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Lo más sagrado

Por:
  • larazon

La idea del Estado laico es tan incómoda hoy como lo era hace ciento cincuenta años. Ninguna Iglesia acepta ser irrelevante en el espacio público. Es difícil imaginar que pudieran recuperar el poder que tuvieron, y acaso no les interesa tampoco, pero sí quieren cambiar las reglas de juego.

Tienen a su favor, de una parte, el clima milagrero y supersticioso del nuevo siglo, que llena iglesias y mezquitas y consultorios astrológicos; de otra, la poquedad de un liberalismo asténico, que repentinamente ha descubierto que la religión es algo frágil y precioso, que debe tratarse con el máximo respeto. Aclaremos, por si hace falta: el proyecto ilustrado y liberal en que se funda nuestro derecho exige que se respete a las perso-

nas, pero no que se respeten sus ideas; las personas son respetables y pueden creer en lo que les venga en gana, por estúpido que sea, pero las creencias son siempre discutibles, y el Estado no puede hacerse cargo de ellas, en ningún sentido.

Viene a cuento por el escándalo ocasionado por la operación policiaca en una iglesia de Apatzingán. La denuncia de la estrategia, del procedimiento, incluida la detención de docenas de personas durante horas, suele ser el preámbulo más o menos dramático; lo que importa es lo que viene después.

Jorge Traslosheros, en La Razón: “se cometió mientras los ciudadanos ejercían su libertad de culto” y fue una profanación, “violencia cometida contra un lugar sagrado, agravado por el hecho de que en ese momento se rendía culto a dios”; con eso: “se nos dijo que ni siquiera en sagrado estaremos a salvo de la violencia”. Es evidente, contra lo que insinúa Traslosheros, que la libertad de culto no tiene nada que ver, nadie está persiguiendo a los católicos. Sobre lo demás hay que decir que para el Estado mexicano no existe tal cosa como un “lugar sagrado”; daría exactamente igual que la operación se hubiese dado en un teatro, un club deportivo o un restaurante.

Manuel Gómez Granados, en Excelsior: “Hechos así son una violación a los derechos humanos de quienes no cometieron otro delito que asistir a misa (…). Ahora nadie podrá estar tranquilo en los templos”; la conclusión: “es urgente que se respeten las creencias de todos los mexicanos”. Digámoslo de nuevo: los templos no tienen nada de particular, no merecen más ni menos respeto que las taquerías. Y mal haría el Estado si pretendiera imponernos la obligación de respetar las creencias de los demás: las personas son respetables, las creencias no. Y no, no es delito asistir a misa.

Da la impresión de que están tomando el rábano por las hojas. Creo que no: saben lo que hacen. Gómez Granados, retórico: “¿La misa vale sorbete?”. Casi nadie se atrevería a decirlo, porque suena feo, pero es así: para un Estado laico, la misa vale sorbete.

fdm