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La libertad después de la pandemia

Por:
  • guillermoh-columnista

Isaiah Berlin distinguió dos tipos de libertad: la positiva y la negativa. La positiva puede entenderse como el libre albedrío en su sentido primario, a saber, la facultad de hacer algo diferente por cuenta propia. La negativa es la ausencia de restricciones para actuar, a saber, el ser libre de las restricciones que los poderes del mundo imponen a nuestra voluntad. Cuando hablo de libertad en este artículo, me refiero a la negativa, bandera a media asta de la tradición liberal.

Las medidas contra la pandemia han restringido nuestra libertad. En algunos países, ni siquiera se ha preservado la libertad de movimiento. Las personas tienen que quedarse en sus casas, como si estuvieran en prisión domiciliaria. Si hacemos a un lado todos los vericuetos de la discusión, el Estado nos ha plantado el siguiente dilema fatal: o se preservan las libertades o se pone en riesgo la vida. Puestas así las cosas, parecería que sólo un insensato preferiría cuidar sus libertades a proteger la vida.

"Las medidas contra la pandemia han restringido nuestra libertad. En algunos países, ni siquiera se ha preservado la libertad de movimiento. Las personas tienen que quedarse en sus casas, como si estuvieran en prisión domiciliaria. Si hacemos a un lado todos los vericuetos de la discusión, el Estado nos ha plantado el siguiente dilema fatal: o se preservan las libertades o se pone en riesgo la vida"

¿De qué te sirve una libertad que te llevará a la muerte? —se cuestionaría. La vida es el valor supremo, por encima de todas las libertades— se diría. Quien prefiere a la libertad sobre la vida padece una confusión axiológica. En ese caso, el Estado tiene derecho a retirarle su libertad, incluso por la fuerza, para protegerlo de su necedad. Por otra parte, aunque se concediera que cada quien puede hacer con su vida lo que quiera, se podría responder que quien pone su libertad individual sobre el cuidado de la vida colectiva está siendo criminalmente egoísta. Si  a alguien no le importa contagiarse y morir, allá él, pero el problema es que la epidemia se transmite con mucha facilidad. Quien se niega a aceptar las restricciones a la libertad no sólo pone en riesgo su vida sino la de otros. Por lo mismo, su decisión es socialmente condenable. El Estado tiene derecho a retirarle sus presuntas libertades.

[caption id="attachment_1134407" align="alignnone" width="696"] El Zócalo capitalino cerrado al público, el pasado 2 de abril. Foto: Cuartoscuro[/caption]

La pandemia del Covid-19 tiene una característica que la distingue de todas las previas en la historia humana. Antes, el mundo tenía un solo plano ontológico: el del espacio físico. Ahora, hay otro: el ciberespacio. La amenaza mortal del Covid-19 se mueve por el espacio físico pero no por el ciberespacio. Eso ha permitido trasladar actividades de uno al otro. Por ejemplo, en estos días de cuarentena hay escuelas que siguen laborando en el ciberespacio. Los niños toman clases, se reúnen con sus compañeros y le hacen preguntas a sus maestros, todo a distancia. En algunas oficinas siguen distribuyendo el trabajo, supervisando las tareas asignadas y reuniéndose en videoconferencias. Es más, hace unos días, los líderes del G-20 tuvieron un encuentro virtual en el que discutieron asuntos importantísimos para la humanidad sin tener que salir de sus respectivos países.

Todo esto me hace plantear las siguientes preguntas: ¿puede distinguirse la libertad del espacio físico de la libertad del ciberespacio? ¿Acaso la segunda se ha convertido en un sucedáneo de la primera? ¿Podemos conformarnos con una sin la otra?

"Después de que superemos el pico más alto del Covid-19, la política ya no será la misma. Los ciudadanos exigirán a sus gobiernos que protejan sus vidas, cueste lo que cueste. Muchas medidas restrictivas se preservarán en el futuro, con el aval e incluso el aplauso de las mayorías. Pero dudo que se atrevan a tocar la libertad del ciberespacio, si es que a eso

se le puede llamar libertad"

Algunos museos cerrados por la pandemia ofrecen de manera gratuita visitas virtuales a sus instalaciones. Si en el espacio físico estamos impedidos para recorrer los pasillos de esos museos, en el ciberespacio podemos pasar horas enteras admirando las obras de arte que se resguardan en sus salas y, además, sin pagar un peso. Perdimos esa libertad en el espacio físico pero la hemos preservado —incluso con ventajas— en el ciberespacio. Este es un ejemplo, entre muchos, pero todo parece indicar que la moraleja será siempre la misma: mientras el ciberespacio sea más extenso, más abundante, más accesible se resentirá menos la libertad perdida en el espacio físico. Suena bien, pero debemos tener mucho cuidado. No olvidemos que el ciberespacio tiene dueños y que no hay nada que hagamos en él que no esté rigurosamente controlado.

Después de que superemos el pico más alto del Covid-19, la política ya no será la misma. Los ciudadanos exigirán a sus gobiernos que protejan sus vidas, cueste lo que cueste. Muchas medidas restrictivas se preservarán en el futuro, con el aval e incluso el aplauso de las mayorías. Pero dudo que se atrevan a tocar la libertad del ciberespacio, si es que a eso se le puede llamar libertad.