Valeria Villa

Segundo año pandémico

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Frente al inmenso dolor que ha traído el bienio pandémico, resulta tentador ofrecer palabras de aliento que no sobran pero tampoco alcanzan. Decir que todo va a estar bien es una frivolidad frente a la muerte física y la pérdida del bienestar emocional y económico que ha marcado estos últimos tiempos. La incertidumbre se reveló como la única constante y nos recordó que vida y muerte están siempre unidas. Durante este año tuvimos que resolver muchos dilemas para recuperar la libertad, el sentido de conexión humana y la pasión por la vida y al mismo tiempo, medir el riesgo de volvernos a ver físicamente.

Los retos de la pandemia fueron distintos dependiendo de las circunstancias. Quienes la enfrentaron solos, se hicieron preguntas sobre las decisiones o las circunstancias que los aislaron, en un momento en el que tener una red de lazos afectivos es relevante. Quienes viven en pareja o en familia, perdieron eso que llamamos intimidad. Los espacios personales reducidos casi a cero aparecieron en la pantalla durante las sesiones de terapia. Pacientes hablando a medias porque la pareja estaba cerca, sesiones tartamudas porque había que atender a un hijo, al perro o recibir un paquete de correo. Las mujeres asumieron la carga doble de cuidar de los otros y como siempre, se descuidaron. Algunas parejas se separaron y otras se consolidaron. El hilo conductor de todos estos escenarios fue la reflexión sobre la importancia de la relación con el mundo interno. Quizá descubrimos que no conocemos a las personas con las que vivimos o que no soportamos nuestras relaciones en los niveles de intensidad sin precedente que trajo el aislamiento social. Apareció un renovado interés por la salud mental, que no sólo es ausencia de enfermedad sino la importancia de equilibrar la vida. Hacer terapia, yoga, meditación, jardinería, ejercicio de alta intensidad y otras alternativas, hablan de la importancia que cobró la convivencia con el mundo interno. Es poder decirse, como lo hizo Simone Biles: “Estoy físicamente bien, pero necesito cuidarme internamente”.

Nos tomó un rato entender y aceptar que nada volverá a ser igual y aunque es triste, también comprobamos que somos capaces de enfrentar la adversidad y seguir vivos de otras maneras. El bienio pandémico nos ha hecho añorar la vida que teníamos. Éramos libres y desparpajados para abrazarnos, reunirnos, celebrar, coger. Tuvimos la alternativa de cuidar el cuerpo de los otros o de descuidarlo igual que el propio. En países como el nuestro, las normas de distanciamiento social fueron laxas por decir lo menos, con brutales consecuencias en el número de muertos. En este punto de la historia, el hartazgo alcanzó a muchos, que no están dispuestos a seguir encerrados. En este momento está ocurriendo también la otra pandemia de ansiedad y depresión. Muchos no saben cómo volver a poner el cuerpo en situaciones sociales, cómo volver a estar cerca de los otros que aman o con quienes trabajan. Los procesos terapéuticos van volviendo lentamente a la práctica usual cara a cara, porque tuvimos que aceptar que todo lo que el cuerpo dice es imposible de sentir y de leer en la pantalla. También están los pacientes que viven fuera de la ciudad o del país, que pensaron por primera vez que podían hacer terapia mediante un Zoom. Es un camino distinto pero parece que el experimento está funcionando. Porque la virtualidad llegó para quedarse en nuestra vida como una forma más de relación humana, en un planeta en el que hay cuatro mil millones de personas conectadas en el ciberespacio. La virtualidad nos puede devorar o podemos hacer el mejor uso de ella.

Este duelo de la pandemia es colectivo. El trauma cuando se procesa junto a otros que padecen lo mismo, tiene más posibilidades de resolverse, de simbolizarse y de colocarse en un lugar de aprendizaje y no solo de destrucción.

Veo más fragilidad que nunca en la pantalla y en el consultorio. Veo soledades, angustia social exacerbada, claustrofobia hacia las personas y los espacios en los que hemos existido en estos últimos dos años. Veo gente que decide que no volverá a trabajar como lo hacía y que no quiere volver a la oficina aunque hay otros que pagarían por regresar. Los vínculos se consolidaron o se diluyeron con el distanciamiento social. Muchas historias dejaron de contarse o comenzaron a contarse gracias a la pandemia. Es una cursilería casi insoportable intentar buscar el lado luminoso de un periodo tan oscuro como el reciente. También es imprescindible hacerlo: Encontrar nuevos sueños, nuevas ilusiones, nuevas razones o viejas razones renovadas para seguir vivos y no sólo existiendo. Apostarle a Eros es lo único que nos queda y nos quedará siempre frente al enigma de la vida.

Felices fiestas.

*Esta columna volverá el viernes 14 de enero de 2022.