Corrida Imperial

Corrida Imperial
Por:
  • larazon

Alicia Alarcón

Comienzo a contar. Sota, Jóker, Reina, Rey, As. Aywey. No me cuadra. Sota, Jóker. Sota. Caigo que la Sota no entra en esta baraja. No sé cómo llegó ahí. No significa nada más que una figura femenina en otro juego. Pero en los naipes ingleses, con los que se juega el póquer, se metió a fuerza. Ahí la tengo, enfrente. Queriendo ganar. No entra. Por más que la quiero acomodar a la pobre (¿pobre?) nada más no me sale.

Este juego está destinado al fracaso. No puedo hacer ningún juego valioso, me falta un 10 (que seguro la Sota nunca ha tenido cerca) o hasta un dos que me serviría si mi contrincante me da chance de seguir la corrida. Con el As de ayuda, tan bonito él, ahí como en medio de todo. Puede ser tan alto o tan bajo como quieras.

El As agrupa a los poderosos Reyes con su chalán el Jóker o junta a sus poquiteros desde el 2 hasta el 10. Tan listo. Mejor se llevó a los de arriba sin hacerle caso a los de abajo. Hasta metió a la Sota. No se de dónde demonios me salió esta carta. No tiene ni la apariencia de las demás cartas, ni nada parecido. Eso sí, mucha labia, porque para estar en mi juego vaya que se necesita poner cara de póquer. Y mover a las demás cartas, ayudarlas para poder conseguir ganar las fichas.

Caray, esta Sota tan poderosa y yo haciéndola menos. ¡Pero si no la llamé!, ni yo ni nadie. No se qué hace aquí echándome a perder el juego de mi vida. Su lugar podría ser ocupado por un comodín o una carta que aunque menos valiosa, si más válida. Pero la Sota se metió hasta lo más profundo del paño verde.

Ahí entre pinos hechos de fichas, parece que me observa y me reta. Como si me dijera: “¿No qué no?”. No, pos sí. En la mesa de juego, solamente se tiran las cartas que pueden lograr una combinación exitosa. Por supuesto, en lo que pienso todo esto, llega mi turno de igualar, pasar o subir la apuesta. Estoy tentada a subirla. Veo a la Sota como cerrándome un ojo (chiquitito, porque la imagen de la carta es chiquitita) como instándome a no hacer caso de las necedades de los demás jugadores que dicen que no parece muy legal y que no saben si permitirlo. Para poder jugar, hay que seguir las reglas.

El As manda sobre todo el resto de las cartas, pero sólo a veces. Duplico la apuesta sin miedo. Si el As me indica que la Sota va, es porque va.

Aunque su Rey esté cerca, parece que el As le quita el aliento y la voluntad. Y eso que está la Reina cerquita. Y el Jóker que también le entra al quite. Deberé decidir si consultar con alguien el espíritu holístico acerca de la decisión de incluirla en mi juego (con tanta energía como la que vienen manejando en las escuelas de esoterismo de la Costa Este estadounidense).

Total, en algún momento algún “fellow player” me dijo que si la usaba me iba a quemar para siempre con los demás jugadores. Que la Sota ni era de este juego y, aunque hubiera sido, no tenía la capacidad de ningún tipo porque no estaba certificada por nadie para lograr hacer ni siquiera pares o tercias, aunque pareciera que sí.

Decido entonces sacarla del juego. A pesar del reclamo del As y de su Rey. Parece que la Reina está de acuerdo y el Jóker hasta aplaude. Cambio a la Sota y como una señal divina, aparece un 10. Gano el juego y por supuesto, los pinos de fichas sobre el paño verde.

Al despedirme de mi anfitrión, un jugador veterano y muy conocedor del póquer, le pregunto porqué se nos apareció en el mazo de cartas la Sota sin tener nada que ver ahí.

“Fácil” me contesta. “La Sota no importa si es de bastos o copas. Sin embargo, se convierte en muy peligrosa cuando es de oros o espadas, que es lo que le interesa en realidad. Se va a aparecer en donde encuentre la fórmula ganadora del juego. Aunque en nuestra ronda, siempre hayamos sabido que era una carta falsa, buena decisión la tuya de sacarla”. Así las cosas. Pinche Sota.

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Twitter: @aliciaalarcon