Diversa Cultural

Diversa Cultural - 13 abril 2024

MUSEO TOLSTOI

Entre cuadros, documentos y objetos de su uso, se guardan más de quince mil recuerdos del novelista. Y el recuerdo de Tolstoi queda profundamente grabado en la memoria del visitante. Uno ve al novelista montado a caballo, en cama, trabajando, con la lezna en la mano, de viaje, jugando, solo, y en compañía de su familia. Se ve Tolstoi de pequeño, de joven, de soldado y de profeta. Y a las dos horas de estar en este Museo se conoce a Tolstoi mejor que a cualquiera de nuestros amigos. A mí, personalmente, hubo dos cosas que me causaron gran impresión. El primero de aquellos objetos era un sobre, grueso y ordinario, y una carta, también de basta apariencia. Aquella carta la escribió a Tolstoi una mujer a quien desagradaban los libros del escritor. Y aquella mujer decía al novelista que dejara de escribir, que no torturara más a la humanidad y que pusiera un pronto fin a su vida. El segundo objeto era un documento timbrado: un talón de ferrocarril, cuidadosamente rellenado. En el talón se leía: “Destinatario: Familia Tolstoi. Clase de paquete: una caja. Contenido: Un cadáver”. Así eternizó la Rusia oficial el traslado de Tolstoi desde el pueblecillo de Astapovo a Jasnaja Poljana. En aquel papel se patentizaba la absoluta insignificancia de la inteligencia ante la mirada oficial, que siempre ha sido de una estupidez conmovedora.

Stefan Zweig, Países y paisajes, trad. Tristán de la Rosa, Editorial Apolo, 1952.

MUSEO TOLSTOI

EL CIGARRILLO

Instrumento de trabajo

Primero tomemos la atmósfera a la vez brumosa y seca, desgreñada, donde el cigarrillo siempre está apoyado en diagonal desde que continuamente la crea.

Luego su persona: una antorchita mucho menos luminosa que perfumada, de donde se desprenden y caen según un ritmo por determinar un número calculable de pequeñas masas de cenizas.

Por último, su pasión: ese botón encendido, que se descama en películas plateadas, rodeado por una polaina contigua formada por las más recientes.

Francis Ponge, De parte de las cosas. Proemios. Doce pequeños escritos, prol. y trad. Silvio Mattoni, El cuenco de plata, 2017.

El cigarrillo

HIJO

Para un padre, el calendario más veraz es su propio hijo. En él, más que en espejos o almanaques, tomamos conciencia de nuestro transcurrir y registramos los síntomas de nuestro deterioro. El diente que le sale es el que perdemos, el centímetro que aumenta es el que empequeñecemos, las luces que adquiere las que en nosotros se extinguen, lo que aprende, lo que olvidamos y el año que suma el que nos sustrae. Su desarrollo es la imagen simétrica e invertida de nuestro consumo, pues él se alimenta de nuestro tiempo y se construye con las amputaciones sucesivas de nuestro ser.

Julio Ramón Ribeyro, Antología personal, FCE, 2002.

SOLTERÍA

El neologismo incels se refiere a los “célibes (masculinos) involuntarios”. Los más combativos se alinearon en los últimos años bajo esa bandera. Los incels se quejan de su miseria sexual, que explican por el rechazo continuo de las mujeres.

Desde su emancipación —dicen— se han vuelto demasiado exigentes hasta el punto de no querernos como compañeros. Los incels se reúnen en foros donde comparten sus amarguras, beben cerveza, fundan pequeños grupos y a veces, especialmente en el continente americano, cometen asesinatos en masa que aparecen en los titulares.

Los incels están descontentos porque las mujeres no los quieren, recientemente se han dedicado a odiarlos. Los incels reivindican el derecho al sexo como si se les debiera.

La palabra que designa a su homólogo femenino, femcel, no parece tener en cuenta la dimensión impuesta del celibato: el prefijo involuntario in desaparece. Sin embargo, hay mujeres que sufren lo mismo por estar solteras durante años.

