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La nueva edad de las tinieblas, Ahmet Ümit en diez estampas

Por:
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Por Gerardo De la Cruz

Traducción Rafael Carpintero Ortega

En contexto

Nacido en 1960 en la ciudad de Gaziantep, al sureste de Turquía, Ahmet Ümit conforma, junto con Ahmet Hamdi Tanpinar, Yaşar Kemal, Orhan Pamuk y Elif Şafak, el universo de la literatura turca contemporánea disponible en el mercado de libros en nuestro idioma, una oferta editorial iniciada en España a mediados de los años noventa y que se ha ampliado en la última década, gracias al Nobel concedido a Pamuk en 2009.

La turca es una literatura relativamente joven para el resto del mundo, marcada por diversos procesos políticos: la reforma lingüística llevada a cabo por Mustafa Kemal tras la disolución del imperio otomano y la instauración de la república nacionalista; el conflicto histórico de integración geopolítica y los múltiples enfrentamientos de carácter étnico; la consolidación de su propio sistema, que aún se debate entre la secularización de sus instituciones y el islamismo político, entre la representación democrática y el autoritarismo militar; y no menos importante, es una literatura que debe enfrentarse a un Estado que legitima la censura.

En este contexto represivo, sin renunciar a la crítica, un ex miembro del Partido Comunista, un activista político formado en Moscú, ha logrado convertirse en uno de los escritores más populares y leídos dentro y fuera de Turquía. Ahmet Ümit ha sabido evadir las restricciones del sistema valiéndose de la ficción histórica, del thriller y la novela negra, para tocar fibras sensibles de la identidad turca, como en el caso de La tumba negra (Umbriel, 2010), o para exponer de soslayo las cicatrices de un gobierno donde la corrupción es la norma, como en su mayor éxito comercial, Réquiem por Estambul (Ediciones B, 2016), traducidas por Rafael Carpintero Ortega, el más oficioso promotor de la literatura turca al español.

A lo largo de estas diez estampas leemos a un autor plenamente consciente del lugar que ocupa como escritor en su país. Contra cualquier clase de prejuicio sobre el género detectivesco y la etiqueta de best seller, la materia prima de

su literatura no reside en la solución

de un misterio irresoluble, ni en las motivaciones del criminal, ni en la naturaleza del alma: el centro de su narrativa es la memoria histórica. Al cabo, ¿quién mejor que un detective para husmear en las contradicciones del pasado?, ¿quién mejor que un policía para perseguir los conflictos históricos y arrojar luces sobre la oscuridad que se cierne en una realidad violenta? Enseguida las respuestas generosas de Ümit a un cuestionario sobre su vida, su obra y la situación de Turquía en diversos órdenes.

1. Crecer en Anatolia

Yo crecí en una cultura pluralista, fruto de siglos de convivencia, una ciudad rica desde el punto de vista histórico —Gaziantep— y un entorno en el que convivían distintas religiones y lenguas. Por aquel entonces no existía la brecha actual entre la ciudad y el campo. O sea, pasé mi infancia corriendo por las calles estrechas e históricas de esa vieja ciudad y al mismo tiempo en contacto con la naturaleza.

Pero mi infancia duró poco tiempo. En 1971, cuando sólo tenía once años, se produjo el segundo golpe de Estado militar en el país. Los militares ejecutaron injustamente a jóvenes izquierdistas. Y esa injusticia provocó que sintiera simpatía hacia las ideas de izquierda. Tres años después, cuando el golpe se desintegraba, me había convertido en un militante de izquierda. Tenía catorce años. Fueron días difíciles, la muerte andaba por todas partes. El país vivía una especie de guerra civil. A mí me apuñalaron una vez y otras dos veces sufrí palizas mortales, una de fascistas civiles y otra de la policía. De todas formas, podía considerarme afortunado porque muchos compañeros fueron asesinados por oscuras organizaciones.

Durante el nuevo golpe militar de 1980, cientos de compañeros sufrieron torturas y pasaron largos años en prisión. Fue por entonces que vine a Estambul y me uní a la resistencia contra la dictadura militar. Con un poco de suerte, un poco de casualidad y mucho cuidado, evité que me atraparan. Fue una época en que eran comunes el heroísmo, las traiciones, las cobardías. Uno comprende mejor el sentido de la vida humana en días difíciles como aquéllos.

