Protagonismos

Protagonismos
Por:
  • Gabriel-Merigo

“En una sociedad en la que sólo se

trata de dinero, bienestar y futilerías externas,

no puede prosperar una arquitectura decente”

Ernst May

 

La arquitectura a través de la historia ha sido un fiel reflejo de la manera de pensar de la sociedad de cada época, de su herencia cultural, de sus valores y anhelos, de sus compromisos y de su visión del mundo, mismos factores que habrían de determinar su expresión formal. Al pasar de los años, con la evolución del pensamiento, fue surgiendo gran variedad de propuestas arquitectónicas que en su conjunto constituían la imagen de las ciudades y la identificación de su momento histórico.

Los tiempos que vivimos en México ya entrado el siglo XX no fueron la excepción, ya que surgieron nuevas formas arquitectónicas a partir de planteamientos teóricos sobre el tipo de arquitectura que debería de conformar la metrópoli y su responsabilidad para con la sociedad posrevolucionaria. Aparecieron propuestas cuya intención difería de la práctica academista histórica de adecuarse a una tendencia o estilo considerado como artístico. Al contrario, más bien se reconocía la necesidad de que la producción urbano-arquitectónica fuera una respuesta a los requerimientos específicos y al modo de vida de los grupos humanos y sus peculiaridades, fruto de una investigación profunda como principio básico, y su resultante, el programa arquitectónico, como punto de partida del proceso creativo. Este nuevo paradigma teórico de la arquitectura de la revolución, en palabras de Ricardo de Robina, definía que esta arquitectura “conscientemente anteponía el fin social a cualquier premisa esteticista o teórica, con una fuerza y una violencia que eliminaban el diálogo o la transacción”. De esta manera habría de surgir en congruencia con la reconstrucción del país una serie de tendencias y corrientes de arquitectura intentando encontrar una expresión propia y una identidad nacional, con resultados por demás interesantes.

Ahora, en el siglo XXI, aparentemente lo que podemos observar es, lo que en su momento llamó José Villagrán García, un nuevo academismo, que es el formal. Para esto habrá que retomar la lucha del siglo pasado, pero en esta ocasión para que la arquitectura refuerce sus fines utilitarios y garantice dar prioridad a las necesidades vitales del ser humano, antes que nada. Que se tome en cuenta a la colectividad y no se pasen por alto el clima ni la orientación, además de que se valore la memoria histórica y se consideren todos los factores que le den consistencia al proyecto. Lo que habría que evitar es el diseño arquitectónico con formas preconcebidas anteriores al estudio de la problemática dando a la arquitectura casi exclusivamente la calidad de expresión estética.

Esta visión formalista aunada a un protagonismo exacerbado de algunos arquitectos ha dado lugar a que en los últimos años la Ciudad de México se haya ido convirtiendo en un mosaico de inmuebles de formas extrañas y alturas descomunales. Vemos a arquitectos de renombre, compitiendo entre sí, con poco o nulo respeto al contexto y diseñando edificios con la convicción de que entre más inusuales resulten, mejores obras de arquitectura serán, aumentando su probabilidad de ganar un premio y de aparecer en la portada de alguna publicación. Así en la expresión de la arquitectura actual se han creado modas, desestimando el contexto existente y buscando siempre un papel protagónico para su obra, cuyo valor formal radique en destacar por contraste a veces sobrepasando las fronteras de lo absurdo.