La mano invisible de la economía

La mano invisible de la economía
Por:
  • Jaime

Como todas las semanas, aquel domingo de Pascua de 1954 se reunía la familia Carrillo. “A ti no te saludo”, dijo entre veras y broma don Julián, el autor del sonido trece en la escala musical, a su hijo don Antonio, secretario de Hacienda del gobierno de Adolfo Ruiz Cortines.

El día anterior, sábado de Gloria, conocido como el del sabadazo, había sido anunciada la devaluación del peso mexicano, cuyo valor frente al dólar pasó de 8.80 a 12.50 por unidad. Era una tragedia nacional para esa administración.

Las devaluaciones —apreciación del dólar como ahora se las llama— han sido siempre consecuencia de fenómenos que escapan a toda posibilidad de gobernar la economía; es la mano invisible de la que ya hablaba el inglés Adam Smith poco antes de la Revolución Industrial de principios del siglo XIX.

Veintidós años duró la cotización fija del peso frente al dólar, hasta que el 30 de agosto de 1976 el secretario de Hacienda Mario Ramón Beteta se vio obligado a anunciar, para pesadumbre del presidente Luis Echeverría, una nueva devaluación que llevó a la moneda mexicana a un nivel de alrededor de veinte pesos. A partir de entonces el Banco de México decidió dejar el peso a la libre flotación en el mercado.

El gobierno de Echeverría quedó marcado por esa contingencia, no obstante que la devaluación se produjo luego de un proceso de fuga de capitales y demanda interna de dólares que eran incontenibles. La mano invisible de las fuerzas económicas.

El 1 de julio de 1981 por la noche, el presidente José López Portillo decidió cesar al director de Petróleos Mexicanos, Jorge Díaz Serrano, horas después de que el crudo de exportación había bajado su cotización internacional de 34 a 30 dólares por barril. Una tragedia para el gobierno que había ofrecido trabajar para administrar la abundancia. Una vez más, la invisible, oscura mano de la economía apuntaba al mercado mundial, esta vez sobre el veleidoso y tornadizo petróleo que el diablo nos escrituró.

La economía es así, impredecible y caprichosa. Hoy el mundo se debate en otra crisis, o en la prolongación de una crisis permanente que por momentos se agrava, en la que el petróleo y las monedas aparecen como causas eficientes. En un principio, el mundo occidental culpaba a China y a su régimen de control, de la volatilidad de los mercados. Pero en la semana que termina, los chinos no trabajaron porque estaban de fiesta por su año nuevo con el que comienza el Año del Mono según su calendario. Que los árabes saudíes y Rusia se han puesto de acuerdo para doblegar a Occidente con una sobreoferta de petróleo y que la baja en su cotización no les importa,

se dice también.

La economía mexicana, se afirma, ha resistido con razonable éxito los embates internacionales. Pero todo en las economías se relaciona con todo en un mundo globalizado donde la invisible mano de Adam Smith dicta lo que ocurre. El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, dio la voz de alarma frente al optimismo del discurso oficial, y advierte de los riesgos —éstos sí predecibles— que enfrenta el país y frente a los cuales se deben tomar medidas —dolorosas tal vez como en el pasado se las calificó—. Los signos no son del todo alentadores como para dejar a la espera esas medidas.

El Banco de México retoma e incrementa la intervención en el mercado cambiario que abandonó en 1976. El cambio en la dirección de Petróleos Mexicanos aparece como una de esas previsiones, una verdadera reorganización de la empresa que por tantos años sirvió para impulsar una parte del desarrollo y para apuntalar los ingresos gubernamentales en detrimento de su salud.

Pero la mano invisible de la economía, su preocupante y siniestro dedo, abarca a la totalidad de un mundo interrelacionado y convulso en el que nuestro país se ve, quiérase o no, envuelto hasta lo más profundo.

srio28@prodigy.net.mx