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México 20: La polémica tres respuestas

Por:
  • francisco_hinojosa

Una no-discusión con una sí-poeta

Francisco Hinojosa

Quisiera pasar a otro tema, pero la reacción que tuvo la poeta María Rivera a La nota negra que publiqué en mi anterior colaboración en El Cultural me hace darle una respuesta.

Queda claro que a María Rivera le doy pena ajena (a mí me apena que le dé pena) y que conmigo no discute porque me meto a una polémica de la que los no-poetas estamos excluidos, así como quienes no hemos leído sus reseñas. Al parecer se arrepintió de su tuit porque lo borró poco más tarde de haberlo escrito. Pues sí, poeta, sí leí sus textos sobre la no-antología y sobre la intervención que tuvo en ella Julio Trujillo, aunque fue una lectura posterior a la entrega que hice a El Cultural, cinco días antes. Más aún, tan la he leído que soy una admirador de su libro Hay batallas. Y ciertamente no tendría por qué haberme leído a mí si el primer libro que publiqué, Tres poemas (Taller Martín Pescador, 1981), lo hice cuando usted tenía diez años.

Luego salió Robinson perseguido y otros poemas (Cuadernos de la Orquesta, 1988), que fue reeditado por Ediciones sin Nombre en el 2001. Y le concedo la razón: me considero a mí mismo más un narrador y un escritor de literatura infantil (¡qué horror!) que un poeta. Pero de allí a que no pueda expresar una opinión sobre una crítica que se le hace a una antología de poesía me parece un acto de censura propio de un dictador que dice quién sí y quién no tiene derecho a hablar. “Ni los veo ni los oigo”, como dijo alguna vez Salinas de Gortari, frase que por cierto usa Heriberto Yépez, a quien también he leído, para desacreditar tendenciosamente a los que no han contestado a sus señalamientos o no están de acuerdo con su pequeño ego.

En cambio, si yo digo algo usted me censura porque no soy poeta.

Pero a pesar de que me niegue la palabra, decido escribirle esta no-discusión porque su tuit la exhibe como alguien intolerante: no todos tenemos su rango como para expresar una opinión, así fuera cuestionable. Está de sobra decir que refrendo lo dicho en mi anterior colaboración en este suplemento:

se trata tan solo de una antología (en la que usted no está incluida), que está firmada y que está destinada a un lector francófono. Sé que no está de acuerdo con el procedimiento utilizado para hacerla. Sin embargo, no es nada nuevo seleccionar a una serie de autores y pedirles a ellos elegir el texto con el que mejor se sienten representados. Tampoco lo es que los antologadores se reúnan, propongan nombres, discutan y lleguen a acuerdos basados en los requerimientos editoriales que les pidieron: solo veinte poetas y todos menores de cincuenta años. En su reseña usted menciona a varios que hubiera incluido en la antología. Yo haría una lista distinta, claro, con muchas coincidencias, a pesar de que soy un simple narrador, e incluso probablemente la incluiría a usted. Pero resulta que a nosotros no nos pidieron hacer el trabajo.

Me detengo también en otra de sus consideraciones: dice que le sorprende poderosamente “la decisión de los antologadores de no incluir un solo poeta entre los muchos que escriben en lenguas indígenas”. De acuerdo, María Rivera, pero creo que antes de ponerse a regañar habría que predicar con el ejemplo. Consulto la página de la Casa del Poeta, donde usted trabajó desde el 2007 hasta el año pasado, y entre el 2010 y el 2015 —son los únicos registros que aparecen— no hay un solo poeta de lenguas indígenas invitado a leer su obra. Por cierto, sí lo han hecho todos los que aparecen en la antología que usted descalifica.

Supongo que para ser congruente no habrá una respuesta de su parte, ya que usted no se “pondría a discutir” (cito sus palabras) con un no-poeta. Por lo que a mí respecta: pinto mi calaverita.

Tiempos confusos: “La tangente”

Víctor Manuel Mendiola

En las últimas semanas ha surgido una polémica sobre el carácter de México 20. La nouvelle poésie mexicaine (Le Castor Astral, 2016), auspiciada por la Dirección General de Publicaciones (DGP) de la Secretaría de Cultura y distribuida en Francia. La discusión plantea que la muestra de poesía, coordinada por Julio Trujillo desde la DGP, careció de rigor crítico, tanto en la selección de los autores como en la forma en que se escogió a los antólogos y se llevó a cabo el trabajo.

