a

Reformar a los partidos o sufrir a los candidatos

Por:
  • juan_ramon_moreno

Luego de ver a los cuatro (antes cinco) candidatos en campaña y en los tres debates, a dieciséis días de la elección, queda una pregunta: ¿Qué está pasando con los partidos políticos mexicanos? Es decir, ¿qué pasa con sus bases y con sus mecanismos de selección, que fueron incapaces de dar a los electores mexicanos candidatos con los que realmente se sintieran identificados?

Ricardo Anaya y López Obrador, cada uno a su manera, decidieron su propia candidatura y usaron a sus partidos sólo como plataforma de movilización (en vez de que el partido elija y luego se movilice porque eligió). El primero se llevó en el camino la tradición democrática más antigua del actual sistema de partidos –y en eso le ayudaron la impulsividad y el ego de sus contrincantes políticos– y el segundo de plano se creó su plataforma a la medida. Indudablemente, ambos requirieron inmensa habilidad política para lograrlo, pero no se espera que los partidos políticos de una sociedad democrática funcionen como Anaya y Obrador los hicieron funcionar.

Jose Antonio Meade fue elegido por la cúpula priista, con lo que se crearon dos problemas en vez de una solución: primero, la militancia se sintió defraudada, porque al parecer se sentía mejor representada por Osorio Chong; segundo, quien hubiera sido un buen candidato en otras circunstancias tuvo que cargar la loza de uno de los sexenios más impopulares de la historia reciente mexicana, para lo cual de plano no estaba preparado porque lidiar con eso requería más habilidad política que destreza económica.

En los tres casos, ¿dónde quedó la representación de las bases? ¿dónde, la identificación con el electorado? Ya ni hablar de ideología, valores y principios… ¿Realmente pueden candidatos que no fueron elegidos democráticamente dar genuina representación a los distintos sectores de la sociedad?

El Bronco y Margarita fueron prueba de que los independientes tampoco son la solución última que habíamos pensado. No creo que esta figura deba desaparecer (mírese, por ejemplo, el desempeño de Kumamoto en Jalisco), pero la hipótesis de que los partidos se disciplinarían al mirar en las candidaturas independientes una competencia real definitivamente quedó invalidada en esta elección, al menos para la oficina en Los Pinos.

Seguramente, en el nuevo Congreso se hablará de una reforma político-electoral. Un tema central deberían ser las reglas del sistema de partidos. Hacerlos más transparentes en el uso de los recursos públicos y discutir la obligatoriedad de elecciones internas de candidatos pueden ser buenos puntos de arranque. No creo que los candidatos hayan sido malos en esta contienda. De hecho, creo que dos hubieran podido ser muy buenos. Pero la historia habría sido distinta si todos hubieran surgido de elecciones internas hechas por partidos políticos transparentes. Democracia, le llaman.