¿Cómo se enciende un fósforo?

¿Cómo se enciende un fósforo?
Por:
  • larazon

Eduardo Jonquières fue el poeta y pintor argentino, amigo, más bien hermano, de Julio Cortázar, a quien le escribió asiduamente entre 1950 y 1983. La que sigue es una carta en la que escribe el Cortázar traductor de Edgar Allan Poe, el Cortázar crítico del ambiente literario argentino, el Cortázar escritor revelando sus ideas, y al final: el gran cronopio.

Roma, 15/1/54

Querido Eduardo:

Te escribo con retardo, y después de un montón de días en que vengo sintiéndome culpable. La razón central es Poe, cuya traducción ha entrado en lo que un mal escritor llamaría el período crucial pero que yo, más purista, califico de quilombo desatado. Aunque no llevo cuenta justa, el amontonamiento de cuartillas es impresionante, pero Poe se ha propuesto escribir conmigo su mejor cuento fantástico, el del escritor que no se deja traducir del todo. Hace dos meses calculé que me faltaban unas seiscientas páginas. Traduzco diez diarias como promedio. Anoche saqué cuentas y me faltan unas… seiscientas. (Exagero un poco en beneficio de tu sonrisa, pero la verdad es que Edgardo tiene una elasticidad que ya la quisiera mi cuñadísimo —escritor prolífico.)

Esto se ha convertido en una carrera contra el almanaque. Es divertido y estimulante. Nuestros planes serían en principio éstos: acabar con Poe —la traducción y corrección— a fin de febrero. Alborozada la conciencia, bajar a Náboli unos días y de ahí la ruta de los azules y los dorados y las franjas blanquinegras: Orvieto, Arezzo, Siena, San Gimignano, Perugia, Asís, y por fin Firenze. Aquí nos plantaríamos para que yo acabe con el Poe, es decir escriba el estudio preliminar y las copiosas notas que deben darle a la edición un airecillo universitario (sin pedantería, te prometo). La idea es buena porque: a) un mes y medio en Firenze es tiempo abundante para esaurirla (hiperbólicamente hablando); b) hay bibliotecas inglesas y yanquis, ergo trabajaré igual que en Roma o mejor. La otra vez estuve nueve días en Firenze, y me convencí de que uno no ve nada como debe verse. Es imposible tener citas con los pintores como se las tiene en un despacho. No se puede ver a las diez a Fra Angelico, a las once a Masaccio y a las tres a Paolo Uccello. Precisamente estos 4 meses (¡ya!) de Roma me prueban cómo una visión se ajusta y se afina cuando se le da su tiempo, que no es el turístico. Vivir en Firenze me parece una perspectiva admirable. Haré lo mismo que aquí, dividir el día entre el trabajo y la vagancia. Creo que encontraremos algún cuarto barato, y lo pasaremos muy bien. […]

Obieta [Jorge de Obieta, escritor, hijo de Macedonio Fernández] me prestó el nº 1 de la revista de Pellegrini (pues el que tú me mandaste no llegó). Lo leí de arriba abajo y te daré una opinión que por supuesto quedas autorizado a comunicar a Pellegrini. La revista tiene un defecto grave (porque es básico): la insoportable retórica de los ataques, la engolada suficiencia del lenguaje y las ideas. De entrada la “Justificación” no justifica nada a fuerza de mediocridad. Corre de un sofisma a otro, pasando por varios plañidos à la SADE (Sociedad Argentina de Editores) que ya no convencen a nadie que haya pasado de los 25 años. ¿Qué es eso de reincidir en las jeremiadas sobre “el escritor joven” incomprendido e impublicado? El sofisma más grave es afirmar —como lo hace el redactor— que “las revistas literarias (léase Sur) no publican a los jóvenes, pues un escritor no entra en sus sumarios hasta que el consenso general lo admite”. (Cito de memoria.) Yo digo: si el consenso general lo admite, ha de ser porque lo han leído, ¿no? Y si lo han leído, el tipo ha debido publicar, ¿verdad? ¿O se puede lograr un consenso general siendo inédito? Joden un poco con esto del escritor joven. Y joden porque parten un poco de la idea de que la juventud es un mérito literario, lo cual —si uno mira lo que escribía a los 20 y aun a los 30— es una burrada padre.

Parecen creer que en cada Paulista de Buenos Aires hay un Rimbaud pálido de incomprensión, sin nada de consenso a fuerza de tener genio. Parecen creer que Sur, por ejemplo, le tiene miedo a los jóvenes —o al talento. Confunden la política interna de las revistas (bastante asquerosa siempre) y el estado del hígado del Secretario de redacción, con una posición conservadora que no existe. Tú y yo conocemos bien a Sur (sigo con el ejemplo) y no nos hacemos ilusiones. Pero de ahí a irse al otro lado y creer que el talento y las revelaciones están entre los rechazados en las revistas, equivale a sustituir la inteligencia por el resentimiento. […]

El otro día se me ocurrió que si tengo tiempo y ganas, voy a escribir un Manual de instrucciones. Esto nació de que Aurora y yo habíamos ido a San Giovanni in Luterano para seguir explorando el museo. Como faltaba un rato para que abrieran, libamos un timballo de lasagna en una tavola calda, y nos metimos en el palacio de la Scala Santa. Tú sabrás que por dicha Scala se sube de rodillas, pues Santa Helena la importó a Roma después de sacarla de casa de Pilatos. Noté entre varias cosas notables, que vendían unos libritos con “instrucciones para subir la Scala Santa” y me pareció muy bien. Tan bien me pareció que me di cuenta hasta qué punto estamos huérfanos de buenas instrucciones para hacer cantidad de cosas importantes. Harían falta instrucciones para beber una tacita de café, por ejemplo, o para sentarse en una silla. Son cosas elementales –es decir profundas, o sea malentendidas. ¿Cómo se enciende un fósforo? ¿Tú sabes? No, tú lo enciendes. Pero, ¿y si del fósforo, por tu torpeza, te brota una enorme cebolla de verdeo? Etc, etc. Reconoce, con todo, que el Manual se impone. Alguien tendría que escribirlo. (Un inglés, probablemente.) […]

Nos hicimos regalos de Navidad: Aurora recibió una sotto veste que necesitaba, y yo un prodigioso calidoscopio. Este calidoscopio me sirve entre otras cosas como pruebacronopios. Cuando viene alguien a casa yo le ofrezco en seguida el calidoscopio. Si se enloquece, salta por el aire, etc, lo proclamo cronopio. Si condesciende con una sonrisa de buena educación, lo mando mentalmente al corno. Te aconsejo que tengas uno. Te mostrará más cosas sobre una persona que el Rorschard —si se escribe así, que no se escribe [test de personalidad de Hermann Rorschach. […]

Escribe una carta llena de olas atlánticas, y que te broncees como un gran piel roja, y que te digan oso sentado o gran largato del sol.

Con un abrazo de

Julio

Tomado de: Julio Cortázar, Cartas a los

Jonquiéres, edición de Aurora Bernárdez

y Carles Álvarez Garriga, Alfaguara, 2010.