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Gonzalo Rojas dominó las olas del amor, la realidad y la ironía

Por:
  • raquel_vargas

“Vivimos tiempo que ni se detiene ni tropieza ni vuelve” dijo Gonzalo Rojas el 23 de abril de 2004 cuando recibía el Premio Cervantes 2003. Ése mismo que no cesa, ha atravesado décadas y hoy completa el centenario del poeta chileno, uno de los más importantes del siglo XX, cuya obra nació impregnada de amor, realidad, erotismo e ironía.

Vino al mundo frente al mar en Lebu, Chile, tal vez por eso una gorra de marinero lo acompañó durante muchos años de su vida. “Soy aire y eso tiene que ver con el océano del gran Golfo de Arauco donde nací, y también con las cumbres de Atacama donde (allá por mis veinte años) los mineros del cobre me enseñaron mucho más que el surrealismo: a descifrar el portento del lenguaje inagotable del murmullo, el centelleo y el parpadeo de las estrellas”, señaló en aquella ocasión en Alcalá de Henares.

Es que el mar y el desierto le mostraron la realidad de su “país longilíneo”, aquel que “se lo da todo a sus poetas; la asfixia y el ventarrón de la puna, el sol hasta el desollamiento, lo pedregoso y lo abrupto, ¡y que lo diga la Mistral!”.

Por eso Gonzalo Rojas no se limitó a las letras, aunque fue uno de los integrantes de la Generación del 38, un movimiento que enarboló la vanguardia en esa nación sudamericana, en la que el surrealismo guió los pasos de sus miembros.

Participó en la vida política durante el gobierno de Salvador Allende al desempeñar tareas diplomáticas en China y en Cuba. Luego del golpe de Estado de 1973, Rojas fue privado de su nacionalidad y obligado a partir a un largo exilio que inició en Alemania, siguió por Venezuela y finalizó en Estados Unidos entre los años 1980 y 1994.

En los años 70 escribió poemas ligados con su postura política como Cifrado en octubre, dedicado a la muerte del dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Miguel Enríquez, en cuyas estrofas expresa su visión sobre esos tiempos: “Son los peores días, los más amargos, aquellos / sobre los cuales no querremos volver”.

Su primer libro, La miseria del hombre (1948) refleja una poesía vital, con una enorme carga existencial, rasgos que suma al erotismo, el compromiso social y el poder sonoro de la palabra.

Autor no prolífico, Rojas sólo publicó tres libros entre 1948 y 1977, lo cual no le impidió, sin embargo, ser considerado ya desde sus comienzos como una de las voces de mayor trascendencia para la lírica chilena del siglo XX.

La poeta Gabriela Mistral le escribió en una carta: “Me ha tomado mucho, me ha removido y, a trechos, me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo realmente inédito. [...] Lo que sé, a veces, es recibir el relámpago violento de la creación efectiva, de lo genuino, y eso lo he experimentado con su precioso libro”.

Además se distinguió por su constante labor de difusión literaria, veta en la que destaca su trabajo como organizador, entre 1958 y 1962, de los Encuentros de Escritores de Chile y América, que reunieron en Concepción a las más señeras figuras de las letras nacionales y continentales. Participaron en esas jornadas autores de la talla de Allen Ginsberg, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa y Vicente Gerbasi, entre otros.

Hoy arrancan los festejos en Chile por el centenario de quien se definió una vez como “la metamorfosis de lo mismo”.Estas celebraciones seguirán a lo largo de todo el próximo año.