Las mujeres generalmente vuelven sus impulsos violentos contra sí mismas, cultivando un odio que comienza con la depreciación física.

Los incels consideran que esas mujeres podrían encontrar pareja si aceptaran “bajar los estándares”. A sus ojos, son unas niñas mimadas. Mimadas por el feminismo que les hizo creer que merecían algo mejor que ellos.

Las mujeres pierden la confianza en sí mismas al no agradar a nadie. El vértigo de la soledad se convierte en autodesprecio. Culpan a los estándares de belleza. Quienes las rodean no suelen creer en esta explicación, creen más bien que son demasiado exigentes y les aconsejan que dejen de esperar al Príncipe Azul. Aún si está dicho de forma elegante, la frase equivale a sugerirles que cojan con el primero que pase. A combinar las frustraciones sexuales para deshacerse de ellas, cueste lo que cueste.

Fui célibe involuntaria del 2010 al 2020. No me había pasado antes. No sabía que se llamaba así. Además, todavía no se llamaba así. No estaba preparada para afrontarlo. Encontrarse “en el mercado” sexoafectivo es de una violencia arrolladora. El mercado no tiene sentimientos. Eres un cuerpo en exhibición. Tu única posibilidad es ser más astuta que el mercado para intentar desbloquear la caja de los "sentimientos".

Durante los años en los que mi vida encajaba medianamente en la definición del síndrome, leer las notas periodísticas sobre el tema no me sirvió de nada. Poner nombre a los síntomas sociológicos no alivia, más bien estigmatiza. Simplificar. Abrir una cajita para meterme ahí. Privarme así de mi historia, de mi complejidad, de todo lo que en mí era único, raro, especial. El término me objetiviza. Me aplana. Me desfigura. Nombrar el mal duplica mi indignación. Ni siquiera es mío, no es original, no es interesante como lo sería una neurosis o un trauma: histórico, geopolítico, económico. El diagnóstico es tan degradante que tengo que desafiarlo: Escribir un libro, tal vez, para desahogarme.

Claire Legendre, Ce désir me pointe (Este deseo me señala), traducción de este fragmento F.P.G.J., editorial Leméac, 2024.

INTENTO FALLIDO

Raymond Chandler sufrió un duro golpe al perder a su esposa Cissy a fines de 1954, y a principios del siguiente año intentó quitarse la vida. “El informe oficial constataba que estaba ebrio, incoherente e impasible ante las preguntas de la policía.” La versión de Chandler de este episodio difiere sólo en detalle: “Me sería totalmente imposible decirle si realmente quería llevarlo a cabo o si mi subconsciente protagonizaba una representación dramática barata. El primer disparo salió sin que me lo propusiera. Nunca había usado el arma y el gatillo era tan suave que apenas lo toqué para poner la mano en posición correcta, se disparó, y la bala rebotó en las baldosas de la ducha y agujereó el techo. Del mismo modo podría haber rebotado contra mi estómago. El disparo me pareció muy débil, y esta impresión fue corroborada por el hecho de que el segundo disparo (el que iba en serio) no hizo salir ninguna bala. Los cartuchos tenían unos cinco años, y supongo que en este clima la carga se había podrido. En aquel momento me desmayé. El oficial de policía que me encontró me dijo más tarde que estaba sentado en la bañera tratando de meterme el revólver en la boca y que cuando me pidió que le entregara el arma, yo me reí y se la alargué. No recuerdo absolutamente nada de todo esto. Ignoro si es o no un defecto emocional que no sienta la menor impresión de culpa o vergüenza cuando veo a gente de La Jolla, que está bien enterada de lo ocurrido. Lo dijeron por todas partes, algunas buenas y comprensivas, algunas recriminatorias

y otras increíblemente necias”.

Frank MacShane, La vida de Raymond Chandler, trad. Pilar Giralt, editorial Alrevés, 2017.

Raymond Chandler