Valeria López Vela

La máquina del fango

ACORDES INTERNACIONALES

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

No hay testimonio más fuerte que el silencio.

Walter Benjamin

Cada día que pasa, encuentro nuevas secuelas y malas prácticas que se normalizaron tras la administración Trump: la sustitución del discurso por la insensatez, el malgusto del poder caprichoso, los despidos por televisión, Twitter o WhatsApp, las mentiras como lenguaje alternativo, entre tantos y tantos desvaríos. ¡Sólo faltó que nos acostumbráramos a verlo comer con la boca abierta!

La degradación de la discusión pública hizo que se popularizaran conceptos como “posverdad”, “fake news” o “la máquina del fango”. Sobre este quisiera hablar en esta ocasión. Umberto Eco creó el término para explicar cómo, desde la opinión pública, se puede lanzar una serie de desinformaciones, medias verdades y medias mentiras para dañar la imagen o la reputación de alguien. Soltar un tuit envenenado, —anónimo, por supuesto—, un rumor o una falsa pista porque, como dice el viejo adagio, la calumnia cuando no mancha, tizna.

La máquina del lodo retrataba las maniobras del entonces presidente italiano, Silvio Berlusconi, para desprestigiar a los jueces que lo investigaban. Para evadir la justicia y salir impune de sus fechorías intimidaba verbalmente a cualquiera que pudiera incomodar.

El filósofo Walter Benjamin insistió en que el lenguaje no solamente comunica sino que construye el mundo que habitamos; de ahí la altísima responsabilidad que conlleva el uso de la voz, pues su sonoridad puede crear mejores condiciones de convivencia o convertirse en una máquina del fango, como señaló Eco.

No pocas personas se prestan para tan baja actividad. Algunos discurseros han pervertido la finalidad de las palabras y utilizan información personal para desprestigiar a los adversarios —políticos, laborales, sociales— a través de las redes sociales o de algún medio de comunicación que se preste.

El lenguaje de Trump enrareció el uso de las palabras y popularizó el tufo de las calumnias, las acusaciones falsas y los ataques anónimos. Verlo trastabillar en el banquillo de los juicios, este y todos los que faltan, es un espectáculo justo y lamentable: serán sus propias palabras las que lo condenen, se ahogará en el lodo que él mismo expulsó.

La maquinaria del fango alcanzó la semana pasada al presidente Sánchez quien pensó en retirarse de la Moncloa. Una acusación vil y falsa en contra de su esposa hizo que el número uno del gobierno español se tambaleara; tras unos días de reflexión, Sánchez decidió quedarse y planea reelegirse porque, como dijo Nietzsche: lo que no te mata, te hace más fuerte. Todo indica que hay Sánchez para rato y … ¡qué se preparen los calumniadores y sus encubridores!

Así, que siga el mercado de pestilencia de los maquinistas del fango, de los amantes de los malos modos, de las mentiras, del deshonor pues aunque su olor sea desagradable, no pasa de ser un tufo que se perderá en los inminentes vientos de cambio de la historia, porque eso que esperan que se repita, no será ni como farsa. Al tiempo.