Dilma y Sakineh

Dilma y Sakineh
Por:
  • larazon

En los últimos meses se ha especulado en medios estadounidenses y suramericanos sobre un posible distanciamiento entre Brasil e Irán, dos aliados importantes en la estrategia de resistencia a la hegemonía de Estados Unidos durante la última década.

La razón de ese leve congelamiento, que hasta ahora no ha pasado del intercambio de algunas notas diplomáticas, es bastante puntual: el rechazo de la presidenta Dilma Rousseff a la lapidación de la iraní Sakineh Mohammadi Ashtiani, condenada a muerte por adulterio.

Durante su campaña, Rousseff fue muy enfática en su oposición a esa condena, que considera violatoria de los derechos humanos, a pesar de que la misma está contemplada en la sharía o Ley Islámica, que rige en ese país del Medio Oriente desde la Revolución de los Ayatolas en 1979.

La legislación islámica es uno de los elementos centrales del sistema político iraní y una de las banderas que con más vehemencia defiende el presidente Mahmoud Ahmadinejad.

En las últimas semanas el nuevo canciller brasileño, Antonio Patriota, ha vuelto a reiterar la oposición de su gobierno a la lapidación de Sakineh y ha recordado que, durante su campaña, Rousseff declaró haber estado en desacuerdo con la posición de Lula ante la violación de los derechos humanos en Irán en la ONU y otros foros internacionales. Itamaraty, la cancillería brasileña y la embajada de este país sudamericano en Teherán ya han recibido las quejas del gobierno de Ahmadinejad ante tal reposicionamiento.

El leve distanciamiento entre Brasilia y Teherán ha sido interpretado de muchas maneras. Para algunos se trata de un compromiso de Rousseff con la agenda feminista. Para otros, de un gesto de diferenciación con su antecesor y mentor, Lula da Silva. Para otros más, de una manera de recuperar la estrategia de entendimiento con Estados Unidos, que había impulsado Lula en su primer periodo y que al final del segundo se vio entorpecida por la buena relación con Irán y, también, por las presiones de Hugo Chávez y el ALBA.

Todas estas interpretaciones tienen, seguramente, algo acertado. Sin embargo, la mayor o menor profundidad del distanciamiento entre ambos países se decidirá cuando el gobierno de Hugo Chávez, principal aliado de Ahmadinejad en la región, adopte una posición sobre el asunto. Si Chávez decide presionar a Brasilia para que no se posicione contra la lapidación de Sakineh, tal vez lo consiga parcialmente. No pocas veces en el pasado, como revelan algunos cables de Wikileaks, Lula cedió ante la presión del líder venezolano.

Esta vez la mediación chavista en favor de Teherán tendrá en su contra no sólo el interés de Brasil de mantenerse en buenos términos con Washington, sino también el compromiso público de Dilma Rousseff con la defensa de los derechos de la mujer en su país y en el resto del mundo. Muy difícil le resultará a la presidenta dar marcha atrás a sus críticas si, como todo indica, se produce pronto la ejecución de Sakineh en Teherán o si, a pesar de suspenderse la ejecución, se le mantiene presa. En cualquiera de los dos escenarios ni siquiera los mejores amigos de Ahmadinejad en la región querrán salir en su defensa.

rafael.rojas@3.80.3.65