María Rivera ha expuesto de manera clara una buena parte de las anomalías de este libro. Gracias a ella salió a la luz pública el descontento generalizado, que ya había provocado diferencias privadas sin que éstas llegaran a los medios impresos. La respuesta de Julio Trujillo a Rivera no hace más que confirmar el modo cuestionable como fue elaborada la antología. Asimismo, la defensa de la publicación con el argumento de que una antología no es producto de un referéndum falsifica la disputa con una tontería. Lo que la crítica cuestiona es la forma como la autoridad seleccionó el cuerpo de antólogos y la manera como trabajó este grupo de curadores. Así, es cuestionable que Trujillo encargara la antología a sus amigos; es problemático que éstos seleccionaran, nada más, los nombres de los poetas y no hicieran el compendio de los textos; es incierto, por oculto, que los favoritos autoescogieran sus composiciones; y es dudoso que Trujillo tomara el encargo en sus manos, decidiera qué piezas entraban en el florilegio y después se hiciera ojo de hormiga en la responsabilidad de la selección. A estas alturas, el lector no acaba de entender quién es el autor verdadero de México 20. Por ello, aludir, aunque sólo sea por ocurrencia, a la antología de Marcelino Menéndez Pelayo es un disparate o un modo de sentirse “informado”. Por otra parte, no cabe duda de que los jurados que incumplieron con la tarea, porque no escogieron los poemas, tienen una trayectoria. Pero tampoco es verdad que sean “escritores indiscutibles”.

Sobre sus reconocimientos han recaído dudas. Al respecto, Gabriel Zaid se preguntaba en Letras Libres (marzo 21, 2013) cómo el ganador del premio Xavier Villaurrutia en 2013 había sido seleccionado con tanta rapidez. Lo mismo ocurrió, para otros lectores, en el premio Xavier Villaurrutia de 2009.

¿Qué es lo que importa en esta

discusión? La manera como una obra adquiere valor y esa manera, en este momento, parece estar determinada no

por la crítica o por la opinión exigente

o por la factura impecable de las obras sino

por las relaciones de amistad, los intereses comunes y el intercambio de favores. Y esto es lo que revela claramente México 20. Julio Trujillo escogió a autores cercanos a él —Tedi López Mills, Myriam Moscona y Jorge Esquinca— para hacer la recopilación y éstos, los “antólogos”, a su vez, eligieron escritores más jóvenes, muy próximos a ellos —y a Julio Trujillo. No se tomaron la molestia de leer los poemas y discutirlos. Eso no era lo importante. Lo importante era la cercanía entre ellos y las “afinidades”. Por esta razón, en la muestra no podían estar otros autores con otros intereses como Balam Rodrigo, Natalia Toledo, Gabriel Bernal Granados, Enzia Verduchi, Heriberto Yépez, Rocío Cerón, Eduardo Uribe y la propia María Rivera que son parte, nos gusten o no, del nuevo panorama de la literatura mexicana y merecen ser considerados en términos de una exploración y exposición de nuevos valores, sobre todo cuando varios de los poetas seleccionados dejan mucho que desear por sus malas aliteraciones y “versos” como “Del chupacabras, no el escalofrío, / no el avistamiento alienígena.”

Pero la ausencia crítica siempre provoca confusiones, torpezas y fealdades.

México 20 es un libro hecho a trompicones, con una mini nota de generalizaciones penosas de los “antólogos” y un prefacio al estilo uruguayo de risa loca, “El tiempo de la tangente” (¿qué quiere decir eso? ¿Habrá un tiempo del seno y del coseno?) del “embajador” Philippe Ollé-Laprune.

Los poetas del lobby, de las mesas de redacción, de la moral hipotética de “si tú me das, entonces yo...”, parciales y llenos de la idea de que manipular a los funcionarios medianamente enterados es convencer y ganarse a un público con gusto y culto, no se dan cuenta de que de ese modo no es posible alcanzar el respeto literario. Los atarantados y desprevenidos podrán leerlos y, tal vez, hasta entusiasmarse con su discutible figura. Nadie más.

Epílogo

Tedi López Mills

Tedi López Mills

1.

Esto no es un prólogo a la ya célebre antología México 20. La nouvelle poésie mexicaine, sino un epílogo. Antes de entrar en el asunto del libro, me voy a referir a algunos aspectos del procedimiento que empleamos de común acuerdo con la institución —sí, ya aprendí a usar la jerga profesional, neutra—. Debo aclarar que, por lo pronto, la institución ha decidido no pronunciarse. Incluso se me ha recomendado especialmente a mí que actúe con la mayor cautela pues estoy en la mira, me están cazando, me traen entre ojos. Lo mismo me aconsejan mis amigos más cercanos. No debo decir nada, no debo reaccionar; ya se irán calmando, se irán consumiendo, se irán cansando. Habrá otros temas, siempre los hay. A fin de cuentas, no sólo son poetas, sino furibundos activistas; las causas justas son lo suyo y saben blandirlas.

