Montserrat Salomón

La desigualdad mata

POLITICAL TRIAGE

Montserrat Salomón *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Montserrat Salomón 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El cierre de este año se avecina lleno de incertidumbre y miedo. Cuando en la mayoría de los continentes parecía por fin controlada la pandemia de Covid-19, en Europa inició el repunte de la cuarta ola y los ritmos de vacunación se estancaron en todos los países gracias a las noticias falsas, los intereses políticos y la desconfianza en los gobiernos. Grupos de interés decidieron que lo peor había pasado y que podían jugar con la vida de las personas saboteando los intentos por lograr la vacunación universal y haciendo de la pandemia una bandera política más. Sin embargo, esta crisis de salud no responde a los oscuros pactos de salón.

El virus mutó nuevamente y apareció una nueva variante, Ómicron, que tiene al mundo de rodillas ante su acelerado ritmo de propagación. Aún es pronto para saber cuál será su índice de letalidad, pero sabemos que se propaga por el aire y que tiene el poder de contagiar incluso a los que ya han padecido la enfermedad y se consideraban inmunes. No hay datos suficientes para saber si las vacunas actuales son eficaces frente a esta variante ni si los medicamentos que están por salir al mercado serán efectivos ante ella.

Lo sabíamos, desde la aparición de la variante Delta, que no fue tan grave como algunos presagiaron, se nos dijo claramente que era urgente detener los grandes focos de contagio para disminuir la probabilidad de nuevas mutaciones que pudieran ser más letales y que echaran por tierra los avances médicos para la contención y el tratamiento de la enfermedad. Sin embargo, no entendimos que un problema global nos obliga a trabajar en equipo y reaccionamos como si una pandemia respetara fronteras.

El reparto de vacunas se hizo de forma desigual. Los países ricos acapararon más vacunas de las que necesitaban y luego incluso lucharon contra la resistencia de su población a utilizarlas. Mientras esas vacunas expiran en anaqueles atestados, países enteros ruegan por ser considerados para la donación de dosis que les ayude a contener las muertes, la crisis económica y saturación de sus debilitados sistemas de salud. Mientras en algunos países se regalan teléfonos y efectivo al que pase a vacunarse, hay regiones del planeta en las que no hay dinero que valga para conseguir inmunizarse. El resultado de esto es Ómicron, una variante surgida del continente africano y que ya se encuentra presente en todo el globo.

¿Hasta cuándo permitiremos que los gobiernos y las farmacéuticas sigan imponiendo sus intereses a la salud y la vida humana? Una pandemia no es algo ordinario, debería tratarse como una emergencia global y atenderse en consecuencia. Si no vemos por los más necesitados, seguiremos perdiendo vidas en el camino.