Un gobierno que escucha

Un gobierno que escucha
Por:
  • raudel_avila

David Litt fue, junto con Jon Favreau, asesor y redactor estrella de los discursos del Presidente Barack Obama. A finales del año pasado publicó unas memorias con el título Thanks Obama.

Litt establece una analogía muy afortunada. Dice que los gobiernos contemporáneos se parecen a los actores de Hollywood. En otra época, los grandes actores percibían inmediatamente las reacciones del público para el que trabajaban, pues una función teatral les permitía contacto directo con su audiencia. Esto a su vez desembocaba en la posibilidad de refinar su interpretación, pues sabían qué complacía a la gente y qué no. En cambio, los grandes histriones de Hollywood en la actualidad, pueden grabar una película y nunca ver la reacción del público, ya que no pueden acudir a una sala comercial sin ser acosados por fanáticos o hasta por gente que los odia.

Otro tanto ocurre con los gobernantes. Anteriormente, los políticos tenían un contacto directo con la gente. Comían en los mismos lugares, asistían a las mismas escuelas, se atendían en los mismos hospitales, utilizaban el mismo transporte público. En la actualidad, un gobernante, por más que desee tener cercanía con sus gobernados, vive amurallado del sentir popular. Rodeado de choferes, guardaespaldas, secretarias, asesores y quién sabe qué más, no puede conocer la impresión real de su trabajo sobre la vida de la población. Ni siquiera lee la prensa, sino resúmenes armados por empresas consultoras. Está excluida la oportunidad de conversar con un ciudadano fuera de una ceremonia oficial.

Litt piensa que ése fue el mayor problema para los demócratas en el poder. Si bien la candidatura presidencial de Obama se construyó desde abajo con las bases del partido, su gobierno dejó de escuchar. Los restaurantes caros, las reuniones con celebridades, los eventos armados por gobernadores no son un indicador fiel de cómo vive la gente. Obama terminó apoyando una candidata alejada de las inquietudes populares, que cargaba con los negativos del gobierno y dueña de una personalidad poco carismática. Experta en temas de gobierno y la mejor preparada de los candidatos, no obstante, Hillary Clinton había vivido su vida en un mundo ajeno al de la ciudadanía. Así se construyó, poco a poco, la victoria de Donald Trump.

Litt tiene un sentido del humor extraordinario al referir sus andanzas en la Casa Blanca y la emoción que le produjo contribuir al esfuerzo reformista del gobierno de Obama. Con todo, se siente en cada página la frustración del autor, al observar a sus superiores cometer un error tras otro por la soberbia del poderoso que ya no escucha. Terminó ganando la elección un candidato que prometió destruir sus reformas y exterminó el legado de Obama. ¿Nadie escarmienta en cabeza ajena?