Valeria Villa

Necesitamos otros hombres

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En los últimos años, las conversaciones feministas en América Latina denuncian acoso sexual en la calle, en la casa, en las oficinas. El tema más urgente es la seguridad física de las mujeres, ultrajada todos los días por el feminicidio. Es preciso pensar y poner en práctica nuevas formas de relación entre hombres y mujeres, mucho menos desde la cultura del acoso y la violación y mucho más desde una reflexión sobre el significado del respeto. Una cultura que, desde el Estado, defienda el derecho de las mujeres a vivir sin miedo al secuestro y al asesinato, no debería ser vista como algo imposible. Una cultura masculina, desde lo privado, que rompa el estereotipo del macho que no puede contenerse frente a una mujer en falda corta, debería convertirse en la norma. Hombres que entiendan que tener sexo con una mujer alcoholizada es violación y que las mujeres no se dividen en putas o santas. Que tener pareja no es un título de propiedad que se puede reclamar arrancándole la vida a la novia que no es un modelo de decencia y falsa moral.

No todos los hombres son violadores, ni machos abusadores, ni acosadores ni depredadores sexuales, pero todos están insertos en una cultura que legitima conversaciones y prácticas denigratorias sobre las mujeres: consumir pornografía que muestra a mujeres que parecen niñas es una perversión cercana a la pedofilia. Pensar que las mujeres necesitan que las defiendan golpeando a otros hombres. Ser incapaces de desear a las madres de sus hijos porque con ellas no pueden practicar sus fantasías sexuales para entonces buscar la satisfacción afuera de la casa, a veces a la fuerza. Todas estas perversiones son resultado de una educación machista, violenta y discriminatoria. Es una torpeza conversar estos temas desde el esencialismo, que afirma que los hombres sienten deseos sexuales incontenibles y que las mujeres tienden a ser más bondadosas. La agresión y la capacidad destructiva es humana, al margen del género, pero hoy siguen siendo los hombres quienes matan a las mujeres y los hombres quienes matan a

otros hombres.

Muchos ofendidos se quejan de que ya no es posible voltear a ver a una mujer sin que se interprete como acoso. Hay miradas neutrales, otras invasivas y otras claramente agresivas. Decirle buenos días a una mujer dirigiendo la mirada a sus tetas no es precisamente un acto de buena educación. Recibir una mirada lasciva o una vulgaridad sexual es un privilegio que se concede mediante el consentimiento explícito. Que una mujer mandó señales pero nunca dijo sí, es no. Lo urgente es reflexionar sobre el consentimiento y sobre cómo dejar de entender como normal que un hombre invada el espacio personal de una mujer sin preguntarle. No es lo mismo decir qué bonito vestido, qué bonito color de uñas de los pies, qué bonitas medias, qué bonitas piernas o qué bonito escote. Se acosa con el cuerpo, con las miradas y con las palabras. Ser críticas de estas prácticas no es conservadurismo. Está claro que no querer sexo a la fuerza no tiene nada que ver con puritanismo. La cadena de la violencia contra las mujeres empieza con las personas, hombres y mujeres machistas, que piensan que las jóvenes desaparecidas y asesinadas andaban en malos pasos porque tenían una vida sexual activa, consumían drogas, iban a fiestas, estaban tatuadas, se vestían con poca ropa y otros muchos estereotipos. No se atreven a tanto, pero implicítamente están diciendo que se

merecían la muerte.