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Julio Trujillo

Yardbird Suite (En el centenario de Charlie Parker)

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Por:

Para Lucy

Miles Davis siente que mide treinta centímetros junto a la montaña musical que es Charlie Parker, lo persigue, aunque aquél no huye, lo combate, aunque aquél no pelea, lo imita, aunque aquél ni se entera pues va desasido y es probable que haya olvidado que está tocando en un septeto, en Los Ángeles, en su primera sesión de grabación para el sello Dial, y ejecuta su propia composición, “Yardbird Suite”, en honor a sí mismo, y cómo no, si ya le dio un giro violento, sensual y metafísico a la historia del jazz, lo calentó, lo aceleró, lo hizo estallar, le negó las satisfacciones instantáneas y lo puso en crisis, la crisis de una embriagante libertad ya no atada a las grandes bandas, ni al baile, ni siquiera a la melodía sino a su propia expresión irreductible, qué sonido, bebop, “bop”, como el sonido de la macana de un policía reventándote en el cráneo, piensa Yardbird, “Bird” para muchos, “Yard” para Dizzy su compadre y una cadena de montañas para Davis, el trompetista de veinte años que lo observa como se observa a un planeta nuevo o a un volcán en erupción, y Bird sólo tiene veintiséis pero parece de doscientos, cabalgando el alto sax como si estuviera sólo en el cosmos, confiado, olvidado de sí, transfigurado en música, no como en aquella lejana jam session en que le aventaron el platillo de la batería para callarlo, pero quién puede callar a la música engendrándose a sí misma, Bird lo sabe, sube y baja la escala, juega secretamente con Stravinsky y en un instante imperceptible para el mundo, piensa: “Esto ya lo toqué mañana” y está a punto de detenerse en seco, mandar a volar el saxofón y darse un chute de heroína pero sigue, porque el bebop sigue, se riza siempre pero sin cerrar el círculo ni regodearse con ningún hallazgo, sigue, no busca pero encuentra, no cosecha nada pero siembra todo, él lo supo cuando tocaba, por centésima vez, “Cherokee” y pudo ver algo detrás de las notas, pliegues, adiposidades, contagios, fugas fugaces y esa terrible libertad que endiosa y tantas veces petrifica, que tensa la cuerda de la improvisación para el saxofonista funámbulo, virtuoso supersónico, glotón, adicto, cometa en llamas en la noche más oscura, negro Buda a los ojos de Kerouac, ¿quién va a entender el enigma de la eternidad y de su peón, el tiempo?, ¿quién puede traducir lo que sólo sucede, lo que carece de porqué?, sólo tocando el saxofón podía Charlie Parker sugerir, dar una pista, comenzar a decirse, y “Yardbird Suite” es lo que dice, fondo y forma trenzados, hechizantes, como si no hubiera pasado ni futuro, como si no hubieran quedado atrás las dos guerras mundiales ni allá adelante le esperara la muerte a los 34 años, killer del Killer, ni más adelante celebráramos su centenario escuchándolo como se aprieta un talismán, volviendo a “Ko-Ko”, a “Ornithology”, a “Lover Man”, aprendiendo a ser libres con sus contraltos, a fracasar mejor, a arder por ambos cabos para brillar mejor, para cruzar el firmamento como Bird.