Ilustración Rafael Miranda Bello La Razón
El pasillo hasta el despacho era largo. El escritor iba acompañado de un guardia impasible, uniformado y de botas lustrosas. Mientras caminaba con él sentía una sensación extraña en el estómago, pues a veces el miedo se resguarda ahí. El gusano del miedo: ridículo, inútil. No lo habrían citado para hacerle algo malo. Se lo había repetido a sí mismo decenas de veces y dicho también a su mujer, quien esa mañana le sirvió el té en silencio.
La miseria lleva a la desesperación, y un escritor puede cometer alguna locura, como escribirle una carta indignada al mismo camarada Stalin para reprochar el hostigamiento de la prensa soviética en su contra y la imposibilidad de representar sus obras, es decir, de ganarse el pan.
Llegan Alonso Alarcón, Marcelo Lombardero...
“Cualquier escritor satírico en la URSS atenta contra el sistema soviético.
Ruego que tengan en cuenta que para mí la imposibilidad de escribir equivale a que me entierren vivo. Ruego al gobierno de la URSS que me ordene abandonar urgentemente su territorio en compañía de mi esposa”.
Mijaíl Bulgákov (1891-1940) sentía haber firmado él mismo su sentencia con esa carta, pero no se arrepentía de haberla escrito. En la vida se debe procurar hacer cosas audaces sin arrepentirse luego. Durante muchas noches, abrazado a su mujer y temblando de frío, había meditado y finalmente tomó su decisión. Lo más honroso era —aunque fuera algo atrevido—, escribir una carta dirigida al amo del país para exigir el exilio, sabiendo que era eso sólo una forma de protesta.
Ahora iba a ver a Stalin en persona, lo cual no estaba previsto por él, pues no se imaginó fuera esa la reacción a su carta. Por eso el gusano le cosquilleaba el vientre, como una larva molesta. ¿No habría sido mejor dejarse de morir de hambre? También cabía una salida menos drástica, como retornar a la profesión de médico en alguna aldea perdida, y dejar de pensar en ser escritor profesional en un sistema hecho para hostigar a los verdaderos literatos.
Entró al despacho. En una pequeña sala de cuero se encontraban José Stalin y Gregori Yagoda, el jefe de la policía secreta, ambos se pusieron de pie para darle la bienvenida. Stalin, con sus grandes bigotes y su cara picada de viruela no era muy alto, tenía la pipa apagada en una mano. Yagoda, si no fuera por el uniforme de la GPU, hubiera parecido un tranquilo maestro de escuela.
Lo invitaron a sentarse. Stalin prendió la pipa y preguntó, señalando a su carta sobre la mesilla: “¿Usted es el autor de esta petición?” “Sí, camarada Stalin”, respondió el autor de Corazón de perro. Se hizo un silencio incómodo. Entonces el dictador se dirigió a Yagoda: “A mí me gustó La Guardia Blanca, es bueno se sepa que no vencimos a monigotes” “Sí, camarada Stalin”, dijo a su vez Yagoda seriamente. A la mención de esa obra, el gusano dentro de Bulgákov se retorció como en una convulsión, pero taparentó calma.
“¿Así que no quieren poner tus obras? Vamos a resolverlo”, de pronto Stalin se levantó y fue hacia su escritorio, tomó el teléfono y dijo: “Quiero hablar con el director del Teatro de Moscú…Bueno…, aquí habla el camarada Stalin…mire…bueno, bueno... ¿qué? ¿Que se desmayó…?” Colgó el teléfono con enfado. “No sé porque están tan nerviosos…qué sospechoso este hombre…hazte cargo Yagoda”.
En Historia de una vida, Konstantin Paustovski (1892-1968) cuenta esta anécdota diciendo que Stalin obligó a Yagoda a que uno de sus guardias le cediera sus botas al escritor al ver que tenía los zapatos rotos.
En su estudio monumental de tres tomos Los archivos literarios del KGB, Vitali Shentalinski transcribe la carta guardada en el expediente abierto a Bulgákov, quien a pesar de ese apoyo circunstancial de Stalin se la pasó esperando siempre vinieran por él para deportarlo a un campo de trabajos forzados. La policía secreta había decomisado su Diario donde hay anotaciones muy críticas contra el régimen. ¿Por qué se salvó? Un caso excepcional, un juego de gato y ratón llevado a cabo por el líder comunista.
Pero esto sirvió para que Bulgákov pudiera escribir su obra maestra El maestro y Margarita, un texto que mezcla tres historias: el arribo a Moscú del diablo Voland y un séquito infernal, el amor de Margarita y su maestro demente quien escribe la historia de Pilatos y un vagabundo que representa a Cristo. La novela satírica, con escenas delirantes, expone reflexiones sobre el bien y el mal y convierte a Bulgákov en el mejor discípulo de Gogol.
“¡Adelante lector! ¿Quién te ha dicho que no puede haber amor verdadero, fiel y eterno en el mundo, que no existe? ¡Que le corten la lengua repugnante a ese mentiroso! ¡Sígueme, lector, a mí, y sólo a mí, yo te mostraré ese amor!”
Mijaíl Bulgákov, dictó las últimas líneas de su novela ya en el lecho de muerte. Su viuda, Helena Shilovskaya, escondió su manuscrito, el cual se publicó hasta el año 1966. Él se imaginó una casa soleada con ventanas venecianas de hidra verde, donde podría descansar con su amada esposa, quien inspiró el personaje de Margarita. Si existió en su imaginación esa casa fue verdadera, lejos de la noche helada de los tiranos.