenista está decantado para ministras de la Corte, con una operación perfectamente orquestada para todos los demás cargos.
Sí. Surgen más escándalos sobre Zaldívar y sus maniobras para colocar a sus favoritos. Hay notas periodísticas sobre la intervención de los gobernadores. Pero si a muchas dictaduras las han derrotado los votos, con mayor razón a los sistemas autoritarios nacientes. El problema es cómo coordinarnos quienes queremos un Poder Judicial independiente.
No podrá haber, sobre todo en esta ocasión, electores omniscientes, que identifiquen a 30 candidatos por sus méritos, pero sí ciudadanos informados de algunos buenos aspirantes. Se vale ir a votar por algunos y dejar otras opciones en blanco. Nadie conocerá todas las buenas razones para votar por alguien (sentencias previas, trayectoria, no militancia partidista, videos brillantes en TikTok, etc.), pero diferentes electores se verán motivados por diferentes buenas razones. Después de todo, en la vida diaria estamos entrenados para distinguir a personas veraces de charlatanes, a gente honesta de defraudadores.
El problema es que el voto se dispersará. El milagro ciudadano consistiría en que aparezca un semáforo con criterios claros: capacidad, independencia y criterios progresistas (yo, al menos, no votaría por un ultraderechista). Hasta ahora, la mejor tentativa es la de la periodista Viridiana Ríos. Vale la pena consultar su clasificación en su página web. Pero he escuchado que surgirán otras maneras de guiarse, con criterios transparentes. Esperemos que salgan a tiempo. O, mínimo, que las personas que más admiramos digan públicamente por quién votarán.
