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El beso azul

Por:
  • danielalonso-columnista

Debo confesar que el nombre de esta columna originalmente era: El triunfo de la revolución francesa. Para mí, era el más adecuado por lo que hoy presenciaremos en San Petersburgo cuando en la cancha se enfrenten dos selecciones que representan el fenómeno social que hoy impera en los países ricos europeos con la inevitable migración de grupos en carencia: la multiculturalidad; pero como el título era demasiado largo, decidí cambiarlo en pro de la edición.

Los himnos de Francia y Bélgica retumbarán por todos los rincones del majestuoso Estadio San Petersburgo, una obra arquitectónica que yace sobre la isla de Kretovski, lo que podemos traducir como otro detalle simbólico, ya que muchas comunidades africanas deben cruzar el océano en barcas conocidas como parteras, en las que cientos de hombres, mujeres y niños, muchas veces, quedan varados en el mar, como una isla con vida, que poco a poco se transforma en muerte.

Hoy, un total de 22 jugadores entre ambas selecciones tiene en su sangre el ADN africano, muchos de ellos, originarios de estas migraciones que desde hace décadas se dan desde África a Europa Central principalmente; esta tarde, de cierta manera el continente africano estará presente, contrario a lo que decía una nota del El País de España, en la que recalcó que África retrocedió por no calificar a ningún equipo en octavos de final en Rusia; falta mirar el partido de hoy para pensarlo dos veces, ¿no creen?

En los ochentas se decía que el futbolista del futuro sería de África y vaya que esta tarde veremos al mejor centrocampista del Mundial, y probablemente de todas las ligas del planeta: NGolo Kanté, una locomotora capaz de cubrir los espacios de ambos laterales, con técnica depurada para no errar pases; en resumen, un futbolista que, en su posición, es casi perfecto. Del lado belga estará Romelu Lukaku, un delantero de poder que tiene olfato de gol y, sobre todo, siempre busca la mejor jugada o al mejor compañero, lejos del egoísmo del cual pecan otros goleadores.

Sin duda, la semifinal de esta tarde se ganó con todos los honores ser considerada como la “final adelantada”; ambos países han desplegado un futbol ofensivo, poderoso, lleno de técnica y con ajustes tácticos dependientes de los rivales. Tanto Didier Deschamps como Roberto Martínez han demostrado ser entrenadores que rebasan el impulso anímico; ambos supieron manejar los tiempos del Mundial para ofrecernos su mejor futbol. Hoy será la graduación de uno de ellos, el otro podrá marcharse contento con el trabajo realizado, porque nos tuvo a muchos al borde de nuestro asiento.

El 12 de julio de 1998, hace casi 20 años, Zinedine Zidane anotaba el segundo gol ante Brasil en la final de la Copa del Mundo de Francia; y como citó Juan Villoro en su obra, Dios es Redondo, la prensa francesa más liberal lo catalogaba como el gesto de integración francesa más importante del siglo XX, cuando Zizou, de origen argelino, besaba la camiseta bleu, ante el horror de los más conservadores que no consideraban al astro francés merecedor de cantar la Marsellesa.

Será un placer mirar esta tarde a los 22 protagonistas, cantar con orgullo su himno nacional y estoy seguro de los autores de los goles de hoy besarán su camiseta.