Una lectura del Acta de Independencia de México

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.

Un documento fundamental de la historia de México es nuestra Acta de Independencia. No podemos entender qué es México si no la leemos con suma atención.

El documento, preservado en el Archivo General de la Nación, dice en su encabezado: “Acta de Independencia del Imperio Mexicano, pronunciada por su Junta Soberana congregada en la capital de él en 28 de septiembre de 1821”.

Lo primero que hay que notar es que el México que se independizaba de España se concebía a sí mismo como un imperio; no como un reino cualquiera y, por supuesto, no como una república, como somos ahora. Entenderse como un imperio significaba ponerse a la misma altura de España, que también era un imperio. Preguntemos ahora: ¿los firmantes del acta pensaban que ese majestuoso imperio nacía con la independencia o creían que ya existía desde antes de que México fuera independiente? Todo indica que suponían lo segundo. Leamos el primer párrafo:

“La Nación Mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido.”

Esta oración contiene toda una filosofía de la historia de México que debemos desgranar con mucho cuidado.

El acta sostiene que la Nación Mexicana existe desde antes de la llegada de Cortés a las costas de Veracruz en 1521. En otras palabras, la Nación no nace en el momento de su independencia en 1821, sino que ya existía desde antes.

Iturbide no es el padre de la Nación Mexicana, es su liberador. Por lo mismo, Hernán Cortés tampoco es el padre de la Nación Mexicana, fue su invasor. De esto se sigue que España no es la madre patria; es la nación extranjera que, para usar las palabras del Acta, le arrebató su “voluntad propia” y le negó “el libre uso de la voz”. Quitarle la “voluntad propia” a alguien es otra manera de decir que lo esclavizó hasta lo más hondo de su personalidad. Y quitarle “el libre uso de la voz” es otra manera de decir que lo silenció, le prohibió expresar sus verdaderas creencias y sus verdaderos deseos.

El acta afirma que el 28 de septiembre de 1821 la Nación Mexicana sale de “la opresión en que ha vivido”. Este juicio de los trescientos años del régimen colonial no puede ser más claro, más duro y más tajante: los mexicanos todos —indios, negros, castas y criollos— habían vivido oprimidos. ¿Por quién? Insisto: por España, por los peninsulares. La Independencia no se entiende, entonces, como si dos compañeros se separaran para tomar caminos distintos. No, la Independencia se entiende como el fin de la violenta opresión que los mexicanos habían padecido por parte de los españoles. En 1821, los mexicanos ganaban su libertad. Rompían las cadenas de su esclavitud.

Sin embargo, el Acta afirma algunos renglones más adelante que aunque México es “Nación soberana e independiente de la antigua España” no la considera como enemiga, sino que tendrá con ella una “amistad estrecha”, de acuerdo con lo que se había establecido en los tratados anteriores. Esta afirmación da a entender que los mexicanos prometen hacer borrón y cuenta nueva del pasado y ofrecer a España, con altura y generosidad, una amistad que deje atrás los agravios antes padecidos y que fueron expresados con toda claridad en el mismo documento.

Desgraciadamente, como sabemos, España dejó a México con la mano extendida. España no reconoció la Independencia de México sino hasta 1836, es decir, quince años después. En esos quince años, España no abandonó la ilusión de volver a conquistar a México. Como muestra basta un botón: la invasión de Barradas en 1829.

Podríamos seguir examinando línea por línea el Acta de Independencia, pero con lo leído hasta ahora podemos percatarnos de que quienes la firmaron coincidieron en una visión muy particular del pasado de México. Ése es el núcleo de la visión de nuestra historia que se ha preservado hasta nuestros días. Quienes ahora la critican e incluso la rechazan deberían volver a leer este documento fundacional de la historia de México para recordar lo que pensaba Don Agustín de Iturbide y los demás prohombres que la rubricaron.

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Pedro Sánchez Rodríguez