Valeria Villa

Lo que no tiene nombre

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Lo que no tiene nombre es un libro muy difícil de leer, sobre todo para quienes tenemos hijos. Piedad Bonnett tuvo la valentía y la generosidad de escribirlo, relatando una experiencia escalofriante: el suicidio de su hijo.

Daniel era el más joven de los tres hijos de Bonnett. Introvertido, sensible, inteligente, con claras tendencias a la vocación artística desde muy joven. A partir de los 19 años comienza a tener síntomas preocupantes que se vuelven cada vez más graves: depresión, paranoia, miedos irracionales y un sentimiento de desesperanza que nadie puede consolar. Daniel pierde la ilusión por pintar, deja de estudiar un tiempo, se queda casi sin amigos porque se convierte en alguien con quien es imposible estar.

Sus padres y hermanas intentan estar cerca, ayudarlo. Buscan diagnósticos médicos, terapia, tratamientos. En el camino se encuentran médicos insensibles, una terapeuta que afirma que Daniel no está enfermo, que todo lo hace para manipular. Psiquiatras van y vienen hasta que finalmente queda claro que Daniel está enfermo de esquizofrenia y que tendrá que estar medicado y tener contención terapéutica toda la vida.

Bonnett escribe este relato terrible desde su posición de madre, que no sabe cómo ayudar a un hijo en la etapa adulta a quien ya no le pueden prohibir que salga, que tome decisiones, que viaje. Los padres, desesperados, preguntan a los médicos si Daniel va a poder estudiar, llevar una vida normal. Algunos les dicen que sí. Daniel logra, a pesar de la enfermedad y gracias a las medicinas y a una terapia psicoanalítica, hacer una carrera profesional, trabajar y tener una vida más o menos normal durante algunos periodos; sin embargo, los episodios psicóticos rompen la precaria estabilidad.

Son varias las reflexiones al leer este libro. Primero que nada, la relevancia de atender la enfermedad mental, hablar de ella, saberla identificar. Por otra parte, lo imposible de detener a alguien que ha decidido quitarse la vida, porque muchas veces es demasiado tarde y la perspectiva de mantener a un paciente encerrado en un hospital es una solución que sólo puede ser temporal. El relato sobre al accidentado camino con los médicos también es revelador. No siempre los doctores son responsables, ni empáticos, a veces recomiendan bajar los medicamentos porque ven muy bien al paciente y tal vez no se tomaron la molestia de revisar todo su expediente.

Como padres, no hay forma de acertar siempre cuando se trata de acompañar a un hijo en una crisis mental, al contrario, lo normal es equivocarse muchísimo.

Lo que vivieron Bonnett, su marido y sus hijas, permite tomar perspectiva y dimensionar los problemas que enfrentamos como padres. La enfermedad mental grave es uno de los retos más grandes al que se puede enfrentar una familia. Tratar de aliviar el dolor de Daniel fue algo que jamás lograron, pero siempre lo intentaron. Bonnett no se queda con su dolor e impotencia, los comparte, y nos enseña sobre la enfermedad.

Insisto en que es de una gran generosidad al compartirlo, porque puede ayudar a quienes enfrentan una situación similar. Nos sirve a todos para pensar en el valor de la vida y en lo difícil que es ser padres.

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