2. De izquierda

a best seller

Puedo decir que mi interés por la literatura empezó antes de aprender a leer, con las historias que me contaba mi madre. Ella era una magnífica narradora de cuentos, probablemente heredé de ella mi habilidad para escribir. Y una vez que aprendí a leer no podía soltar los libros. En los años del bachillerato conocí las obras de Cervantes, Tolstoi, Dickens, Dostoievski, Steinbeck, Goethe... Aquellas novelas me hacían emprender un viaje al mundo desde la pequeña ciudad de Anatolia en que vivía. No me pasaba por la cabeza, no tenía el objetivo de ser escritor. Pero ocurrió un milagro.

Después del golpe del 12 de septiembre de 1980 andábamos pegando carteles por las calles, un asunto en extremo peligroso. Ocurrió que detuvieron a uno de nuestros compañeros. El partido me pidió un informe sobre la detención y yo, en lugar de un informe, escribí una historia. Y ese primer relato mío se publicó en la revista marxista Problemas de la paz y del socialismo, que entonces se editaba en cuarenta lenguas. Ese acontecimiento inesperado me animó a convertirme en escritor. Al principio escribía relatos didácticos en los que predominaba la faceta política, pero luego me concentré en lo literario. El tiempo que pasé en Moscú me demostró que la literatura era mucho más valiosa y permanente que la política. Pero lo más importante era la extraordinaria sensación que me provocaba la escritura. Todos los sentimientos que puede percibir un ser humano, a veces tristeza, a veces alegría, a veces furia, a veces cariño: eso era lo mejor de ser escritor. Salir de tu propia vida y viajar a otras. Puedo afirmar que la literatura es para mí la forma de vida con más sentido que existe.

3. La novela negra

Como activista de izquierda viví palmo a palmo con el peligro en momentos difíciles en mi país. Durante la dictadura comprendí que para que la policía no me detuviera estaba obligado a pensar como ellos. Esa vida llena de suspense me condujo a escribir novelas policiacas. En mis años juveniles, en los que cada día aparecía un peligro nuevo, nuevas tensiones, nuevos riesgos, me convertí en una especie de adicto a la adrenalina. Y cuando empecé a escribir relatos, eso apareció en mi literatura. Escribía relatos de crímenes sin darme cuenta. No fui consciente de ello hasta que un amigo me llamó la atención: “Ahmet, tú lo que escribes es policiaco”. Cuando lo comprendí, empecé a leer sobre el género. Y quise crear mi propio mundo literario. En realidad, era simple: partiendo de la cultura del crimen de mi país, contar historias humanas universales. Ante un asesinato, todos mostramos nuestros verdaderos sentimientos: cobardía, valor, compasión, crueldad, inteligencia, estupidez, es decir, todo lo que es humano. Por eso el asesinato, pienso, es el eje sobre el cual giran la mayoría de las obras maestras de Shakespeare y Dostoievski.

Yo no escribo novelas en el sentido más clásico, de las que se construyen básicamente sobre la pregunta: “¿quién es el asesino?”. Yo pregunto: “¿por qué el asesino ha matado?”. Dejo la respuesta al lector y mientras tanto intento enfrentarlo a su propia alma. A todo lo que tiene de malo y débil, de vulgar y de sublime en su espíritu. Es decir, prefiero interrogarme sobre la existencia de esa criatura a la que llamamos ser humano. A una literatura que proporciona respuestas le falta algo; yo prefiero formular preguntas y nunca dar respuestas. No soy un religioso, un político, ni puedo decirle a nadie cómo vivir su vida; pero puedo formular preguntas acerca de cómo vivirla.

4. El Nobel y la

literatura turca

Orhan Pamuk es un autor que me gusta, algunas de sus obras me encantan y, sin duda, que recibiera el Premio Nobel es algo que llena de orgullo. Pero el premio no provocó grandes diferencias en la literatura turca. Es decir, no ha estallado una furia de jóvenes autores que intenten escribir como Pamuk. De hecho, en nuestro país existe una tradición literaria muy enraizada, que se extiende hasta las epopeyas, cuentos y narraciones orales de hace miles de años.

