Paciencia de alquimista

Paciencia de alquimista
Por:
  • larazon

Paul Verlaine, poeta francés, escribió Los poetas malditos, "libro de simpatías estéticas" según M. Bacarisse, en el que incluyó este comentario sobre el entonces joven poeta Stéphane Mallarmé: "permanecerá mientras haya una lengua francesa para atestiguar su gigantesco esfuerzo".

París, lunes 16 de

noviembre de 1885

Mi querido Verlaine:

[…]

Sí, nací en París, el 18 de marzo de 1842, en la calle que ahora se llama pasaje Laferrière. Los parientes por parte de mi padre y mi madre presentaban, desde la Revolución, un grupo ininterrumpido de funcionarios de la administración del Registro; y aunque ellos tuviesen ocupados casi siempre altos puestos, yo había evitado esa carrera a la que me destinaba mi origen. Encuentro gusto por tener una pluma para algo más que para registrar actas como muchos de mis antepasados […].

Había perdido toda infancia, a los siete años, mi madre, adorado por una abuela que me crió en primer lugar; después recorrí internados y preparatorias de alma lamartiniana con un deseo secreto de sustituir, un día, a Béranger, pues lo había encontrado en casa de unos amigos. Parecía que era demasiado complicado por estar puesto al cumplimiento, pero desde hacía tiempo ensayaba en cien cuadernillos de versos que siempre me tenían confiscados, si tengo buena memoria.

No había nada, usted lo sabe, para un poeta vivir de su arte mismo le reduce muchos puntos, cuando entré a la vida; y jamás lo lamenté. Habiendo aprendido el inglés simplemente para leer mejor a Poe; partí a Inglaterra a los veinte años, con el fin de huir, principalmente; pero también por hablar el idioma, y enseñarlo en una esquina, tranquilo y sin otro sustento obligado: me había casado y por ello coartado.

Ahora, pasados más de veinte años y a pesar de la pérdida de tantas horas, creo, con tristeza, que hice bien. Esto que, aparte de los fragmentos en prosa y los versos de mi juventud y la consecuencia que hizo eco, publiqué en todos lados un poco, cada que aparecían los primeros números de una Revista Literaria, siempre tuve sueños e intentaba otra cosa, con una paciencia de alquimista, dispuesto a sacrificar toda vanidad y toda satisfacción, como se quemaban antiguamente el mobiliario y las vigas del techo, para alimentar el horno de la Gran Obra. ¿Qué? Es difícil decirlo: un libro, todo simplemente, en más de un tomo, un libro que sea un libro, estructural y premeditado, y no un recuento de inspiraciones al azar, plasmadas maravillosamente... Iré más lejos, diré: el Libro, persuadido profundamente que no hay más que uno, intentado en su ignorancia para quien quiera haber escrito, hasta los mismos genios. La explicación órfica de la Tierra, que es el único deber del poeta y el juego literario por excelencia: ya que el rito del mismo libro, entonces impersonal y vivo, hasta su foliación, se yuxtapone a las ecuaciones de este sueño, u oda.

Aquí está la confesión de mi vicio, me desnudo, querido amigo, lo que mil veces he negado, el espíritu mortal o hastiado, pero esto me posee y yo lo lograré, puede ser; no para hacer esta obra en conjunto (¡es necesario ser no sé quién para ello!) pero sí para mostrar un fragmento logrado; que haga destellos que reflejen a un lugar de autenticidad gloriosa, que indique el resto todo entero para el cual no es suficiente una vida. Probar por los fragmentos hechos para que este libro exista, y lo que he sabido que no podré cumplir.

Nada tan simple entonces, que yo no tenga prisa de reunir los miles de fragmentos conocidos, que me dan, de tiempo en tiempo. Atraje la benevolencia de encantadores y excelentes espíritus, ¡usted el primero! Todo aquello no tiene otro valor momentáneo para mí que cultivarme la mano; y cualquier resultado que pueda ser alguno de los fragmentos; todos ellos es bien justo que conformen un álbum, pero no un libro. Es posible, no obstante, que el editor Vanier me arranque estos pedazos pero no los pegaré sobre las páginas como se hace una colección de trozos de telas seculares o preciosas. Con esta palabra condenatoria de Álbum, con el título de Álbum de versos y prosa, no sé; esto obliga muchas series, podrá ir indefinidamente (al lado de mi trabajo personal que yo creo, será anónimo, el Texto hablará de él mismo y sin voz del autor).

[…]

Mis grandes amistades han sido los Villiers, los Mendès y había visto, diez años, todos los días a mi querido Manet, ¡cuya ausencia ahora me parece inverosímil! Sus Poétes Maudits [Los poetas malditos], querido Verlaine, Á Rebours [Contra Natura] de Huysmans, han interesado a mis Martes, gran tiempo vacantes, los jóvenes poetas que nos aman (aparte mallarmistas) y han producido cierta influencia intentada por mí, ahí donde no ha habido encuentros.

Así toda mi vida desnuda de anécdotas, al revés de lo que se tiene desde hace tiempo repuestos los grandes diarios, donde siempre he pasado por muy extraño; indago y no veo nada de otro, los tedios cotidianos, las alegrías, los duelos del interior excluidos. […] Olvido mis fugas, tan pronto como mi espíritu se fatiga, sobre todo la orilla del Sena y del bosque de Fontainbleau, en un lugar, el mismo desde hace años; ahí me parece todo diferente, prendido de la sola navegación fluvial. Honro el río, que se deja tragar en su agua de días enteros sin que tenga la impresión de haber perdido; ni una sombra de remordimientos. Simple paseo en yolas de caoba, pero velero con furia, muy feroz de su flotilla.

Hasta luego, querido amigo. Lea todo esto, anoté con lápiz para dejar aire de una de estas agradables conversaciones de amigos al desvío y sin gritar, usted las examinará hasta el extremo de leídas y encontrará, diseminados, algunos detalles biográficos a escoger que necesitan tener algo de verídicos.

[…]

Adiós, querido Verlaine. Su mano.

Stéphane Mallarmé

Tomado de: Stéphane Mallarmé, Autobiografía.

Carta a Verlaine, Versión castellana de

Claudia Pacheco, Verdehalago, 2001.