Tan rudo como romper piedras

Tan rudo como romper piedras
Por:
  • larazon

La escritora brasileña Clarice Lispector, una de las favoritas de Julio Cortázar, estuvo casada la mayor parte de su vida con un diplomático con quien residió en Roma, Nápoles, Florencia, Berna y Washington. En Berna escribió su tercera novela, La ciudad sitiada, y de esa batalla contra el papel en blanco habla en esta carta a una de sus hermanas a quien ya le había confesado: "Yo sufro con el trabajo, pero no es sólo por el trabajo, es porque no soy muy normal, soy una inadaptada, tengo una naturaleza difícil y sombría. Pero yo misma, con este temperamento y esta anormalidad a cada instante, si no trabajara estaría peor".

Berna, 1 de julio de 1946

Querida mía,

Te escribo de saudade y amor, mientras Hulda Pulfer arregla otra vez la habitación y yo estoy de nuevo junto a la máquina e interrumpo mi trabajo rudo, tan rudo como romper piedras, para escribirte y reposar. No sé si he trabajado: mi trabajo no ha aparecido. Creo que consiste la mayor parte del tiempo en vencerme a mí misma. En vencer mi cansancio y mi impotencia. Creo que mi trabajo de elaboración es tan exhaustivo que después no tengo el ímpetu y la fuerza para realizarlo. Es un trabajo superior a mis fuerzas, yo diría, si al mismo tiempo no viese que lo que escojo hacer es lo único que puedo hacer. Si es que a eso se le puede llamar "poder". Lo que me molesta es que vivo permanentemente cansada. El trabajo está desorganizado, está muy mal, muy confuso.

Material tengo siempre en abundancia. Lo que me falta es tino en la composición, es decir el verdadero trabajo. Mi tendencia sería a sólo pensar y a no trabajar nada... Pero eso no es posible. El trabajo de componer es lo peor. Gasto gran parte de mis fuerzas intentando llevar una vida severa y austera, procurando vaciarme de pequeños placeres, sólo así se consigue el tono de vida que me gustaría tener. Pero también es exhaustivo. Me gustaría tener un aparato matemático que pudiese ir marcando con absoluta exactitud el momento en el que he progresado un milímetro o retrocedido otro. Mi impresión es que trabajo en el vacío, y para no caer me agarro a un pensamiento, y para no caer de ese nuevo pensamiento me agarro a otro. Ésta es mi vida mental. En la pared de mi habitación he colgado varias frases. Una de ellas es ésta, dicha por Kafka:

"Hay dos pecados capitales humanos que son el origen de todos los demás: la impaciencia y la pereza. A causa de la impaciencia, los hombres fueron expulsados del paraíso. A causa de la pereza, no vuelven.

Quizá haya sólo un pecado capital: la impaciencia. A causa de la impaciencia fueron expulsados del paraíso, a causa de la impaciencia no vuelven". Otro cartel: "La inspiración es el momento más alto de una atención sin defecto". Otro: "Nadar contra la corriente sólo sirve en casos raros que es preciso reconocer; si no, hacer 'el muerto', mantenerse en la superficie, debe ser la política de un hombre que quiere aprovechar el misterio de las corrientes". Yo misma vivo levantándome y cayendo otra vez y volviendo a levantarme. No sé qué hay de bueno en eso, sé que de esa forma confusa de vida es como yo vivo. No imaginas lo infantil que soy en eso: mi deseo más oscuro sería darle mi cabeza a alguien para que la dirigiera, que alguien me dijese todos los días: hoy haz esto, hoy corta esto, hoy perfecciona esto, esto está bien, esto está mal. Una persona que quisiese "tomar las riendas de mí" sería bienvenida... Nunca sé si quiero descansar porque estoy realmente cansada, o si quiero descansar para "desistir".

Amor mío, en medio de todo esto tu existencia me bendice.

Estoy bien de salud, sólo cansada, sin motivo. Va a haber varios conciertos en la catedral con música de Bach, Haydn, Mozart, cantada. Si yo fuese más simple, lo aprovecharía todo más. Lo peor es ese hábito mental en el que he caído de querer transformarlo todo en oro. Recíbeme y abrázame, florecita querida. Sé feliz y alegre. Dios te bendiga.

Tu Clarice

Tomado de: Clarice Lispector, Queridas mías, introducción de Teresa Montero, traducción de Elena Losada, Ediciones Siruela, Madrid, 2010.