Nuestra literatura es muy dinámica, por la existencia de un gran número de escritores jóvenes y está en boga, a pesar de todo. Lo más gratificante es que se producen obras en una escala que va desde lo policiaco a la ciencia ficción, de la novela filosófica a los relatos históricos. Tenemos autores con mucho talento, de todas las edades, no sólo jóvenes. Leer sus obras verdaderamente me inspira: İhsan Oktay Anar, Murat Uyurkulak, Ayfer Tunç, Hakan Günday, Murat Menteş, Emrah Serbes, Mario Levi, Selim İleri. Son autores extraordinarios. Me considero afortunado de vivir en la misma época que ellos.

5. Estambul

y la humanidad

Las tierras de Turquía han atestiguado la existencia de ciudades, monumentos y vidas humanas que han puesto los cimientos de la civilización de nuestros días. El Imperio Romano de Oriente gobernó sobre estas tierras. Aquí se vivieron grandes tragedias tanto durante el paganismo como durante el cristianismo. Aquí sucedieron muchos acontecimientos importantes que forman parte de la memoria colectiva de la humanidad. Lo importante es saber contemplar toda esta riqueza histórica y cultural librándonos de los límites impuestos por enfoques religiosos, raciales o sexistas. Al fin y al cabo, tampoco tiene tanta importancia si vivimos en México o en Estambul. Todos somos miembros de esa problemática especie llamada humana. Si un escritor puede reflejar esa humanidad de forma realista y efectiva, no tiene demasiada importancia la ciudad en que vive.

6. Oriente vs. Occidente

Turquía es tanto Oriente como Occidente. Hay que verlo más como una ventaja que como una contradicción. No obstante, como tantos lugares en el mundo, en mi país también ha ocurrido cierto separatismo cultural. Se ha tomado partido por Occidente o por Oriente. Eso ha dañado mucho el pluralismo, pero la cultura es un todo, como la humanidad. De no haber sido por el judaísmo, no existiría el cristianismo, y de no ser por el cristianismo no existiría el islam. De la misma forma, sin el Imperio hitita no habría existido el romano; y sin el romano, no habrían existido la dinastía otomana ni la de los Habsburgo. A los políticos y los religiosos les gusta hacer pedazos la cultura y apropiarse de lo que apoya su forma de pensar y sus creencias; en cambio, los escritores prefieren comprender la cultura en su totalidad. Porque esa cultura ha sido creada por los seres humanos, y los seres humanos son el material básico de los escritores. Es imposible entender y describir al hombre sin comprender lo que ha creado: religiones, creencias, ideologías, arte, ciudades. Por eso los escritores necesitan tener una perspectiva amplia. La política, la religión, la raza, dividen la cultura; el arte une a los hombres y sus culturas.

7. La creación

de un personaje

Le preguntaron a Flaubert quién es Madame Bovary, y él respondió: “Madame Bovary soy yo”. Tanto en Réquiem por Estambul como en mis otros libros, yo soy todos los personajes. Desde luego, al crear mis personajes observo a los demás, pero sobre todo miro el pozo oscuro de mi alma y enseguida extraigo los tipos. En el caso del inspector jefe Nevzat, protagonista de Réquiem por Estambul, lo creé inspirándome en un policía progresista asesinado en 1979 por los fascistas.

En realidad, Nevzat es una propuesta que le hago a las organizaciones policiales, de nuestro país y del mundo, de cómo debería ser un buen policía.

Es una especie de sabio sobre el crimen. A pesar de ser un gran detective, cada vez que captura a los asesinos lo posee la tristeza porque comprende que es imposible prevenir el crimen simplemente atrapando a los criminales uno por uno. Sabe que el crimen tiene facetas económicas, sociales, psicológicas y que está relacionado con la tradición. Sabe que no se podrá reducir el número de delitos sin un país más justo, sin una sociedad más rica, sin una educación más humanista. Nevzat no es un superhéroe, a pesar de sus habilidades ni siquiera pudo impedir que su esposa y su hija fueran asesinadas. Pero es uno de los nuestros, una buena persona con sus fallas y sus defectos. Mejor dicho, trata de seguir siendo una buena persona. Porque eso es difícil en un mundo tan desastroso como el nuestro.

Nevzat ha tenido mucho éxito tanto en Turquía como fuera. En nuestro país tiene cientos de miles de admiradores. No aparece en todas mis obras, pero creo que las novelas donde aparece son las más populares.

