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Sobre la enfermedad del amor

Por:
  • jesus_ramirez-bermudez

Hace años aprendí, en un tratado de psicopatología inglesa, que a mediados del siglo XX se usaba aún la expresión “psicosis de amor”. Esta peculiar categoría psiquiátrica parece tener raíces milenarias, y aunque ha sido erradicada del léxico contemporáneo de la medicina, la sombra que proyecta sobre nuestro razonamiento todavía puede ser observada mediante una forma poco común de introspección, científica y literaria. Me refiero a la mirada de Francisco González Crussí, patólogo y escritor, quien apareció en la escena de las letras en 1985 con aquellas solitarias Notas de un anatomista, celebradas en las páginas del New York Times, y desde entonces su abordaje literario de la anatomía patológica se ha expandido hasta abarcar la heterogeneidad de una condición humana limitada, como diría Hans Georg Gadamer, por la filosofía de la finitud. Paulatinamente, sus capacidades de observación, entrenadas por la práctica de la microscopía, lo condujeron hacia un alejamiento de las versiones complacientes sobre la naturaleza humana. Así lo demuestra la nueva creación literaria del autor: La enfermedad del amor (Editorial Debate, 2016).

La obra de Francisco González Crussí, dedicada a todos los aspectos científicos y literarios del cuerpo humano, es memorable porque resulta de recursos que requieren una maduración larga y lenta: la paciencia bibliofílica del autor le permite encontrar historias inusuales en viejas bibliotecas de Europa y otras partes del mundo, y luego procede con meticulosidad a revelar las incongruencias constantes entre los mapas culturales de cada época y los hechos del cuerpo humano, imposibles de eliminar mediante el decreto o el soborno. Los personajes del doctor González Crussí —rigurosamente reales— son seres anómalos, sometidos con frecuencia a un severo escrutinio médico, con toda su carga de relatividades científicas, con su amalgama ideológica y su frío marco legal. Es en este sitio de convergencia entre el escrutinio de una mirada diagnóstica, la relatividad de las plataformas culturales, y los efectos de realidad de los discursos legales, donde nace la reflexión de González Crussí. A veces, esta reflexión es melancólica, porque las criaturas literarias —históricas o contemporáneas— no encuentran escapatoria frente al doble filo de la naturaleza y la cultura, pero también, y siempre en ascenso, los pensamientos de Crussí sobre la enfermedad admiten y producen todos los recursos de la humanidad: la suya es una mirada compasiva, aunque su compasión no está privada de ironía. Todo parece indicar que el sentido del humor ha logrado humanizar una obra literaria condenada a las variedades oscuras de la experiencia emocional: la nostalgia, la rabia, la indignación, el duelo, son recreados mediante la ironía de una mente reflexiva, y ante todo, abierta a la contemplación panorámica, a la profundidad de la historia.

Entre muchas otras cosas, La enfermedad del amor es un museo de aforismos sobre la dimensión erótica de nuestras vidas, y sus casi infinitos reductos hacia la humillación, el fracaso y otros tormentos, pues el amor es “el fenómeno más discutido y menos comprendido”, según Diderot, “la ocupación de las gentes ociosas”, de acuerdo con Diógenes, y en la versión de Platón se trata de “la enfermedad de las mentes desocupadas”. Este museo incluye, por supuesto, una sección dedicada a los aforismos que expresan sorna frente a la conducta amorosa: en palabras del poeta Chamfort, “un enamorado es un hombre que se empeña en parecer más amable de lo que es posible para él, y esta es la razón por la cual todos los enamorados parecen ridículos”. Un paso más adelante, Rosalinda, el personaje de Shakespeare, manifiesta su escepticismo no sólo hacia el amor, sino hacia la supuesta gravedad patológica de la obsesión erótica: “Los hombres de tiempo en tiempo han muerto, y se los han comido los gusanos, pero no por amor.” No podría faltar el aforismo sexista en una crítica del mal de amores, así que González Crussí recupera comentarios de la Ilustración: el amor “para los hombres, es estar inquieto; para las mujeres, existir.” Pero los relatos de este libro confirman que ambos sexos padecen por igual las penas de la obsesión amorosa. Cuando el rey de Babilonia pide consejo para castigar al amante culpable y flagrante de una de sus mujeres, el filósofo Tyneo le dice “déjalo que viva, ya el amor se encargará de castigarlo a su debido tiempo.”

La enfermedad del amor es un organismo literario poblado por grandes pensadores, arrinconados en los límites de la racionalidad: un museo de anormalidades y relatos de todas las épocas, donde se distingue el triángulo malsano conformado por los hechos del cuerpo y su contradicción con la cultura, ante la figura del médico que sólo puede ver a medias la estructura lógica del problema. Al igual que Los cinco sentidos (celebrado en su momento por Oliver Sacks) o los ensayos de Ver: Cosas vistas, no vistas y mal vistas, este libro se detiene en los puntos ciegos de las teorías científicas, en el remolino donde la medicina y la vida no logran diferenciarse. Sin pasión por la denuncia o el escándalo, sin necesidad de redimir a nadie, González Crussí contempla con ironía y serenidad los acontecimientos confusos de la historia, y los enlaza para formar una trama terriblemente entretenida. Al final podemos asistir a una discusión acerca de la naturaleza patológica de la obsesión erótica, puesta en escena mediante el recurso de una ficción filosófica, donde los argumentos se tensan y alternan para generar una resolución coherente, pero inesperada. Llegamos así a un estado de conciencia donde la literatura y la medicina contemplan el horizonte humano que Francisco de Quevedo diagnosticó en su momento: la enfermedad que crece si es curada.