Mentalidad sacrofóbica y autoritaria

Mentalidad sacrofóbica y autoritaria
Por:
  • larazon

Marcelo Ebrard se enrolló en la bandera del laicismo y, en actitud sacrofóbica, se arrojó de la cima de su escritorio. Hace pocos días descalificó a quienes “con base en una ética religiosa” participan en el debate público. La emprendió contra “varias iglesias” sugiriendo que intentan acabar con el Estado laico.

El asunto es grave porque los discriminados son miembros de la sociedad civil con derechos constitucionales plenos. Hay que recordarle al “Jefe Máximo” algunos asuntos elementales de sociología, ciencia jurídica y democracia.

Las religiones son consustanciales a la cultura humana. La religiosidad forma parte de las creencias profundas de las personas por lo que influye en su conducta privada y pública. También es natural que se asocien para compartir estas formas de vida creando iglesias. En la historia reciente, los intentos de los políticos por evitar que las creencias religiosas se expresen públicamente han terminado en persecuciones abiertas o de baja intensidad.

Por lo mismo, la libertad religiosa es parte esencial del cuerpo de derechos humanos que dan sustento al derecho internacional el cual, a su vez, forma parte integral del orden jurídico mexicano. La expresión libre del pensamiento religioso en público y en privado, en lo individual y lo colectivo, es parte sustantiva de los derechos ciudadanos.

Los actos de Ebrard -constantes y reiterados- en contra de las personas que profesan alguna religión se agarran a cachetadas con datos básicos de la sociología y del derecho, así como con dos de los principios elementales de la convivencia democrática: la libre manifestación de las ideas -incluidas las religiosas- y el derecho a participar organizadamente en los asuntos de interés público. Las personas que se expresan en contra de ciertas leyes aplicadas por el gobierno de Ebrard, sin importar cuáles sean estas, lo hacen en ejercicio de sus derechos.

Un auténtico Estado laico y democrático vive de la participación del ciudadano y garantiza sus derechos; no es confesional por lo que mantiene una relación equidistante con todas las religiones, pero tampoco las ataca porque está a favor de la vigencia plena de los derechos humanos, en este caso, a la libertad religiosa. La participación libre e independiente de las personas es la esencia de la democracia y las iglesias son medios legítimos a través de los cuales se organizan para dar cauce a sus anhelos en público y privado, en lo individual y colectivo. Ebrard no defiende el Estado laico. Lo que promueve es el laicismo, una ideología que pretende privar a las personas de su libertad religiosa y cuya raíz es la sacrofobia, es decir, el terror a lo sagrado. Descalificar la participación ciudadana, por la razón que sea, revela una mentalidad autoritaria propia de un dictador como Hugo Chávez.

jtraslos@unam.mx

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