8. El alma

de las ciudades

Nuestras ciudades son como nuestras madres. Lo que nos hace ser como somos se oculta en el interior de las

ciudades; pero, así como ignoramos el valor de nuestras madres, en la mayor parte de los casos desconocemos lo que valen nuestras ciudades. No son sólo casas, plazas, calles y monumentos: tienen un alma, una atmósfera espiritual infinita, formada por las memorias comunes de quienes han vivido allí a lo largo de siglos. En realidad, lo que llamamos cultura no es sino esta atmósfera. Si quieres entender a la humanidad, tienes que comprender el espíritu de Estambul, México, París, Nueva York, Pekín, Moscú, Río de Janeiro, Madrid, Londres, El Cairo, Jerusalén, Roma. Describir la ciudad es una de las mejores maneras de describir a las personas. Si la ciudad en la que vivimos está sucia, descuidada, si la saquean, si le roban el alma, sin duda será igual la situación de sus habitantes. Eso que llamamos toma de conciencia empieza por conocer nuestras ciudades y continúa por protegerlas. Pero lo que protegemos no son las ciudades, sino nuestra propia alma, nuestra propia vida. Por eso escribí Réquiem por Estambul, para describir la relación entre la gente y la ciudad. Sin duda, la misma relación existe entre la Ciudad de México y sus habitantes. En esa ciudad están la casa en que nacimos y la tumba en que yaceremos para siempre, y lo más importante: ahí pasaremos nuestra vida, nuestro espíritu encontrará sentido con las memorias que viven allí.

9. Demoracia

y Latinoamérica

Como una gran mayoría de mis compatriotas, no estoy satisfecho con la actuación del gobierno. Pero la alternativa no puede ser una dictadura militar.

Pretender que un golpe de Estado traiga la democracia es más difícil que saltar una zanja con un dromedario. En su lugar, debe funcionar el proceso natural. El pueblo, poco contento con la situación actual, debe cambiar el gobierno por medios democráticos, por difícil que resulte. Hay que enfrentar las actuaciones antidemocráticas del gobierno actual y la tendencia del régimen al totalitarismo con medios pacíficos y la desobediencia civil. Quizá lleve mucho tiempo, pero así nos aseguraremos de que el pueblo adquiera una conciencia democrática y se dé cuenta de su fuerza. No debemos olvidar que los pueblos son como los individuos, aprenden mejor mediante la experiencia. Y nunca olvidan lo que han aprendido por propia experiencia cuando se lo han ganado a pulso.

Pienso que Turquía se parece mucho a los países latinoamericanos. No me refiero únicamente al subdesarrollo económico, ni a la fragilidad de nuestras democracias. Creo que nuestras culturas son muy similares, aunque haya entre nosotros miles de kilómetros de distancia. La misma cálida sonrisa, la misma pobreza, la misma rabia, la misma alegría de vivir, la misma pasión.

10. El eclipse de la razón

Aunque soy básicamente un optimista, partidario de ver siempre el vaso medio lleno, lo que estamos viviendo en los últimos años no sólo en mi país, sino en el Oriente Medio y en el mundo entero, me impulsa a la desesperanza.

Esa monstruosidad llamada ISIS, el asesinar despiadadamente en nombre de la religión, demuestra la crisis espiritual en que se encuentra la humanidad. El racismo en aumento en Europa Occidental y en Estados Unidos es una indicación de que despierta el mal que acecha en el corazón humano. En mi país, me provocan una profunda inquietud los constantes enfrentamientos y las divisiones de base religiosa y racial. Vivimos una especie de eclipse de la razón. Veo que se derrumba la tolerancia cultural, el único camino que tenemos para vivir en paz en este planeta. El hombre está preparando su fin con sus propias manos.

Una especie de locura se apodera poco a poco de la Tierra. No veo esperanza para mi país ni para el mundo en un futuro próximo. Los líderes creen que hacen historia, pero en realidad la historia se traza un rumbo independiente, influido por múltiples hechos y factores. Estoy convencido de que al final se encontrará un camino más razonable para mi país y para la humanidad: si la humanidad consiguió vencer al fascismo, logrará salir de la oscura actualidad en la que hemos caído.