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Populismo: ¿una democracia diferente?

Por:
  • armando_chaguaceda

El debate actual sobre los populismos —que hemos reseñado en estas páginas— no es privativo de intelectuales de izquierda como Chantal Mouffe. Desde posturas conservadoras, una pensadora como Chantal Delsol (Populismos. Una defensa de lo indefendible, Paidós-Ariel, Buenos Aires, 2015) propone otras lecturas, que reivindican una forma de hacer política enfrentada al consenso liberal.

Defendiendo a un pueblo identificado con el arraigo, las periferias sociales y territoriales, las viejas identidades y costumbres, la lealtad a la familia, la comunidad y la patria. Un pueblo ninguneado, nos dice, por una élite tecnocrática, urbana y universalista, que impone un ideal emancipatorio característico de la Modernidad.

Las ideas de Delsol, quien se desmarca explícitamente de la extrema derecha fascista, tiene elementos atendibles. La crítica al desprecio —sustituto falaz de la comprensión y el diálogo— con que numerosos políticos y analistas descalifican —asumiéndolo como atraso, fanatismo e idiotez— el apoyo que amplios sectores de trabajadores prestan hoy a disímiles candidatos populistas de derecha. Su ponderación de esos mundos diversos de experiencias, necesidades y representaciones que viven en nuestras comunidades, parcialmente integradas a la sociedad de masas, capitalista y democrática. Las críticas al costo humano que el hiperliberalismo de la globalización impone a esas personas y pueblos reacios, por situación o decisión, a montarse en los vagones de cola del tren del progreso.

Sin embargo, su confusión entre sano patriotismo y repudio al inmigrante, entre moral tradicional e intolerancia homofóbica, entre catolicismo moderno y republicanismo laico revelan los sustratos claramente conservadores del pensamiento de Delsol, legitimación filosófica del populismo de derechas. Le Pen, Haider o los hermanos Kaczynski, enemigos todos de sociedades multiculturales y respetuosas de las minorías diversas, son presentados por la intelectual gala como demócratas incomprendidos, deseosos de defender al pueblo y de conseguir un auténtico pluralismo, hoy ahogado por la hipocresía liberal.

Lo que revela un estudio reciente1 es que todos los gobiernos populistas, con independencia de su signo político, afectan raigalmente las distintas dimensiones —electoral, liberal, participativa, deliberativa e igualitaria— de la democracia. Así, el legado desdemocratizador del populismo es compartido por sus variantes de derecha e izquierda, desmintiendo las presunciones de Delsol y Mouffe. El problema, pues, no es el revestimento ideológico de los populismos, sino su sustancia misma. Ese coctel de personalismo autoritario y polarización schmittiana, enemigo de cualquier intento pluralista y republicano de ordenar nuestra siempre conflictiva convivencia cívica.

1 Ver Ruth-Lovell, Saskia P; Lührmann, Anna & Grahn, Sandra. Democracy and Populism: Testing a Contentious Relationship, Working Paper Series, No 91, V-Dem Institute, Gothemburg, 2019.