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¿Cómplices de los Castro?

Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

Crece el malestar en la oposición y en el exilio cubanos ante la supuesta indiferencia de los países democráticos hacia la falta de libertad en la isla. Esta percepción ha tomado fuerza a raíz de dos acontecimientos internacionales: la decisión de la Unión Europea de flexibilizar su relación con el régimen castrista y el desaire hacia los disidentes de parte de los 32 jefes de Estado y de Gobierno convocados a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que tendrá lugar en La Habana del 28 al 30 de enero.

Por el momento, no ha contestado ninguno de los dirigentes invitados por la oposición cubana a participar en un foro paralelo sobre la democratización en las mismas fechas que la CELAC. Además, todos han mantenido un silencio sepulcral ante las solicitudes de entrevista entregadas a través de las embajadas en La Habana. En cambio, algunos Gobiernos han expresado su deseo de estrechar sus vínculos diplomáticos y económicos con la isla. Es el caso de México, que está en un proceso de normalización de sus relaciones con Cuba después de un enfriamiento de varios años.

Las declaraciones a la agencia EFE de la subsecretaria mexicana de Relaciones Exteriores, Vanessa Rubio, han caído mal en el exilio, que ha expresado su disgusto en las redes sociales. Según la funcionaria, la visita del presidente Enrique Peña Nieto será la oportunidad para apoyar “la actualización del modelo económico de Cuba y todas las reformas que están implementando en su contexto […], en los términos cubanos, en los tiempos cubanos”. “Hay una decisión absoluta por parte de ambos presidentes de fortalecer el diálogo político”, agregó. Sin embargo, parece que no habrá espacio para un encuentro con algún representante de la oposición, oficialmente ilegal.

No fue siempre así. En la IX Cumbre Iberoamericana (La Habana, noviembre de 1999), la entonces canciller de México, Rosario Green, se reunió con el defensor de los derechos humanos Elizardo Sánchez. Nunca había ocurrido antes, ya que los dos países mantenían un pacto de amistad y de no-injerencia desde la Revolución de 1959. En esa misma cumbre, el presidente José María Aznar recibió a cinco disidentes en la embajada española. Y el presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, fue el primer mandatario latinoamericano en reunirse con la oposición en la isla. Tres años después, en 2002, el mexicano Vicente Fox haría lo mismo.

Vale la pena recordar las palabras de Fidel Castro en esa oportunidad. “Nosotros estamos tranquilos, nada puede ser para nosotros motivo de preocupación”, dijo el entonces todopoderoso Comandante en Jefe a propósito del encuentro de Fox con varios disidentes en la embajada mexicana. Con semejante precedente, no veo por qué los dirigentes latinoamericanos o sus ministros tendrían reparos en reunirse con una delegación de la oposición al margen de la CELAC. Lo más probable es que ocurra finalmente, a pesar de las visitas intimidatorias realizadas por agentes de la Seguridad del Estado a los domicilios de algunos de los activistas y blogueros más conocidos, como Yoani Sánchez.

El otro asunto que preocupa a una buena parte del exilio y a la débil oposición interna es la decisión de los 28 Estados miembros la Unión Europea de renunciar a la “posición común” con respecto a Cuba.

Desde 1996 la UE condiciona la normalización de sus relaciones con La Habana al respeto a los derechos humanos y a los avances hacia la democracia. El régimen castrista considera esa exigencia como una intromisión en sus asuntos internos, mientras la oposición la ve como un seguro de vida y un instrumento para frenar la represión.

¿De qué ha servido la posición común? Veinte años después de su entrada en vigor, el régimen sigue en pie, a pesar de la enfermedad de Fidel, que ha trasladado su poder a su hermano menor. Las reformas emprendidas por Raúl Castro —creación de un embrión de sector privado, venta libre de celulares, fin de la prohibición para los cubanos de entrar en los hoteles, de comprar y vender casas y autos— no han cambiado la naturaleza del sistema, ya que se trata de una simple “actualización” de un modelo fracasado, bajo la tutela de un partido único.

Lo que sí ha cambiado es la sociedad, sobre todo esa otra Cuba cada día más numerosa que vive al margen del aparato burocrático y de la ideología revolucionaria, esa Cuba joven que se busca la vida por su cuenta, toca y escucha música propia, escribe blogs y prescinde de los medios oficiales (el infumable Granma y sus clones audiovisuales están perdiendo el monopolio de la información). El cambio depende ahora de los cubanos de a pie, no de esa dirigencia moribunda aferrada al poder y a ideas obsoletas.

Sería tranquilizador que la UE y América Latina descubrieran de una vez el enorme potencial de esa sociedad civil emergente. Y que hicieran todo lo posible por ayudarla a construir un nuevo país y dejar claro que ya no son cómplices de la dictadura.

bdgmr@yahoo.com