Mi maldito Plan B…

Mi maldito Plan B…
Por:
  • monica-garza

Estábamos en su oficina entradas en buena plática después de semanas de no vernos, ella por viaje y yo por trabajo. Veníamos a carcajada suelta de terminar el megasimulacro en las instalaciones de TV Azteca en memoria de aquel 19 de septiembre de 1985.

“Está temblando”, me dijo Pati Chapoy interrumpiendo mi ya de por sí intensa narración.  Yo pensé: “¡no puede ser!, seguro está obsesionada con la fecha y ya siente lo que no es”… Pero aquello comenzó a moverse como nunca antes se había sentido un temblor en las oficinas de TV Azteca.

Y vaya que en 20 años me han tocado varios, de distintas magnitudes, en todos sentidos y en todos los horarios…

“Tranquila, tranquila”, me decía mientras crujían las paredes del tercer piso del edificio de producción. Entonces alcancé a escuchar cómo alguien cayó sin control encima de un archivero.

“¡¡Vámonos ya!!”, le grité imperativa porque yo veía a Pati como paralizada, como que no lo creía y viendo que aquello se volvía cada vez más agresivo pensé:  “¡¡esto se va a caer!!”

[caption id="attachment_643050" align="aligncenter" width="696"] Una mujer mira un altar en Parras y Amsterdam, el pasado 24 de septiembre.Foto: Cuartoscuro[/caption]

No me acuerdo si la tomé del brazo, pero corrimos juntas hacia las escaleras, mezcladas con otras decenas de personas aterrorizadas, en ese momento largo que ocurre en segundos, cuando los segundos se vuelven eternos y las escaleras interminables.

No sé los demás, pero yo, ya en el patio entre foros y “a salvo”, entré en una suerte de “modo robot”. Me dirigí sin mucho pensar al foro de ADN40 mientras marcaba obsesivamente al teléfono de mi hija, pero las líneas estaban caídas. No podía hacer nada. No habían pasado más de 5 minutos del temblor.

“Microfoneen a Mónica”, escuché a alguien decir, y junto con otro grupo de robots como yo atinamos a salir al aire para informar lo único que sabíamos: que había temblado muy fuerte y que había que mantener lo que nos quedara de calma.

Estaba junto a mí el periodista José Luis Mora, ambos teníamos en la memoria de nuestras muy distintas historias el terremoto del 85, quizá recuerdos vagos pero suficientes para adivinar que esto ya era también una tragedia inmensa.

Tan sólo un par de horas antes, en el noticiero “Es de mañana”, recordábamos aquel 19 de septiembre de 1985 y confieso que, en fechas como ésa, si hay algo que editorialmente detesto son los clichés o el “más de lo mismo”.

Por eso en esta ocasión propuse para el espacio lo que consideré un buen “Plan B”:  invitar a Jorge Michel Grau, director de la cinta “7:19 La hora del temblor”, porque pensé que la trama y el final de esta película estrenada en 2016 sale del común de las crónicas del 85.

Es un recuento diferente porque no le da voz a los sobrevivientes, sino a los otros, a aquellos desde la oscuridad de los escombros, en otro tipo de homenaje.

En la entrevista Jorge Michel Grau nos confesó que escribió el guión inspirado en la historia  de  su  padre,  que  en  los  ochenta  era  ingeniero,  trabajaba  para  el  gobierno  y constantemente se quejaba de la manera en la que escatimaban en los materiales para las edificaciones y corrompían los presupuestos. Por ende ese sentimiento de culpa, de saber más que otros y no poder hacer nada, no le era ajeno.

Fue por demás interesante escarbar en esos sentimientos de agonía, esperanza y culpa, pero también —y sin que ninguno de nosotros nos diéramos cuenta— estábamos prácticamente haciendo una premonición que se cumpliría en un par de horas. Hoy a la distancia así lo veo.

A las 5 de la tarde del pasado 19 de septiembre —y después de más de tres horas de transmisión con los primeros saldos— recibí la instrucción de subirme al helicóptero para hacer una crónica  del estado de las cosas para ADN40.

Esa primera visión apocalíptica desde el aire se mantuvo minutos flotando en mi llanto contenido a la fuerza porque tenía un micrófono abierto, mientras se proyectaban en mi mente escenas de la película de Grau con sus escombros ficticios y entre ellos el más cruel de mis reclamos: ¡mi maldito Plan B!…

Y aquí sigue rondándome los pensamientos, y no son suficientes tantas caras de la solidaridad para mitigar ese sentimiento; los perros héroes, los rescatistas extranjeros, los aplausos, los sofisticadísimos equipos japoneses, los edificios rotos, los topos, los templos caídos, los guantes de rescate, las camillas, los puños cerrados… todo anima al reclamo:

¡¡Mi maldito plan B!!... algunos le llaman estrés postraumático…