Llevo ya varias semanas callada; peor aun, asustada. Sin embargo, las acusaciones no han dejado de arreciar: soy corrupta, racista, anti-indigenista, centralista, poeta de derecha recién sacada de algún clóset, “amiguista”, brazo censor del gobierno (no del Estado, pues ése es el que proporciona las becas o apoyos, aunque hace unos días alguien por fin habló con la verdad: es el pueblo de México quien otorga los beneficios), mala poeta (concuerdo absolutamente) y lo que se vaya agregando de aquí en adelante. Me han linchado en ausencia y supongo que lo harán en presencia con todavía más placer. ¿Por qué no? Quizás, aunque parezca oportunista, me conviene pensar en términos teológicos; quizá lo que me está ocurriendo me lo merezco. Sea como sea, acepto los insultos y asumo todas las culpas.

2.

Pero paso al tema engorroso. Una parte importante del procedimiento se definió meses antes de que Myriam Moscona, Jorge Esquinca y yo nos incorporáramos a la etapa resolutiva; es decir, aquella en que se haría la selección de los poetas. La institución (me coloco a propósito en el mundo de Orwell) invitó a editoriales mexicanas a que enviaran sus propuestas. Lo hizo por medio de una convocatoria que, según entendí, publicó la CANIEM.

Posteriormente, la institución propuso libros de sus propias colecciones de poesía. Cuando entramos en escena nosotros con nuestras reconocidas trayectorias (por cierto, yo fui elegida al final: sustituí, sin saberlo entonces, a una poeta que muy atinadamente se abstuvo de meterse en este embrollo), añadimos con la anuencia de la institución a otros autores.

Llevamos a cabo nuestras deliberaciones hasta llegar a una selección de veinte poetas menores de cincuenta años (tal era la regla del libro que se coeditaría con Le Castor Astral). Sugerimos, de nuevo en común acuerdo con el editor a cargo (pues existió), que se les pidiera a los poetas que realizaran su propia antología, con una muestra representativa de veinte cuartillas. Todos los poetas invitados aceptaron este método que ahora algunos denuncian como anómalo. Al editor a cargo le mandaron el material.

En esta etapa comienzan las zonas brumosas, los días de niebla. Myriam, Jorge y yo siempre dimos por sentado que nosotros escribiríamos el prólogo; entre una comunicación y otra con el editor a cargo, de esas muy titubeantes aunque muy amables, nos enteramos de que ya había un prólogo de Philippe Ollé-Laprune, enlace con el coeditor en París. Como el libro era para lectores franceses (quisquillosos, según comprendo) lo tenía que escribir un francés; sólo él sería capaz de explicar los matices de la poesía mexicana. Además, había mucha prisa, el libro iba muy retrasado, los traductores necesitaban empezar a traducir. El editor a cargo planteó la posibilidad de que cada uno de nosotros redactara una o dos cuartillas. Nos limitamos a pergeñar, literalmente, una Nota donde explicamos con absoluta claridad y transparencia —palabra muy usada por nuestros detractores: les fascina salvo cuando se les aplica a ellos— cómo se había hecho el libro.

El coeditor francés recibió un copioso volumen de 400 páginas y solicitó que se recortara a 320. El editor a cargo redujo a quince las veinte cuartillas que le había enviado cada poeta. No intervenimos en este proceso y no vimos nunca la última versión de la antología. Se sucedieron los numerosos vistos buenos (jamás el nuestro). Cuando se publicó la queja inicial y virulenta contra la antología, me sorprendió otra acusación: los antologadores éramos, somos, mentirosos. En nuestra Nota en español escribimos:

“Primero elegimos a los poetas y, posteriormente, se le pidió a cada uno que hiciera su propia selección.” Por desgracia, en la traducción al francés, la frase quedó así: “En premier lieu, nous avons choisi les poètes et, ensuite, chacun de nous a fait son propre choix.”* A la institución le mencionamos este lamentable error y lo admitió, pero no lo ha reconocido oficialmente.

Señalarlo nosotros, en medio de la trifulca, habría sido ya absurdo, ingenuo.

En mi duermevela, imaginé, escuché las interjecciones, el “jo, jo, jo, ja, ja, ja” que ya he leído en Twitter; las frases: “míralos, poetastros, simuladores, prestanombres, ahora quieren que creamos que hubo un error de traducción en la Nota… ja”; “son de pena ajena, seguro la Nota la falsificaron, ¿dónde está el original?”. Etcétera.

