Existe algo que emparenta la amistad con la muerte: su misterio es igual de insondable. Decía Maurice Blanchot que no se puede hablar de los amigos, sólo hablarles. Y es lo que hace Clyo Mendoza en este ensayo: inicia con su devoción por Dylan Thomas —cuyo 70 aniversario luctuoso ocurrió en noviembre—, para luego dirigirse a su amigo, Bruno Darío, poeta que idolatraba al británico y quien también abandonó nuestro plano. Estas letras habitan los límites de la experiencia, de los afectos atemporales. Aquí, poesía y liturgia forman una sola dimensión, donde el fervor de los que aman es el mismo de los que son conscientes de su finitud. Vivir, realmente, no puede ser de otra manera
"Y ya la muerte no tendrá dominio"
Clyo Mendoza

