En su campaña por la presidencia de la república en 2012, el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, firmó 266 compromisos ante notario público. De acuerdo con las cifras oficiales, el presidente Peña Nieto logró cumplir más del 80% de ellos en sus seis años de gobierno. Sin embargo, ni con eso logró que su partido continuara en Los Pinos en 2018. Tal parece que a los electores no les importó demasiado que Peña Nieto hubiera cumplido un porcentaje tan alto de sus promesas. Como sabemos, lo que pesó más en la elección de 2018 fueron otras cosas.
La lección de lo sucedido hace seis años parece que ha sido aprendida tanto por los partidos como por el electorado. Me da la impresión de que nadie se está tomando demasiado en serio las promesas de campaña que están haciendo las candidatas y el candidato a la presidencia.
Hay comentaristas que afirman que a la candidata de la oposición no debería exigírsele un detallado plan de gobierno. Lo único que importa, afirman, es que ella gane la elección. Todo lo demás, incluso las promesas firmadas con sangre, son medios para un fin superior, a saber, salvar nuestra democracia liberal. Esta elección, nos aseguran, ha de verse como un referéndum sobre dos modelos de gobierno: el liberal y el populista. Lo demás que se diga, se anuncie o se prometa es un circo mediático que se debe montar para cumplir con las exigencias electorales del momento. Cómo gobernará la candidata de la oposición una vez en el poder es un enigma que, sin embargo, se nos dice, no debería preocuparnos por ahora.
Altán, competencia sucia en celulares
Hay otro grupo de comentaristas que sostienen que no podemos tomarnos en serio lo que promete, jura y perjura la candidata oficialista en sus discursos de campaña. Lo que se sostiene es que ahora ella tiene que seguir el guion que se le ha impuesto desde arriba, pero que una vez que llegue al poder, cambiará de dirección de acuerdo con lo que ella cree en verdad. Quienes sostienen esta opinión hacen todo tipo de conjeturas acerca de qué es lo que hará la candidata una vez que porte la banda presidencial. Las hipótesis que se ofrecen son tan disparatadas, que uno no puede más que levantar los hombros con sano escepticismo.
Por lo que toca al candidato de oposición, sus promesas se registran con cortesía en los medios de comunicación, pero con la seguridad de que no tendrá la oportunidad de cumplirlas ni de no cumplirlas.
Y a todo esto, ¿qué piensan los ciudadanos? ¿Hay quien estudie con detenimiento los proyectos de los candidatos? ¿Hay quien apunte cada uno de esos compromisos en caso de que tenga que reclamarle a los ganadores si luego no los cumplen? ¿Hay quien siga creyendo en la palabra de los políticos?