¿Cómo se detiene la maquinaria del odio, del desprecio, de las delaciones, una vez que comienza a funcionar

gozosamente, todos los participantes dándose la razón, palmaditas en la espalda, elogiándose los unos a los otros? Y atrás, adelante, en medio, la institución a la que se ataca pero al mismo tiempo se le pide o se le exige; y por allá nosotros, Myriam, Jorge, yo, con trayectorias ya muy disminuidas o inexistentes, y aquí los poetas de la antología, algunos de ellos sometidos sistemáticamente a un acoso brutal sólo porque fueron seleccionados para estar en un libro.

3.

Y de eso no se habla, del libro. Veinte poetas son realmente pocos y, en el mejor de los casos, sólo pueden representarse a sí mismos. Por naturaleza, las antologías son reduccionistas y excluyentes. Cualquier otro grupo de tres antologadores con el mismo procedimiento, dentro del mismo marco “oficial” y ejerciendo la combinación de sus tres criterios y reconocidas trayectorias, hubiera escogido a otros veinte poetas seguramente muy buenos, lo cual habría generado algún tipo de polémica. No hay forma de que no suceda así; los pleitos persiguen a las antologías y a veces hasta las ahogan. Pero hoy sé una cosa, ya la tengo grabada en la piel, en los huesos y en el disco duro:

la única antología legítima, prístina, irreprochable, revolucionaria habría incluido a María Rivera, Heriberto Yépez, Marco Antonio Huerta, Mario Bojórquez, Alí Calderón, Hugo García Manríquez, Sergio Ernesto Ríos, Rogelio Guedea y a quien se quiera añadir. Sólo ésa habría puesto en alto a la poesía mexicana, habría hablado en nombre del dolor del pueblo mexicano (pues eso tiene que hacer ahora la poesía auténtica y estos poetas lo hacen mejor que nadie). No habría sido gobiernista (por más que el dinero proviniera de la institución) ni mucho menos priista, como han tildado a México 20. La nouvelle poésie mexicaine.

Pero el libro, ¿dónde quedó el libro? Se sigue hundiendo porque lo hundieron.

Sacar la bandera blanca de la poesía en un ambiente tan infecto, tan viciado, casi equivale a declararse por vencido: apelar a los meros argumentos literarios y ofrecer una disculpa. Hay un dato insoslayable: México 20. La nouvelle poésie mexicaine (el título, otro motivo de discordia, lo decidió la editorial francesa) circula básicamente en París. No abundan los ejemplares en México y, además, la edición no es bilingüe. Por lo tanto, ¿de qué libro están hablando los que lo critican con encono? ¿Quién lo ha leído en serio? Por más que se tuerza el lenguaje, es una antología que contiene poemas de veinte autores. Vale la pena poner sus nombres, tal como

figuran en el índice: Paula Abramo, Luis Vicente de Aguinaga, Luigi Amara, Luis Jorge Boone, Hernán Bravo Varela, Claudina Domingo, Dolores Dorantes, Luis Felipe Fabre, Rodrigo Flores Sánchez, Maricela Guerrero, Julián Herbert, Mónica Nepote, Ángel Ortuño, Óscar de Pablo, Christian Peña, León Plascencia Ñol,

Karen Plata, Xitlalitl Rodríguez, Alejandro Tarrab, Karen Villeda.

Fuimos tres antologadores. Se impuso negociar hasta conseguir un consenso final. Por fortuna, hubo más coincidencias que diferencias. Cada uno de nosotros tiene lo que se llama pomposamente su poética. La mía, endeble, lo confieso, prefiere los poemas que guardan una relación áspera, sardónica con el género; los que evaden la “bobería” de la que habla Pierre Michon en su libro sobre Rimbaud o la exhiben para que se desmorone sin piedad; los que rehúyen los atributos sublimes o hermosos de la poesía bonita; los que cuesta trabajo declamar con aquella sonrisa acostumbrada a complacer al público: en resumen, paradójicamente, los poemas que en la superficie y en el fondo odian un poco o un mucho a la poesía y buscan la salida de emergencia.

Una poética no anula a la otra. En este libro —que defiendo ahora sin ambages— conviven varias bien o mal, pero conviven. En cambio, la vida literaria es otro terreno: tierra de nadie o campo de batalla. La gente que sabe de esas cosas usa expresiones como el “tejido social”. En este episodio de la vida literaria vaya que luce desgarrado. Se tejerá otro rápidamente; están los próximos festivales, las próximas antologías, las siguientes ferias, los libros que nos va a publicar la institución, las becas que estamos solicitando. Pronto nos estaremos volviendo a reconocer.