Mala praxis, by the book

Mala praxis, by the book
Por:
  • larazon

Alicia Alarcón

En el año 2000, Rudolph Giuliani experimentó lo que cualquiera llamaría una auténtica pesadilla. Le avisó a su esposa por medio de una conferencia de prensa que se iban a divorciar, le dio cáncer de próstata, salió de la mansión oficial para refugiarse en el apartamento de una pareja gay, se descubrió su affaire con su amante y de paso, le cacharon el mal manejo de ciertos dineros en áreas de seguridad muy personales, como la protección policial a su amante. Iba un poco en picada a mediados del 2001, hasta que un infame golpe de suerte lo posicionó como uno de los mejores —y más famosos— políticos del mundo.

Los atentados de las Torres Gemelas no sólo mostraban la pandemia que se vivía en Nueva York. También mostró a un alcalde empolvado, sudoroso, cansado pero sin bajar el liderazgo, dando instrucciones precisas de cómo unirse y cómo proceder ante la tragedia. El resultado sigue a la vista. Desde la portada como “La persona del año” en TIME, hasta contratos multimillonarios como asesor de gobiernos en crisis (¿alguien dijo yo? ¿Ebrard, estás ahí?).

El 11 de marzo de 2004, otro evento infame catapultó a la fama a otro político que a la larga, también sería infame. Madrid era escenario de uno de los atentados terroristas más sangrientos e inhumanos de la historia, justo a días de celebrarse las elecciones presidenciales españolas. En un acto de heroísmo, la población le demostró al Partido Popular que su tardanza en actuar eficazmente les concedía su voto de castigo intercambiándolo por el candidato del PSOE Rodriguez Zapatero, removiendo así al partido que había elevado a España a las alturas económicas pero había sido incapaz de atenderlos en una desgracia.

Una emergencia nacional siempre será más lucidora que cualquier adornado balcón presidencial en un festejo. La acción en casos de desastre da legitimidad y congruencia a la autoridad. Solamente hay que conseguir que la respuesta sea pronta y justa. Que no se note a conveniencia sino que se vea totalmente natural. Vaya que lo saben los políticos de hace un par de años. Porque no importa si el agua llega a la cintura en una inundación o se tarda una semana cuando hay un incendio en un casino. Solamente tiene éxito si va respaldada de estrategias sólidas y duraderas. Y no fue el caso. Al final, en la elección, ganó el otro contendiente. No se le llama públicamente “guerra” a nada, por ejemplo. Te dirán mil veces que llamar a las cosas por su nombre siempre es un problema. Si tienes una “receta de cocina probada”, síguela al pie de la letra. En medio de un septiembre que sabe a temblores, reformas políticas, inundaciones, manifestaciones y recesión, sólo hay una premisa. Para recuperar el capital político, hay que chambearle como si tuvieras que salir de tu peor pesadilla. La velocidad de la respuesta, su contenido, el liderazgo y la sensibilidad que prestes a tus gobernados harán la diferencia entre terminar el sexenio en el año uno, o lograr lo que nadie ha podido: unir a la gente para un bien común.

Olvida los chistes. No le hagas caso a las mentiras. Acuérdate que lo único que quieren conseguir es que te veas debilitado e inútil. No tiene que importar de qué partido seas, tienes que darle a la gente lo que necesita. Toda la amplia lista. Ahora cayó del cielo (literal) la oportunidad de demostrar que puedes y quieres sacarnos del hoyo. Debes hacerlo. Si no votaron por ti, no importa. Para ellos también gobiernas. No necesitan una imagen paternalista más. Como los mesías políticos que se reproducen como conejos cuando hay dinero y poder de por medio. Necesitamos un presidente realista y a pie de calle. Te recuerdo que cuando Zapatero se dedicó a sus ideas más que a sus zapatos, a nuestros amigos del otro lado del charco se los llevó el señor del saco. Y honestamente, yo no me quiero ir con un señor así, al infame pero famoso rancho ése…

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