La voluntad del universo

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Con la noticia de que circulan estudios serios estipulando la probable conciencia del Sol, y de todo el universo, surgieron no pocos memes de alarma por la emoción de los poetas ante semejante información.

¡Si de por sí abundan los bardos telúricos cuyos versos sangran si son partidos en dos, o cuya obra toda se dora bajo la magnanimidad del astro rey! No es difícil creer que el Sol es un alto grito amarillo, o que nos ha dado las manos llenas de color, o que siempre da, como un puño que se abre en ese raro poema cenital de Philip Larkin. No es necesario, pues, evitar que se enteren los poetas de la revolución actual del panpsiquismo:

ellos ya lo sabían.

¿Qué revolución es ésta? El panpsiquismo es un puente entre la idea de que la conciencia surge del mundo físico y la idea de que la mente y el cuerpo son dos entidades separadas. La conciencia surge de nosotros porque está presente en todo. Nada nuevo, en realidad, pero con interesantes agregados contemporáneos, como el estudio que sugiere que ciertos organismos similares comparten interconexiones telepáticas, o que las especies tienen recuerdos colectivos. En un artículo reciente, el biólogo Rupert Sheldrake no se oponía a la idea de la conciencia del Sol y de todas las estrellas, ya que ésta (la conciencia) no está necesariamente confinada en el cerebro, y podría estar ligada a los sistemas físicos a través de campos electromagnéticos rítmicos como los que se presentan alrededor del Sol. Una consecuencia fascinante de esta teoría es que las estrellas se pueden mover utilizando chorros direccionales que las colocan donde “quieren” estar, y ya que no son guiadas mecánicamente por la influencia gravitacional de la materia oscura. Esta teoría coincide con otra, más filosófica o incluso religiosa, que sugiere a un universo en constante autoajuste, haciendo su mejor esfuerzo para que las condiciones de vida sean óptimas, es decir, que el universo es Dios. A esto se le llama cosmopsiquismo. Ambos nombres son muy feos, por cierto, pero no le vamos a pedir inspiración verbal a científicos y teólogos… Según el cosmopsiquismo, el universo es demasiado perfecto para ser un accidente, y si no lo es, hay una voluntad, no la de un Dios todopoderoso administrador del bien y del mal, sino la del universo mismo afinándose, o, para decirlo en otras palabras, hay una direccionalidad que apunta hacia la vida en un nivel muy básico de la física…

Así pues, entre las religiones tradicionales y el ateísmo secular, cunde hoy esta especie de ateísmo espiritual que concede que en el universo hay intención y significado, pero no deidad, una “voluntad cósmica” que tiende, siempre, hacia la vida, así como la piedra persevera en su ser piedra y el tigre persevera en su ser tigre, según Spinoza. Un universo consciente, atomizado en neutrones que no se mueven al azar sino con direccionalidad, con soles muy atentos y estrellas que están donde quieren estar… Los poetas solares podrán refocilarse, pero, ¿se habrá abolido el azar con este golpe de dados?, ¿qué haremos sin la belleza del tropezón y el accidente?