Navegar contra la(s) corriente(s)

Navegar contra la(s) corriente(s)
Por:
  • larazon

Alicia Alarcón

Suelten amarres. Es cierto que verse como oposición sin realmente serlo es muy complicado. Es un poco perder el sentido del “deber ser” para solo utilizar el “parecer”. No hablamos de varios tipos de ideologías metidas en la licuadora para hacer una pasta útil y homogénea. Es el doble de trabajo llegar a la apariencia perfecta, y sería más fácil intentar llegar a ser la oposición perfecta. Cuestionar, especializarse, consensuar, no seguir los deseos de la borregada ni preocuparse por lo que haga la proyectada “nueva izquierda” de junto o el reemplazo de la ahogada “derecha”. Los recuerdos de aquellas primeras y muy esperanzadoras marchas, son como una casa en llamas con los dueños viendo como arde, convirtiéndose todo en cenizas y humo.

Sextante. Confundir avaricia con ambición. El acumular se vuelve la obsesión diaria. Acumular votantes, alianzas, cajas chicas, charolas y fotos promocionales por toda la ciudad. No importa cuanto cuesta el sapo, lo importante es lanzarle la pedrada. Subirse al ladrillo como símbolo de que en realidad, nada más importa. Mi buen puerto, mi mundo feliz. El derroche que hace ver que si se puede, aunque la realidad pruebe con esmero otra cosa.

El balandrajo. Pronunciamientos acerca de la humanidad globalizada, en vez de proponer atacar el problema de la inequidad total en los tratados comerciales. Aludir al maltrato a los migrantes sin hacer una propuesta concreta y efectiva. Denunciar y condenar ciertos hechos con la mano en los bolsillos llenos de corrupción. Escupir pa’ arriba pues. No se puede abogar por justicia y equidad cuando se esconde a criminales en la cajuela y luego días enteros en una oficina para cubrirlo después con el halo celestial del fuero. No condenar la tremenda represión en otro país porque algún financiamiento (o convenio o alíanza) existe todavía para rendir pleitesía a comandantes ya fallecidos. Servir al invisible por conveniencia. Ayudar al fantasma a no desaparecer. No honrar la palabra propia. Esa, la que se juró sobre el decálogo partidista.

Donde manda capitán. Apariciones del inframundo que coinciden con un momentum específico. Fundaciones ya existentes re-lanzadas como nuevas con toda la parafernalia mediática. Entrevistas que hablan de amnesias, retribuciones, ardidas candidaturas inexistentes y denuncian hechos que debieron haber salido a la luz hace años, por boca de los propios actores. Nadie puede quedarse en la sombra después de haber tenido el reflector más potente encima. Es uno de los tantos mitos geniales. Intentar hacerse ver como una autoridad moral, el tlatoani, el sensei, el ya-estuve-ahi-y-háganme-caso. Cuando se ve una grieta en un muro aparentemente debilitado, hay que usarla para pasar al otro lado en un intento desesperado por recuperar esa luz perdida.

El canto de las sirenas. Lo dijo famoso ex secretario: Somos un país de esquizofrénicos. Obsesionados con la marca de país, sin tener una causa que vender. Lo quisieron hacer con el cambio climático, con el turismo, con la lucha al narco, con aquella nueva pluralidad y alternancia de poder. Aniversarios de 20 años que no significan precisamente algún avance. Esperar resultados diferentes con la misma forma de actuar. No importaron ni el partido, ni la ideología. Vaya, ni las muy buenas intenciones. Esas que se escuchaban emocionantes al principio, pero que no dejaban de tener un poco de deja-vú del mal recuerdo hacia el futuro. Escuchar los diversos cantos que taladran el pensamiento puede ser tentador. Salvarse con la cera en los oídos y amarrarse al mástil del barco. Y provocar en las sirenas, no el silencio ésta vez, sino el cambio total de la canción.

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