Tiempos duros para las musas

Tiempos duros para las musas
Por:
  • larazon

Cuando se publicó La tentación de San Antonio de Flaubert, el escritor ruso Ivan Turguéniev la definió como un “fantástico poema en prosa” y explicó que “para sacar sabor a esta nueva obra de Flaubert, hay que tener cierto grado de instrucción y madurez de espíritu, de edad y de gusto; los lectores de este tipo siguen siendo hoy una minoría”. Algo de esto le escribió al propio autor, quien le responde con una carta permeada por el tedio, la ironía y el desencanto.

Jueves 2 de julio de 1874

Kaltbad, Righi, Suiza

También yo tengo calor, pero poseo sobre usted la superioridad o inferioridad de que yo me aburro monstruosamente. He venido aquí obedeciendo órdenes, porque me han dicho que el aire puro de las montañas me descongestionaría y me calmaría los nervios. Que así sea. Pero hasta este momento sólo he sentido un inmenso tedio, debido a la soledad y la ociosidad; por lo demás, yo no soy un hombre de la Naturaleza: “sus maravillas” me emocionan menos que las del Arte. La naturaleza me aplasta sin traerme ningún “gran pensamiento”. Por dentro tengo ganas de decirle: “sí, eres hermosa; antes me he ido; dentro de algunos minutos volveré; déjame tranquilo ahora que necesito otras distracciones”.

Por lo demás Los Alpes son desproporcionados con el individuo que somos. Demasiado grandes para que nos sean útiles. Es ya la tercera vez que me causan un de-sagradable efecto. Espero que sea la última. Por si fuera poco, querido amigo, mis compañeros, los señores extranjeros que habitan en el hotel... Todos alemanes o ingleses, con bastones y gemelos. Ayer me han dado ganas de abrazar a tres terneros que me he encontrado en un prado, por humanidad y necesidad de expandirme.

Mi viaje empezó mal, pues en Lucerna tuve que acudir a un artista del lugar para que me sacara una muela. Ocho días antes de salir para Suiza, hice una gira por el Orne y Calvados y por fin encontré un lugar donde alojar a mis dos buenos amigos [Bouvard y Pécuchet, protagonistas de la novela del mismo nombre que en ese momento escribía Flaubert] . Estoy impaciente de meterme ya con este libro, que de entrada me da un miedo atroz.

Habla usted del San Antonio [La tentación de San Antonio] diciéndome que al gran público no le ha gustado. Lo sabía de antemano, pero creía que el público de élite me comprendería mejor. Sin Drumont [Edouard Drumont, quien puso a Flaubert por encima de Goethe] y el pequeño Pelletan [Camille Pelletan] no habría tenido ningún artículo elogioso. Y no creo que en Alemania los tenga, qué le vamos a hacer, alabado sea Dios. A lo hecho, pecho; y además, gustándole a usted, como le gusta, me siento compensado. Desde Salambó el gran éxito me ha abandonado. Lo que se me ha quedado grabado es el fracaso de La educación sentimental. Que este libro no se haya comprendido, realmente me asombra.

El jueves pasado vi al buen Zola que me ha dado noticias de usted.

Excepto usted y yo nadie le ha comentado nada sobre la Conquista de Plassans, y no ha habido un solo artículo, ni a favor ni en contra. Los tiempos son duros para las Musas. Por lo demás, París me parece más estúpido y chato que nunca. Por despegados que estemos ambos de la política, no podemos impedir quejarnos de ella, aunque sólo sea por asco físico.

Ay, mi querido Turguéniev, cuánto me gustaría que fuera ya el otoño para tenerle a usted en mi casa, en Croisset, durante dos semanas enteras. Usted me trae su trabajo, y yo le mostraré las primeras páginas de Bouvard et Pécuchet que, esperémoslo, por entonces ya estarían escritas; después le escucharé.

[…]

Para ocupar el tiempo voy a procurar ahondar en dos temas todavía muy oscuros. Pero me conozco, aquí no haré absolutamente nada. Habría que tener 20 años y pasearse en estos paisajes con la amada. Los chalets mirándose en el agua son nidos de pasión. ¡Estrecharla contra el corazón al borde de los precipicios! ¡Qué transportes amorosos, tumbados sobre la hierba, oyendo el ruido de las cascadas, con el azul en el corazón y sobre la cabeza! Pero nosotros no estamos ya para esas cosas mi viejo amigo, y yo particularmente siempre me he sentido un poco lejos de todo esto.

Repito que hace un calor atroz; las montañas con las cimas cubiertas de nieve, están deslumbrantes. Febo dispara todas sus flechas. Los señores viajeros encerrados en sus habitaciones sudan y beben. Es pavoroso cuánto se bebe y se come en Helvetia. Por todas partes hay puestos de bebidas, “restauraciones”. Los criados de Kaltbad llevan una vestimenta irreprochable: frac desde las 7 de la mañana; y como son numerosos, parece como si uno estuviera servido por una muchedumbre de notarios o una multitud de invitados a un entierro: uno piensa en el suyo, qué alegría.

Escríbame largo y tendido: sus cartas serán para mí “la gota de agua en el desierto”.

Adiós, mi querido gran amigo, le abraza con todas sus fuerzas.

Su

Gve Flaubert

Tomado de: Flaubert-Turguéniev, Correspondencia, introducción de Alexandre Zviguilsky, traducción de Danielle Lacascade y Francisco Díez del Corral, Mondadori España, 1992.