Gabriel Morales Sod

El partido trumpublicano

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La derrota de Liz Cheney —congresista por el estado de Wyoming e hija del exvicepresidente de George W. Bush, Dick Cheney— en la primaria republicana esta semana simboliza un cambio fundamental dentro del Partido Republicano y la victoria del trumpismo sobre la vieja élite conservadora.

En su discurso después de su apabullante derrota, Cheney resumió en una frase el cambio más importante dentro de la derecha estadounidense en las últimas cuatro décadas: “Hace dos años gané estas primarias con el 73 por ciento de los votos. Podría haber hecho fácilmente lo mismo de nuevo. El camino estaba claro; pero esto hubiera requerido guardar silencio ante las mentiras del presidente Trump sobre la elección de 2020”. Cheney, quien fue uno de los diez miembros, solamente, del congreso que votaron a favor del desafuero de Trump después del intento de golpe de Estado, se convirtió en la acérrima rival del expresidente y en la voz solitaria del Partido Republicano dentro del comité de investigación del 6 de enero.

Hace tan sólo algunos meses Cheney era una de las candidatas predilectas para liderar a su partido en la Cámara de Representantes. Sin embargo, uno tras otro, los miembros de la élite del partido Republicano que resistieron convertirse en trumpistas, han perdido el poder. El Partido Demócrata y la izquierda estadounidense, por años, y con razón, argumentaron que existía un abismo entre los votantes de clase media y baja de los republicanos y las élites multimillonarias que los representaban. Esta contradicción fue precisamente la que explotó el presidente Trump para tomar el poder en el partido. Trump prometió a sus electores un partido ultraconservador conectado directamente con sus fuerzas populares, un ataque a la vieja élite, tanto demócrata como republicana. El hecho de que Trump perteneciera a la élite económica del país no representó un problema para sus votantes, pues las antiguas élites conservadoras jamás aceptaron por completo al extravagante magnate.

La vieja élite multimillonaria aún controla el Partido Republicano; sin embargo, dos tendencias distintas auguran la transformación total de éste. Por un lado, aunque con algunas fallas, los trumpistas han ganado decenas de batallas en congresos locales y primarias nacionales, desechando a la vieja élite de puestos de poder. Por el otro, el liderazgo republicano, incluidos los líderes de la minoría republicana en la Cámara y el Senado, a sabiendas de la popularidad de Trump, se ha alineado completamente a los designios del expresidente. Esto tendrá consecuencias para el partido; por décadas los republicanos contaron con el apoyo de votantes blancos en los suburbios y votantes moderados para hacerse del poder; estos votantes demostraron en 2018 y 2020 su oposición al trumpismo. A pesar de la impopularidad de Biden, el rechazo al trumpismo podría darle a los demócratas la victoria en las elecciones de noviembre.

Hay quienes, entre los líderes del partido republicano, esperan que cuando Trump pierda, o se retire de la política, podrán volver a tomar las riendas del partido. Sin embargo, mientras estos dirigentes se esfuerzan en complacer a Trump para no perder el poder, el partido se está transformando desde abajo, y el desplazamiento de buena parte de la vieja élite parece inminente.